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Rivalidad entre hermanas

Compiten desde la infancia: por el cariño paterno y materno, el juguete, la belleza, la ropa, las notas, la popularidad, el éxito con el sexo opuesto. Y aunque se quieren - a veces muy en el fondo, eso sí- la rivalidad entre hermanas se da con frecuencia. Según los especialistas, son precisamente los padres quienes, sin darse cuenta, pueden contribuir a aumentar los celos y envidias si entregan su amor en forma discriminatoria, mostrando mayor inclinación por la hija más bonita, la más inteligente o la que fue más deseada.

24 de Abril de 2006 | 15:34 |
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Es una relación teñida por sentimientos encontrados, en que se actúa como madre, hija, amiga o encarnizada rival. Es la relación de hermanas.
Caso extremo
A Alejandra (24), soltera, le cuesta hablar del tema. "Mi hermana mayor y yo pasamos por una época en que nos agarrábamos a arañazo limpio, pero eso no lo recuerdo. De lo que sí me acuerdo es que yo la adoraba; era mi ídola. Crecimos en Venezuela y nos vinimos a Chile cuando cumplí 17 años. Ella prefirió quedarse allá. Mi primer pololo lo tuve cuando entré a la universidad. Él me hablaba de matrimonio, pero todavía no me sentía lista para casarme".
Llevaban tres años, cuando su hermana vino a Chile. "Se la presenté y se cayeron súper bien, cosa que a mí me dejó muy contenta. Quince días después, se fue, pero con mi pololo mantuvieron el contacto. Él me contaba que se escribían mails y yo, fascinada. Hasta que de repente, él dejó de hablarme de ella y ella de él. Mi hermana empezó a llorarle a mi mamá en el teléfono. Y mi pololo comenzó con lo mismo hasta que terminó conmigo. Me explicó que el problema no era mío, sino suyo y que tenía que solucionarlo. Después, con mi mamá a mi lado, me dio ataque de llanto. No entendía por qué pasaba esto. Llamé a mi hermana y fue súper amorosa".
Quedó muy mal. "Iba a clases como zombi. Lo llamaba, pero él me decía que era mejor que no nos viéramos. No había pasado un mes cuando apareció por mi casa. Dime la firme, ¿es por otra mujer?, le pregunté. En eso, me mira, me agarra de los hombros y me dice: Estoy enamorado de tu hermana y nos vamos a casar. Se me vino el mundo encima. Yo miraba el cielo y gritaba: ¡Esto no me está pasando! Lo agarré a combos y a patadas. Le pegué con todas mis fuerzas y en eso, él me abrazó. Porque claro, todavía me tenía cariño".
Confiesa que su problema era tremendo: "Por un lado. estaba perdiendo a mi pololo que era mi mejor amigo, mi confidente. Por otro, tenía un conflicto amor-odio con mi hermana; era tan fuerte, que no sabía cómo asumirlo. Mi mamá trató de consolarme, pero no podía ponerse en contra de mi hermana; tampoco yo le pedía eso. Mi papá estaba afectado y mi hermano, furioso. Mi ex pololo se fue pronto a Venezuela y allá se casaron. Yo estuve varios meses con depresión, como en el aire, sin saber qué hacer con mi vida. Congelé mi carrera. Me vieron un siquiatra y una sicóloga".
Todo eso pasó hace un par de años. "Ahora estoy bien, más madura, trabajando. Di un vuelco y en eso creo que influyó haber vuelto a hablar hace poco con mi hermana. Lo hice aconsejada por la sicóloga. Mucho antes, eso sí, ella me mandó una carta en la que me decía que yo siempre sería su hermana chica, que me amaba, que no había querido dañarme y que algún día la iba a entender".
Cuando se le pregunta qué siente ahora por su ex pololo, dice que nada, pura indiferencia. "Respecto de mi hermana, con el tiempo, me encantaría reconciliarme con ella, tenerla de nuevo como mi amiga, aunque creo que nunca será como antes, siempre va a estar la sombra de lo que pasó y el día en que tengamos cualquier pelea, se lo voy a echar en cara. Lo que yo quiero es que ella no sólo me pida que la entienda, sino que reconozca el daño que me hizo y me pida perdón. Pero hasta ahora, nunca lo ha hecho".


De alguna manera, es el caso de Sandra Klenner (49), dueña de casa, separada, cinco hermanas. Sus conflictos los tuvo fundamentalmente con la mayor. "Aunque no asumía ninguna tarea en la casa, me tenía celos. Me perseguía, me molestaba, se ponía mi ropa y mis zapatos sin permiso. Siento que invadía mi espacio, que competía con todo el mundo. Yo no sé por qué era tan insegura y envidiosa. Ella era más linda que yo, incluso fue segunda Miss Chile. Mi mamá se preocupaba mucho más de ella, y de mis hermanas menores se encargaba una tía. Yo tenía más responsabilidades, como ir de compras al supermercado con la nana o al banco; desde muy niña aprendí a pagar cuentas y otros trámites. La mayor, según decían todos, no sabía, a pesar de tener seis años más que yo, y las menores eran muy chicas. Con el tiempo, eso me trajo frustración y resquemores, porque consideré que también merecía que me regalonearan, ser un poquito tonta. Ahora nos llevamos mejor con mi hermana, pero amigas-amigas, no somos".

La relación de hermanas, a pesar de ser tan importante, ha sido poco explorada por la sicología. Es una relación en que, según la sicóloga experta en mujeres y parejas, Liliana Muñoz, se ama y se odia, se solidariza y se compite por el cariño de los padres, el lugar en la familia, el aspecto físico, la inteligencia, la popularidad.

La sicóloga Clemencia Sarquis, terapeuta de parejas, reconoce que, aunque no son muy comunes, en la vida real pueden darse casos brutales de rivalidad fraternal. A ella le tocó atender uno. Fue el de una pareja cuyo primer hijo nació con síndrome de Down y ese mismo día el marido tuvo relaciones sexuales con su cuñada. "Un hecho terrible, pero que tenía una explicación: el hombre estaba tan desesperadamente frustrado que eso lo llevó a requerir de una gran estimulación para sentirse vivo, sin medir las consecuencias. Su amante ocasional, en cambio, lo hizo como una forma de desquite: siempre había estado enamorada del marido de su hermana y rivalizado con ella en todas las áreas".

Explica que es normal que los seres humanos compitan unos con otros y el primer ensayo ocurre precisamente al interior de la familia, aunque ninguna mujer que consulta dice que el motivo es porque no puede superar sus rivalidades con una hermana. "Lo hace porque se siente deprimida, con su autoimagen por el suelo o tiene problemas con su pareja. Lo que una encuentra muchas veces, al hurgar en la historia de esa mujer, es que ha vivido sintiéndose personaje de segunda clase porque se sentía inferior a su hermana. Cuando logra entender eso, y después de un intenso trabajo mental descubriendo sus propias virtudes, su autoestima mejora. Entiende que ella no vale menos, sólo es distinta".

La rivalidad forma parte de nuestra naturaleza y, como explica la sicóloga, la envidia marca gran parte de nuestras relaciones, lo que a la mayoría le horroriza. "Pero es el motor que nos permite superarnos, claro que si se resuelve de manera adecuada y no es destructiva para uno mismo y la otra persona. Quien envidia a su hermana por su belleza puede buscar en sí otras fortalezas y concluir: no importa, yo soy más simpática. Ésa es una forma positiva de contrarrestar el sentimiento. Será negativa si trata de opacar a la más linda, jugándole malas pasadas".

Los padres desempeñan un rol importante en todo esto, asegura: "Si hacen diferencias en cuanto a su entrega de cariño, las hijas enfrentarán peor la competencia. Hay frases típicas que una escucha: Mi mamá siempre la prefirió a ella. Para mí las cosas fueron más duras. Mi papá me puso la vara más alta. Y esos celos se agudizan cuando la que se siente menos querida escucha cosas como: apréndele a tu hermana, que nunca me da problemas.

Jorge Gissi, profesor en la Escuela de Sicología de la Universidad Católica y experto en terapia familiar sistémica, coincide con el planteamiento: "Los padres contribuyen a aumentar los celos, inseguridades y envidias de sus hijas si entregan su amor en forma discriminatoria, mostrando mayor inclinación por la más bonita o la más inteligente o la que fue más deseada. Esta preferencia revela una inmadurez emocional de ellos mismos, que aumenta los conflictos tensionales y de rivalidad fraterna".

A veces, estos sentimientos pueden permanecer por mucho tiempo dormidos, hasta que se produce un acontecimiento que los despierta. Como el hecho de que la hermana bailó más en la primera fiesta, o recibió los mejores regalos para su matrimonio, se le agrega la competencia por la ropa, el peso, la popularidad entre las amigas o el sexo opuesto.

También influye la ubicación en la familia. "Habitualmente a las mayores se les exige que sean muy responsables, mientras las menores son mimadas y consentidas, lo que genera celos mutuos".

Clemencia Sarquis sostiene que la rivalidad entre hermanos es distinta a la de las hermanas. "La del hombre está más orientada a la acción, tiene un mayor dejo de agresividad y suele resolverse recurriendo a la fuerza. En las mujeres es más encubierta y se resuelve más por medio del pensamiento, la emoción, la angustia".

Jorge Gissi postula que la competencia de ellos siempre se ha dado por la riqueza y el poder, y la de ellas, por el atractivo físico, "lo que perdura hasta hoy, sobre todo en las familias más tradicionales, en que la más linda de las hermanas es envidiada por las otras". Explica que esto se vincula con el rol asociado al género femenino, que está subordinado al matrimonio; "ella sólo puede lograr su estatus social y económico porque es la señora de, y si no consigue marido hasta cierta edad, el tren la dejará, quedando con un papel difuso en la sociedad y socialmente un poco abandonada".

Pero, en los últimos cuarenta años, agrega, la identidad femenina ha ido cambiando hacia lo intelectual y hoy la mayoría de las jóvenes están poniendo en un plano destacado el éxito en la carrera y en lo laboral, transformando este tipo de logros en el centro de la rivalidad. "Sin embargo, la belleza sigue siendo un tema importante".

También es más frecuente de lo que muchos imaginan, el conflicto por el amor del mismo hombre. "Incluso hay analogías de ese tipo, siendo la más cercana la del cuento Cenicienta, cuyas hermanastras, que simbólicamente representan a las verdaderas hermanas, rivalizan con la niña por el amor del príncipe, descargando sobre ella todo tipo de maltratos", sostiene Jorge Gissi.







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