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“Uno queda atrapado por el rigor de esas realidades”

20 de Mayo de 2005 | 11:04 |
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No hay duda que Miguel Littin lleva sangre árabe. Aunque mezclada con griega, sus profundos ojos negros, las grandes ojeras y la nariz lo hacen un perfecto representante del Medio Oriente. Él, sin embargo, se siente absolutamente huaso -colchagüino, para ser más exactos- y por eso, a pesar del éxito en México y Europa decidió volver a Chile, incluso clandestino en 1982 y establecerse en su país definitivamente hasta hoy.

Acaba de estrenar su última película “La última luna”, que trata de la historia de una aldea en Palestina, a principios de siglo, donde conviven árabes y judíos. Para el director, este film significa su madurez, la capacidad de hacer lo que le interesa y no lo que la crítica elogia o lo que llena las salas. “Es la acumulación de acontecimientos que produce un gran hecho histórico a posteriori”, explica.

-¿De verdad no te importa la taquilla?
“La cultura cinematográfica del producto norteamericano es muy efectista y, a veces, muy bueno, pero no corresponde al ritmo de vida de los seres humanos; sobre todo a la de los campesinos pobres y esto es la historia de pequeñas aldeas con un ritmo completamente distinto. La taquilla no tiene sentido aquí ni en ninguna de mis películas”.

-Esta cinta tiene mucho que ver con tus raíces, ¿fue esa la motivación?
“Efectivamente, tiene reminiscencias de mi infancia y de la de miles de chilenos que tienen el mismo origen; en Chile viven cerca de 500 mil personas que están vinculadas con la inmigración árabe y tienen esa misma memoria.
“Muchas de las historias que aquí cuento, las escuché de chico; después, cuando fui a Palestina por primera vez, empecé a oír nuevos cuentos – los de quienes se quedaron allá- y quedaron en mi memoria hasta ahora. Entonces no conté la historia de los que se vinieron, sino la de allá, que era muy fuerte”.

-¿Fue difícil filmar en pleno territorio de conflicto árabe –israelí?
“Estando allá es difícil substraerse, porque está en todas partes, en la calle, en los colegios, en las universidades, en los colegios; todo el mundo habla de eso y además uno ve a los
soldados, la ocupación, la tremenda injusticia que significa para un pueblo no poder tener su propia independencia jurídica, política y, lo más importante, no puede desarrollar libremente su cultura.
“Uno comienza a ser parte, queda atrapado por el rigor de esas realidades humanas e históricas”.

-¿Es muy diferente estar allá que ver el conflicto desde acá?
“Sí, claro. Aquí sólo se ven las noticias, los hechos que culminan, la entrada de tropas, el enfrentamiento; pero no ve lo que es la violencia cotidiana, en la que las personas no tienen ninguna independencia para realizar su vida: cruzar la calle, ir a ver a su familia, a su madre, ir a otro pueblo, trabajar. En vez de eso, están confinados en guetos y ahora, además, han levantado el muro de nueve metros que divide Palestina y serpentea; entonces, es una forma completamente inhumana de vida; también el peligro de un atentado está siempre latente”.

-¿Y el odio entre las personas comunes y corrientes es tan grande como se percibe aquí?
“Se va creando en la misma medida en que existe la ocupación; pienso que empezaría a terminar si se retiraran y existieran dos estados, el israelí y el palestino, y pudieran convivir, haciendo negocios, mirándose a los ojos. Habría que llevar a cabo acciones sociales y de cultura que los acerquen y les enseñen a conversar, porque mientras los palestinos sigan creciendo con los tanques encima de sus vidas, es imposible parar el odio”.

-No es la primera vez que filmas en zonas de conflicto, ¿por razones políticas?
“Hemingway vivía la literatura como una aventura, también otros autores que yo he admirado mucho, así que, probablemente, hay una influencia desde la infancia, desde las primeras lecturas con esto de que la vida y el arte están ligados a grandes movimientos del mundo, a la participación.
“Hoy se ve un poco curioso que un intelectual, un artista, esté comprometido con las causas en el mundo; sin embargo, hay que pensar lo que significaron los intelectuales participaron en la Guerra Civil Española, en la defensa de París cuando avanzaban los nazis; el mismo Neruda es un ejemplo de eso, también Huidobro. Mi conducta corresponde a esa influencia, a esa formación de la intelectualidad a la vanguardia y combativa, que no busca el éxito fácil, ni el aplauso, sino el compromiso y poner las herramientas al servicio de las grandes causas, sin fronteras”.

-¿Influye tu ascendencia palestina en la mirada de la película?
“Siempre digo, aunque he sido poco escuchado, que si hubiese ido a Palestina y hubiese visto al pueblo judío oprimido, hubiera hecho la película desde el punto de vista judío. Por eso traté el problema con mucho respeto para ambos pueblos y sus símbolos sagrados, desde muy adentro, muy profundamente”.


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