Miércoles 3 de febrero de 2016
Quienes vimos la película de culto de los films de horror "The Thing", dirigida por John Carpenter y protagonizada por Kurt Russell, recordamos con detalles cómo cada uno de los científicos de una base en la Antártica iban desapareciendo. Aún tenemos la incertidumbre, reflejada en la cinta, sobre qué deben sentir los exploradores reales que operan las remotas bases del continente blanco. Clima extremo, condiciones de supervivencia difíciles y, ciertamente, una relativa soledad son parte del costo de la misión, pero al mismo tiempo está la sensación de explorar al límite del conocimiento y dedicarse el 100% a la investigación.
Aunque la Antártica ofrece condiciones climáticas extremas, por otro lado tiene características que la hacen atractiva para la astronomía. Tiene una atmósfera seca, tan seca como el desierto de Atacama, pues precipita muy poco vapor de agua. Posee largas noches en invierno y, dada sus condiciones geográficas, en muchos lugares ofrece vientos estables que favorecen la observación astronómica. Del mismo modo, la pureza y oscuridad de sus cielos , con una contaminación lumínica casi nula, hacen de este lugar un laboratorio perfecto para esta ciencia.
Esto la convierte en un puesto muy interesante y privilegiado para las observaciones en el espectro infrarrojo y de ondas sub-milimétricas, unas muy cercanas a las que detecta el radiotelescopio ALMA en el desierto de Atacama. Por ello, desde hace varios años han existido diversas estaciones de observación astronómica en la Antártica. Uno de los primeros instrumentos instalados fue el Telescopio Submilimétrico Antártico de 1995. Su estructura consistía en una antena parabólica de 1,7 m de diámetro, la que detectaba radiaciones entre 200 y 2.000 micrones. Su principal objeto de estudio fueron las Nubes de Magallanes –dos galaxias vecinas a la Vía Láctea–, donde buscó las emisiones de monóxido de carbono y de carbono neutro en el medio interestelar.
Diez años después, a mediados de la década del 2000, se instaló el South Pole Telescope, o Telescopio del Polo Sur. También en el sub-milimétrico, fue diseñado especialmente para detectar las emisiones de la Radiación de Fondo Cósmica. Las bajas temperaturas de continente Antártico son críticas para este tipo de mediaciones, donde por un lado la señal que se quiere detectar es muy débil y, por otro, es preciso medir las fluctuaciones de la radiación entre diferentes lugares del espacio apuntando el telescopio a distintas direcciones.
Por otro lado, la quietud de la Antártica sirvió para instalar en el año 2010 el Ice Cube, un gigantesco detector de neutrinos ubicado debajo del suelo.
Las misiones nombradas arriba, y otras como SPIDER, AST3, etc., presentan desafíos logísticos importantes, pues es necesario mantener a varios especialistas en buenas condiciones y premunidos de alimentos y calefacción por los 365 días del año. Un factor importante también es un equipo de comunicaciones a prueba de las peores condiciones climáticas que se puedan imaginar, las cuales si bien no son permanentes, cuando ocurren pueden impedir incluso que alguien salga al exterior –vientos extremos de más de 80 km/h y temperaturas por debajo de -30ºC–.
La Antártica es un continente que es utilizado casi exclusivamente para labores científicas y la astronomía no es la excepción. Si bien en Chile esta ciencia se asocia al desierto de Atacama, la cercanía de nuestro país con el continente blanco es una motivación extra para instalar y procurar nuevos proyectos en los cuales podemos ser un actor relevante en el futuro cercano. La última frontera de la Astronomía en Chile no solo está en el desierto, sino también en la Antártica.