En 1973, un grupo de jóvenes se abocaba a la idea de realizar en Chile uno de los monajes más exitosos de Brodway. La Iglesia Católica estaba pendiente de esta obra de teatro que ya había generado polémica en otros países. Mientras en algunos sectores eclesiásticos la obra era criticada por que la historia no concordaba con los evangelios, otros la defendían pues se trataba con suficiente respeto a Jesús y sus seguidores.

Era ya casi invierno cuando el entonces Presidente Salvador Allende pidió al Secretario del Episcopado de aquella época, Carlos Oviedo Cavada, que asistiera al ensayo general de la versión criolla de la monumental ópera rock.

América Latina, comenzaba a prepararse para estrenar esta ópera rock. En Argentina un grupo de insatisfechos quemó el teatro donde se estrenó la versión trasandina.

Pese a todos estos antecedentes el Teatro Municipal asumió la responsabilidad de acoger a la Obra Jesucristo Superestrella. La adaptación estuvo a cargo de Jorge López. La dirección de la Filarmónica fue encomendada a Juan Salazar.

Los productores buscaron en distintos colegios y universidades a jóvenes talentos que calzaran con el perfil de los personajes. Así encontraron a Mario Argandoña, que actualmente es músico y vive en Argentina. Él asumió el rol principal de Jesús. Un adolescente Gustavo Graef Marino (director de cine), estuvo con un pequeño rol de soldado. Carmen Montt asumió el rol de María Magdalena y Juan Carlos Carmona se convirtió en Judas. Más tarde sería reemplazado por un hasta entonces desconocido Juan Carlos Duque.

El montaje fue todo un éxito. 30 presentaciones a tablero vuelto avalaron en Chile la creciente aceptación de una historia que en términos formales no se basaba directamente en las sagradas escrituras, pero que en el fondo interpretaba el sentido de los evangelios, mostrando a un Jesús hombre, con miedos pero consecuente con su rol. Quizás la gran virtud de la obra fue acercar de una manera a los jóvenes con la religión.

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