Miércoles 9 de marzo de 2016

Ya casi no queda rincón del planeta que no haya sido mapeado. La precisión que se ha alcanzado se ve sólo limitada por nuestra capacidad de detalle al mirar la Tierra desde el espacio y, prácticamente, podemos asegurar que no quedan tierras desconocidas por descubrir. Algo impensable en las épocas que las primeras carabelas partían del Puerto de Palos para explorar y mapear el nuevo continente.
¿Se acabaron los misterios entonces? Para nada. Estos ahora están en la dirección opuesta, mirando hacia el espacio. Si bien el mapeo del universo comenzó en la época de los griegos, sólo en los últimos años está dando pasos agigantados. Hay esfuerzos que apuntan a llegar lo más lejos posible, así como también otros que se focalizan en encontrar objetos a lo ancho de todo el cielo. Curiosamente se usan telescopios que no son tan grandes como se pudiera pensar, típicamente de menos de dos metros y medio de diámetro. Lo más lejano que se ha llegado fue con el Telescopio Espacial Hubble. Últimamente éste ha estado apuntando hacia grandes cúmulos de galaxias que curvan el espacio-tiempo para usarlos como lupas –que le permiten llegar aun más lejos–, para "ver" a distancias tan grandes que implican que la luz ha estado viajando durante el 95% de la vida del universo. Por otro lado, la mayor cobertura de la superficie del cielo se logró con un telescopio diseñado exclusivamente para mapeos, el telescopio Sloan en Apache Point, en Estados Unidos. Éste hace un relevamiento de datos hasta distancias casi tan impresionantes como las que se logran con el Hubble desde órbita. Gracias a este último, hoy tenemos datos sobre la posición de decenas de millones de galaxias.
Pero estamos a mitad del camino. En pocos años más se completarán los nuevos mapas del universo, que nos dirán dónde están varios "miles de millones" de galaxias más. ¿Qué se hará con todos estos datos y qué podemos sacar de ello?
El afán por mapear los continentes terrestres estaba motivado no sólo por conocer y descubrir nuevos territorios, sino que también por identificar la ubicación de las distintas fuentes de materias primas. Y algo parecido ocurre con el mapeo del universo.
La riqueza que buscamos al hacer estos mapas del cosmos está en las pistas de la naturaleza del universo. Ellas son la materia prima que nos llevará hacia la comprensión de cómo se forman las galaxias y los cientos de miles de millones de estrellas que hay en cada una de ellas.
Un nuevo "Puerto de Palos" de la astronomía estará en la cima mocha del Cerro Pachón, en el norte de Chile. Ahí se está construyendo un nuevo telescopio de mapeo pero de 8 metros de diámetro, el LSST (por sus siglas en inglés "Large Synoptic Survey Telescope") que refinará los mapas del universo visible desde el sur hasta distancias diez veces más profundas que lo que conocemos hoy. En astronomía la riqueza aumenta con el volumen y si vamos diez veces más lejos tenemos mil veces más datos, y conocimientos mucho más precisos.
Los astrónomos son los marineros modernos de la exploración espacial. Gracias a sus mapas pasamos de pensar en universos estáticos a universos en expansión a fines de la década del 20, y más tarde, a finales del siglo XX, saltamos a un universo que se expande aceleradamente. Ahora creemos que, con la nueva generación de mapas, lograremos entender el "por qué" de esta aceleración, que aún asignamos a una componente casi misteriosa del universo, la "energía oscura". ¿Qué es este componente? ¿Cuál es su naturaleza? Esto es algo que si tuviéramos mil veces más datos que los disponibles actualmente deberíamos poder responder. Y, justamente, hacia allá vamos.