El gigante asiático:
China, la niña bonita del baile


Ninguna nación ha sido tan exitosa en subir la escalera del desarrollo económico en los últimos 25 años. Pero es justamente ese éxito el que hace resaltar el rezago en la apertura política.


KATHERINE BÄUERLE EWERT

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La dorada estructura metálica ubicada en el hall central del Museo de la Planificación Urbana de Shanghai resume cómo será Pudong, el modernísimo distrito financiero de esa ciudad, cuando esté totalmente terminado el año 2020: los rascacielos, las torres emblemáticas, todo está allí en destellante exposición. Dos pisos más arriba, una maqueta de 60 m2 retrata -hasta en el más minúsculo detalle- el ambicioso planeamiento urbano de la ciudad más rica de China.

Shanghai es tan bullante como la economía china.
 

El mensaje para el visitante del museo es uno solo: aquí el dinero rebosa, y se está gastando generosamente en infraestructura, pero también en imagen. Sí, porque la imagen de un país exitoso es gravitante en la China del siglo XXI, una nación que entró de lleno al proceso de la globalización, dejando atrás el aislamiento de décadas para convertirse en uno de los motores de la economía mundial.

Pisando fuerte

Los aires de bonanza y exitismo que se perciben en China no son una impresión arbitraria. Las cifras corroboran el optimismo generalizado: si el explosivo desarrollo de China se mantiene como hasta hoy, se espera que para el año 2010 su economía sea del tamaño de la de Alemania, y que para 2020 llegue incluso a superar a la de Japón.

El gigante asiático viene pisando fuerte desde hace rato. La apertura al capitalismo decretada por el líder comunista Deng Xiaoping en 1978 marcó un giro trascendental en un país que en el pasado siglo se lo pasó de sobresalto en sobresalto: sufrió una invasión extranjera, una guerra civil, vio el triunfo del comunismo, y hasta sobrevivió a la Revolución Cultural de Mao Zedong.

Pero sería la transición hacia una economía de mercado lo que terminó por cambiarle el rostro a China.

Después de todo es un hecho que ninguna otra nación ha tenido tanto éxito en subir los peldaños del desarrollo económico tan rápidamente como ésta. Desde 1978 su producto interno bruto se ha cuadruplicado; en los últimos tres años su economía ha respondido por un tercio del crecimiento económico mundial (si se mide en términos del poder adquisitivo), y tan sólo el año pasado el país tuvo un crecimiento de 9,7%, cifra que se replicaría sin problemas este año.

La fábrica de manufacturas más grande del mundo que es China, con sus 1.300 millones de habitantes, es, sin embargo, también motivo de preocupación internacional.

Los temores a un sobrecalentamiento de su economía -es decir, que su crecimiento acelerado se vuelva incontrolable- hace rato que circulan. El aumento de la inflación, y la creciente escasez de recursos clave como el petróleo, el agua, la electricidad y el acero han puesto la voz de alarma y han forzado al gobierno de Beijing a ejercer controles para enfriar su economía.

Según Eugenio Anguiano, sinólogo del Colegio de México, el gobierno chino está haciendo bien su tarea al tratar "de frenar selectivamente los créditos bancarios internos, mientras toma otras medidas para reducir el incremento del PIB de más del 9% anual promedio de la última década, a una tasa de entre 7,5 y 8,5%". El peor escenario, asegura Anguiano, sería un "aterrizaje duro", es decir, una caída del crecimiento a tasas menores al 7 por ciento, que "afectaría, entre otras cosas, a las importaciones chinas de commodities, que en 2003 fueron muy altas".

El temor por las commodities resulta crucial, ya que la extraordinaria demanda china por productos como el petróleo, el acero, el cobre, la soya, entre otros, ha disparado los precios internacionales.

Y si la economía china se detiene muy bruscamente, esto podría golpear duramente a países productores de commodities, entre los que se cuenta Chile.

El acelerado ritmo del cambio económico chino no se ha equiparado, sin embargo, con las reformas políticas en un país donde el Partido Comunista (PCCh) mantiene hasta ahora el monopolio total del poder.

Y aquí yace, inevitablemente, la pregunta del millón: ¿Podrá China seguir cargando por mucho tiempo más con la gigantesca contradicción que es su economía moderna y globalizada en combinación con su sistema político de un solo partido?

Olor a reformas


Los optimistas como Lawrence Lau, vicecanciller de la Universidad China de Hong Kong, creen que no, y que poco a poco las reformas políticas se harán realidad en el país. "El éxito de las reformas económicas pueden atribuirse al principio de haberlas realizado 'sin generar perdedores', lo que permitió minimizar la potencial oposición y maximizar el apoyo, preservando la estabilidad", explica. Este mismo principio de "no generar perdedores", asegura Lau, "será la base para la reforma política en China, lo que se concretará en una primera etapa con el fortalecimiento del Estado de Derecho y una incipiente liberalización de los medios de comunicación".

Eugenio Anguiano, por su parte, también cree que en el contexto "de una evolución del sistema socialista -que postula la existencia de un liderazgo colectivo y una democracia dentro del partido-, China indudablemente ha avanzado". Y se explica: "Jiang Zemin concentró menos poder en sus manos que Deng, y éste mucho menos que Mao. La 'cuarta generación' de líderes (encabezada por el actual Presidente, Hu Jintao) probablemente seguirá esa tendencia".

Esto, no obstante, no significa que hoy en China exista el apetito -tanto en el partido como entre la población- por reformas dramáticas en pos de la democracia.

El rápido crecimiento económico en las zonas urbanas, la creciente liberalización del control partidista sobre la vida intelectual y personal, y lo que los chinos consideran son las amargas lecciones aprendidas de la Unión Soviética y su antiguo bloque hacen casi imposible procesos como la revuelta de Tiananmen en 1989.

Tal vez el único gran desafío para el gobierno comunista venga del campesinado, unos 800 millones de personas que están quedando rezagadas del éxito económico. Es el fantasma del desempleo en las áreas rurales, y la inestabilidad que esto puede generar, el mayor reto al statu quo del partido.

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