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“Bajar setenta kilos no es menor”

31 de Agosto de 2005 | 12:14 |
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La vida de Luz María Barceló (39 años) no sólo cambió porque pasó de ser jueza de Menores de Puente Alto a una de las primeras juezas de Familia, sino que, además, dejó atrás un pasado de obesidad y hoy es una mujer muy delgada, que representa muchos menos años que antes y que no tiene problema en contarlo.

Estudió en la Inmaculada Concepción de Curicó, luego Derecho en la Pontificia Universidad Católica. Se recibió y, después de dos años de profunda búsqueda espiritual, instaló una oficina privada con su amiga del alma, Pía Adriasola (la señora del diputado UDI, José Antonio Kast), en Buin.

Sus vidas están muy ligadas, han sido amigas desde la universidad y “Lula”, como le dice todo el mundo, ha sido parte integrante de la familia Kast Adriasola. Ha vivido casi como suyos los embarazos de Pía y constantemente habla de los siete niños más la guagua que acaba de nacer, con gran cariño. Cuenta, por ejemplo, que “cuando la mayor era chiquitita, conversábamos las causas a la hora de almuerzo, pero para que ella creyera que le hablábamos de otra cosa, lo hacíamos en tono de guagua”… y estalla en una carcajada.

“Instalamos oficina y, entre que la Pía esperaba a los tres primeros, decidimos que ella se iba a dedicar a lo extrajudicial y yo a lo judicial. El Tribunal de Buin estaba absolutamente colapsado y empecé a sentir que uno trataba de hacer tanto… me quedaba hasta tarde haciendo unos escritos maravillosos y resulta que se demoraban dos semanas en ponerle Téngase presente, porque el tribunal no daba para más”.

-¿En ese momento decidiste cambiarte al sistema público?
“Me empecé a desilusionar del sistema y, entre que la Pía esperaba y esperaba guagua, nos dimos cuenta que había que cerrar la oficina, pero nos moríamos de pena. Finalmente, lo hicimos y me di cuenta que yo quería estar al otro lado, al lado en que se decide”.

-¿Por qué?
“Porque en ese lugar uno puede tener alguna herramienta más”.

Así, lleva diez años de jueza. Empezó haciendo suplencias en el 1º Juzgado de Menores de Santiago, después se fue a hacer una, de post natal, al 2º Juzgado de Letras de Talagante y, cuando fue a dar las gracias a la Corte porque había terminado el reemplazo, le comunicaron que estaba vacante el cargo de secretaria del Juzgado de Menores de San Antonio; en ese cargo estuvo un poco más de un año y como la titular se vino a Santiago, Luz María postuló al cargo de juez y se quedó con él. “Fue bien increíble, porque partí bien chica de jueza”.

-¿Y desde allí a Puente Alto?
“Después de cinco años, me fui a crear el Tribunal de Menores de Puente Alto. Fue un desafío precioso, pero muy agotador, porque nació colapsado, el primer año ingresaron cinco mil causas. Era totalmente inmanejable, ni aunque hubiera vivido en el tribunal, hubiese dado abasto; fue una etapa bien desgastadora el tratar de mantenerlo en pie hasta el 1º de abril en que juré acá.”

-Eres bien matea.
“No, ni tanto; nunca lo fui, pero como que la vida me transformó en matea. Pero lo que sí ha marcado mi carrera, mi tema, es la familia. Aunque los Tribunales de Menores han sido siempre como mal mirados dentro del Poder Judicial, siempre fue mi opción y ha existido una vocación especial que me ha hecho estudiar y prepararme cada vez más. Es un tema de jugársela por lo que uno cree”.

-¿Crees que la familia está en crisis?
“Lo que uno ve todo el día es eso, en el trabajo, pero no se puede perder la confianza. Siento que cada día pongo un granito de arena para que los conflictos familiares duren lo menos posible, se sanen de la mejor manera y los niños resulten lo menos dañados que se pueda. Ese convencimiento es lo que me mueve”.

-Esta carrera tan demandante ¿ha intervenido en tu vida personal?
“Qué difícil. Hay una vocación especial que requiere de mucho tiempo y dedicación, pero siempre he tratado de mantener espacios de vida personal que para mí son muy importantes, aunque este año ha sido bien difícil con todo este trabajo… también hay todo un cambio con el tema de la bajada de peso”.

-¿Tanto así?
“Bajar setenta kilos no es menor; entonces hay un proceso de encuentro con uno, de trabajo personal, que ha sido importante”.

-Te refugiabas un poco en el trabajo.
“Tal cual. Se crean relaciones distintas…¡es todo un tema!
“Nunca me sentí discriminada ni tampoco tuve cambios de carácter, no es que antes fuera timidita y ahora me volví extrovertida. No; pero me doy cuenta, ahora, en un montón de situaciones, que el mundo se enfrentaba conmigo de una manera distinta. Una amiga me decía ¡Ahora no le dai susto a nadie!”.

Toda la explicación la da en medio de constantes risas, como que recién se estuviera dando cuenta que se convirtió en una persona distinta en la percepción de la gente; pero también hay otro cambio: “Es una realidad que te abre expectativas distintas”.

-¿Pero ha tenido costos o no, dedicarse tanto?
“Sí, pero puedo manejarlo si mantengo ciertas cosas básicas como la dedicación a mi vida espiritual, a la familiar, a mi gente más cercana… En términos sociales, sí, tiene un costo… el cargo de juez es bien solo”.

-Te reconoces muy católica ¿qué piensas de la ley de divorcio?
“A pesar de ser súper católica, creo que era una necesidad, había que darle una solución integral a los problemas de familia, uno no puede tapar el sol con un dedo.
“Sólo me duele un poco el mensaje de que el matrimonio ya no es para toda la vida, pero es la solución que protege a la mujer y a los hijos. Por otra parte, deja que quienes creen en el matrimonio para toda la vida, se anulen de acuerdo a causales que se han trasladado desde el derecho eclesiástico. También establece la separación judicial, una tercera forma, personas cuyo matrimonio es válido, pero que tienen el convencimiento de que no se van a volver a casar y establece claramente la manera de hacerlo. Antes había mucho enredo y hoy está regulado”.

-¿Es difícil ser mujer y ver casos, a veces, tan dolorosos y que tienen que ver con niños?
“Lo complicado es el manejo entre no involucrarse y no volverse insensible. Ves tanto dolor que sería muy mala jueza si me pusiera a llorar cada vez que llega un caso, pero, por otro lado, tengo que involucrarme, de manera que me importe lo que le está pasando a ese niño.
“En algún momento generé una técnica que me ha servido: cuando llega un pequeño, pongo todo lo que está de mi parte para solucionar ese caso y ayudarlo, pero, una vez que salió de mis manos, me olvido. Si no cierro un capítulo para abrir el siguiente, me vuelvo loca”.

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