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Dime dónde haces ejercicio y te diré quién eres

Para las que no pueden vivir sin el té verde, el Yoga Shala. Para la que vive arriba del station, haciendo tareas con los hijos por el manos libres del celular, mientras reta a los retoños propios y ajenos que acarrea en los asientos de atrás, el Curves. Para las esclavas de la moda que no saben dar pie atrás, Pilates. Y para las que tienen la vida de princesa moderna, el Balthus.

13 de Julio de 2005 | 14:10 |
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En mi humilde opinión - mujer frívola asumida ciento por ciento and proud to be- , creo que cualquier mujer se define no sólo por su set de apoyo sicológico alternativo y no reembolsable por la isapre, sino también por donde va a sudar en público para lograr la nunca lograda figura 90-60-90. Todo eso nos identifica tanto como a los sub 20 los separa la música que escogen y quizás qué más.

La peluquería elegida para ir a llorar las penas, la tienda que emite las boletas que generan más alivio anímico que una caja de alprazolam y el gimnasio al que va. Mi equipo de apoyo seudo siquiátrico y always on call está encabezado por Rodrigo Cuevas, peluquero ondero ubicable en Época y hombro amigo desde hace 11 años; la Nancy, depiladora residente del Omnium y confidente desde hace 13 años, y la Mabel, mi recientemente adquirida manicurista de Nueva Línea, en los Cobres de Vitacura.

Pero sobre los gimnasios, me consideraba interdicta. Y para peor, la gravedad está haciendo estragos y por eso tuve que salir a buscar dónde mejorar lo que hay. Me siento cual auto F-1 entrando a pits. Aconsejada por las que saben, me lancé a sudar en público. Y esto fue lo que vi.

Para las que toman té Yogui entre grabaciones de tevé

Si una aspira a entrar al mundo de la tevé con un cuerpo envidiable y un aura de mujer trascendental y preocupada de las vidas que se vienen por delante, el lugar elegido para perder grasa es el Yoga Shala. Es como estar en la India - creo- , claro que sin pobreza, ni ratas, ni ríos donde flotan las cenizas de los muertos, ni vacas sobrevaloradas.

Para las que les gusta andar sin zapatos y ponerse en poses so naughty con aire de santidad, y más encima, endurecerse de pasadita, éste es el lugar. El safari en el Shala incluye desde heroínas de teleserie hasta las gorditas que quieren ser flacas y, de pasada, místicas. Estas últimas se notan más que las famosas, porque son el bicho raro. Aquí se vive una realidad paralela, donde se dan vuelta a mirar al que no es famoso.

Acá las gorditas van con buzo ancho - es imposible disimular lo evidente, pero en fin- y ponen cara de "estoy en Nirvana" para que nadie las moleste por lo que les sobra. Se les nota de lejos que aterrizaron a hacer yoga sólo porque leyeron en alguna revista farandulera que los famosos son tan cool que ni sudan para ser lindos, sino que se ponen a respirar acompasado en poses extrañas y se mantienen guapos. Son las gorditas que se toman los jugos naturales del tercer piso con el mismo aire de sacrificio que pone mi sobrina frente a una cucharada de jarabe para la tos.

También está la clásica go with the flow - soy una de ellas, creo- que sigue las megatendencias con religiosidad envidiable. Para que no se note que va donde la moda la tira, se disfraza perfectamente. En el Shala se viste cual Gandhi. De seguro hace veinte años estas mujeres andaban con polainas y cintillo bailando Flashdance; hace diez, haciendo step hasta en la escala eléctrica del metro y hoy, en yoga. Tan fuera de lugar como yo.


Y están las estrellitas. Las que arrastraron a la masa y convirtieron al Shala en un lugar tan ondero como lo fue el Toro o el Mucca. Desde un ex ministro, al que conocí sus partes nobles íntimamente sin siquiera tomarnos un vino antes; Katyna Huberman descafeinada - insólito, no puedo creer que viví para verlo. Katyna callada y piolita- ; Paz Bascuñán, tan guapa como siempre, y un par de semi desconocidas, que de seguro tiraban sus mantras para que Verónica Saquel se acuerde de ellas.

Por mientras, las aspirantes se ponen a punto para empelotarse a la menor orden del director. Todo en un ambiente de respeto y armonía, claro está. Así, las que mueren por el té verde y el té yogui - el que no sabe qué es, lo dejo de tarea- y que aman tanto las luces de tevé como otros aman los solariums, éste es el lugar indicado.

Para las triple A (apurada, aspiracional y agotada)

Para las que necesitan un día de treinta horas, el Curves vino a facilitarles la vida. El lugar más nombrado en los happy hours de los últimos seis meses llegó a dejar con una culpa menos a las mujeres que se quejan de no haberse clonado antes para poder estar en todas. En este gimnasio la mujer actual se encuentra entre iguales: se quejan entre serie y serie de ejercicios que están sin tiempo, endeudadas, aspiracionales, con station wagon full que manejan apuradas mientras las quejas las tienen agotadas.

Las que militan en Curves son las que viven mirando el reloj para ver cuánto falta para ir a buscar a la prole propia y ajena en alguna actividad extraprogramática. Y como el asunto tiene sedes en todo el mundo, todas felices: más encima una se cree internacional, viajada y con la posibilidad latente de andar adelgazando en un tour non stop. Decir que una está en Curves es, en resumidas cuentas, declararse profesional joven, ultraocupada, que sólo dispone de 30 minutos diarios entre sus múltiples actividades - léase supermercado, reuniones de trabajo, de colegio, peluquería, negociación y renegociación del crédito hipotecario, ayuda en tareas de los hijos, más los turnos de mamá-taxi de los hijos propios y ajenos- y en las horas libres, súper mamá.

¿Cuánto tiempo tienes? ¿10, 15, 20 minutos? No importa, Curves ofrece un plan a tu medida. Pero no encajé ni a la fuerza. Sólo tenía el gimnasio, pero me faltaba todo el resto del estilo de vida. Y esto de estar haciendo deporte en un colegio de monjas - porque de tasar hombres, ni hablar- me tenía mal. Ni una posibilidad de romance a la vista y más tiempo libre del que puedo manejar. Bye bye, Curves.

Pese a que me midieron y me dijeron que estaba significativamente menos grasosa en porcentajes, no era para mí. Mi auto no encajaba entre tanto station tapizado de Gracco.

Para las que tienen la vida que yo soñaba


Las mujeres del Balthus son exactamente el tipo de mujer que una envidia. Porque decir odia es una palabra muy fuerte y fea como para andarla gritando a los cuatro vientos. O por lo menos eso fue lo que me dijeron a mí desde chiquitita. Porque hacer ejercicio en un lugar tan top y más encima al ladito de Borderío es demasiado.

Demasiado parecido a lo que he soñado que debería ser mi vida. Allí las mujeres se dividen de acuerdo con la hora a la que se aparecen por el wellness center. Porque decirle gimnasio al Balthus es un pecado de proporciones. Ellos se preocupan del bienestar total de las personas y por eso el vocablo gimnasio les queda chico. Cero mala onda con el resto, pero es como si dijeran: "been there, done that, moving on". Están en otra.

Las que van en la mañana son las aplicadas que le hicieron caso a la mamá desde chicas y lograron el oculto sueño de todas las mujeres. En su mayoría cuentan con un gentil y generoso auspicio del marido, por lo tanto, no les duele pagar. Tienen tiempo. Mientras los niños aprenden a decirlo todo en inglés, ellas se suben a las trotadoras y comentan sobre tiendas de Miami como una se pasa datos de Providencia.

Y entre los espectaculares jugos tomados en la cafetería con vista a la piscina, ellas viven la vida que de seguro me estaba asignada a mí, pero por alguna mala broma del destino me la plagiaron. Ellas se quedan el triple del tiempo que las Curves girls, aprovechan además de darse un masaje o sentarse en el sauna o nadar en la piscina que yo debería tener en mi patio, si fuera Letizia. Odiables.

Las otras son las que van en la tarde, a la hora del happy hour. Son la profesionales top, que tienen el mundo en sus manos y que necesitan desconectarse de alguna forma. Y qué mejor que ir al Balthus, donde siguen trabajando aunque no quieran, porque se topan con la crème de los que mueven el mundo.

Ellas son las que se leen el cuerpo B entero, las que se interesan en Bloomberg, Greenspan, y un par de nombres que no alcancé ni a anotar, porque qué vergüenza estar entre los grandes preguntando cómo se deletrea. Descubrí que el Balthus es la definición del "cuando sea grande". Acá se concentran las mujeres a las que una aspira a llegar a ser algún día. Mantenida, pero bien mantenida; o exitosa hasta decir basta.

Para las esclavas de la moda, esforzadas

Supe que en un Vogue gringo dicen que la única pregunta política posible es: "¿pilates o yoga?". Yo tengo muy clara mi postura. Yoga. Porque el Pilates es un deporte traicionero. Cuando vi las primeras fotos de la técnica más de moda, pensé que era ir a tenderse y que te adelgacen y tonifiquen por arte de magia. Y resulta que no. Que hay que esforzarse. Y mucho.


Me acuerdo que hace diez años hubo unos "gimnasios pasivos", donde la floja consumada se tendía y las máquinas la sentaban para que hiciera abdominales y etcétera. Pensé que Pilates era lo mismo, pero no. Por eso creo que en esos estudios abundan mujeres engañadas que no quieren dar pie atrás. De seguro hay muchas mujeres que escucharon por ahí que el Pilates era el ejercicio de las guapas de marca mayor y partieron a hacer lo que se puede. Y como es un poco feo preguntar tanto, se matricularon y listo. Paf. La dura realidad.

El Pilates es difícil y todas las que están adentro son, para mí, semisantas. Reconozco que soy una ignorante en el tema Pilates. Sé que hay poleas, pelotas, máquinas como de tortura. Ni idea de cómo lo hace la reina del pop, pero yo quería estar como en las fotos que vi en internet: arriba de una pelota, adelgazando. Con informes confiables a favor de Angel Studio Pilates, partí.

Elegí la sede de La Dehesa, sólo por afanes exhibicionistas. Después de una elongada poca, un paseo por El Portal y un frapuccino de café en el Starbucks. Panorama redondo. Tal vez sea el método del momento, pero no era lo mío. Está bien, todas guapas y simpáticas, pero las instructoras me tenían acomplejada. Mira tú que estar tan tonificada por la vida. Así, ni una posibilidad de estrenar mis poleras más ajustadas al lado de ellas. No se puede. Lo bueno era que las compañeritas de clase iban con buzo ancho y sin afanes exhibicionistas.

Todo un logro. Perdí bastantes veces las instrucciones por estar mirándome fijo en el espejo, lanzándome bombas de odio por ser tan esclava de la moda y no preguntar bien antes las cosas, previo a dejar que me amarren a unas poleas. El Pilates no es para mí. Es para gente con algo de training en el cuerpo. No como yo, que sólo ejercito el pulgar con el control remoto de la tevé y el espaciador del teclado del computador. Puse mi mejor cara a las compañeritas y salí discretamente. Pensé en decirles corran por su vida; si nos arrepentimos todas juntas, prometemos no contarle a nadie y pasamos piola. Pero nada. Dignidad ante todo.

Además que algunas ponen cara de estar pasándolo muy bien. Y para qué andar postulándome a político en campaña, proponiendo la rebelión de las masas musculares adoloridas. Por lo menos me quedo más tranquila. Puedo decir I tried. Cero éxito en esto de andar trepándome arriba de pelotas con fines terapéuticos, o hacerme un nudo a lo fakir a la menor provocación, o a volver a los días de colegio de monjas sólo por placer. No hay caso. Y menos, para torturarme con el Balthus y todo lo que podría llegar ser y no es todavía.

Bienvenido a mi vida, vinagre de manzana. Porque con los gimnasios, definitivamente I quit, I give up.
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