Más de 1.8 millones de refugiados han huido de Siria. Si bien la mayoría de ellos se encuentra en países vecinos, los sirios también se han convertido en el mayor grupo de migrantes que arriba a Grecia. Con el objetivo de documentar la situación que atraviesa la población siria que escapa de su país de origen para llegar a destinos como Turquía y Grecia, Médicos Sin Fronteras (MSF) presenta una serie de cuatro capítulos donde se refleja el éxodo de los desplazados sirios en aquellos lugares donde MSF tiene o tuvo proyectos, y que incluye información de primera mano acerca del contexto
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 2: Con la guerra a las espaldas
Si bien la población de refugiados sirios en Turquía puede haber evadido las armas y misiles del conflicto, resulta difícil escapar de los daños psíquicos y emocionales que conlleva. En Kilis, un pueblo al sur de Turquía, una familia siria es entrevistada acerca de su situación en su refugio -un garaje. Las actividades de salud mental son muy importantes para aquellos que dejaron la guerra atrás.



Ahmed Beidun muestra un parte médico. Es el documento que acredita la gravedad de sus heridas y que le sirvió para abandonar Siria y ser admitido en Turquía. Al conocer su situación, un vecino se compadeció y le ofreció un garaje para alojarse de forma provisional. “Los turcos se han portado muy bien con nosotros”, agradece Ahmed, enfundado en una chaqueta deportiva. “El problema es que no tengo pie. No puedo trabajar”, lamenta mientras su hijo le hace carantoñas.

Un ataque aéreo en la ciudad de Alepo, la principal del norte de Siria, cambió la vida de Ahmed. “Cayeron tres misiles –recuerda–. Mis primos me llevaron al principal hospital de Alepo, pero estaba saturado. Tenía miedo a represalias si iba a un hospital público, porque soy de un pueblo que estaba controlado por los rebeldes. Al final, fui a un hospital privado y allí me amputaron un pie”. Tras la operación, Ahmed convenció a su familia para huir del país y refugiarse en Kilis, en el sur de Turquía.

Esterillas, mantas y platos se amontonan en el garaje. Una cuerda con ropa tendida separa el área común de la cocina improvisada, donde yacen recipientes de plástico y un hornillo. A la espera de entrar en un campo de refugiados, esta es la lúgubre vivienda que ha encontrado Ahmed en Kilis, el primer lugar de paso para muchos de los sirios que huyen de la guerra hacia el norte. Ahmed vive con su familia y la de dos de sus primos: en total, dieciséis personas se hacinan en una cochera de apenas cincuenta metros cuadrados.

Ya son más de 380.000 los sirios que se han refugiado en Turquía. La mayor parte de ellos (más de 350.000) están registrados y tienen derecho a vivir en campos de refugiados habilitados por la Media Luna Roja de Turquía. Los demás esperan ser admitidos pronto o han decidido no registrarse porque prefieren tener libertad para trasladarse a otros lugares de Turquía. “Mucha gente cruza la frontera de forma ilegal. Vienen con muy poco dinero. Para ellos es difícil encontrar un lugar donde vivir si no están en los campos. La atención médica es una necesidad apremiante”, resume Alison Criado-Pérez, enfermera de una clínica de Médicos Sin Fronteras (MSF) en Kilis visitada por muchos refugiados que sobreviven fuera de los campos.

En esta clínica abundan las historias de pacientes que han llegado a Turquía sin documentación porque su pasaporte ha caducado o se ha extraviado. “Es muy peligroso. Corres el riesgo de que te disparen”, explica una joven siria que ha cruzado en varias ocasiones los olivares que pueblan la frontera. Sea cual sea su situación económica, los refugiados asisten al derrumbamiento de sus vidas pretéritas y afrontan con incertidumbre el futuro. “El negocio iba muy bien”, evoca un sirio que regentaba una tienda de muebles en Alepo aplastada por un tanque. “Echo de menos la vida antes de la guerra”, abunda mientras espera a que su esposa salga de una consulta ginecológica de MSF. La vida cotidiana de este refugiado ha dado un giro radical: antes del inicio del conflicto, viajaba a Estambul o Atenas en busca de inspiración para el diseño de minibares y decoración de dormitorios; ahora, no tiene trabajo. La guerra siria también ha golpeado a las familias con más recursos.

Cruzar la frontera no es el fin del dolor para estos sirios, sino el inicio de un duro proceso de recuperación emocional, sobre todo para los que han sufrido heridas severas o han dejado familiares atrás. Entre los refugiados hay una mayoría de mujeres y niños, un detalle que habla de la cantidad de familias divididas que anhelan el fin de la violencia para recomenzar sus vidas. Necesitan tanto atención médica como psicológica. Sonya Mounir, que supervisa a un equipo de psicólogos de MSF en Kilis centrado en los refugiados sirios, cree que el futuro constituye el principal estímulo para todos. “Nuestro objetivo es que aprendan a lidiar con su nueva situación, que tengan algo de esperanza, que tengan ideas y sueños”, resume.

Ahmed tiene esta tarea por delante: debe amoldarse a una vida lejos de su tierra y después de haber sufrido un bombardeo. Pronto cambiará el garaje por un campo de refugiados en condiciones dignas, pero sus muletas, apoyadas en la pared, invocan el episodio traumático que aún no ha superado. “Quiero un pie ortopédico”, dice una y otra vez. Cabizbajo, Ahmed no sabe cómo contestar a la pregunta de qué le gustaría hacer en el futuro: “Antes jugaba con mi hijo, ahora no puedo”.

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