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Lo dulce y agraz de un desafío familiar

06 de Diciembre de 2005 | 17:38 |
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El futuro que proyectó en sus tiempos de juventud no se dio tal cual lo esperaba. María Eugenia, “Quena”, estudió psicología en la Universidad Católica y su expectativa era hacer laboral media jornada y clínica, dos tardes. “El sueño del pibe”, dice entre carcajadas.

Los cambios han dejado su huella -como un extraño acento indescifrable- aunque algunas cosas las mantiene, como su sentido del humor. Cuando se le pregunta cuál es sueño lo primero que lanza, entre risas, es “una Coca Cola normal”, dejando ver la añoranza que siente desde que debió restringirse a la light.

-¿Percibo un acento?
“Ése fue otro de los temas que hicieron difícil la llegada. Yo creía que no iba a tener problemas porque en México se hablaba español, pero no es lo mismo. Tuvimos que aprender a hablar en mexicano y por eso, cuando vengo a Chile me escuchan un sonsonete y me preguntan cuánto tiempo llevo allá.
“Y se mueren de la risa porque ando con el acentito” (con una sonrisa).

Casada con el empresario Francisco Daroch, tiene tres hijos de 9, 5 y 3 años; la partida fue con nana chilena, apoyo fundamental al momento de adaptarse a una nueva cultura, entre otros, por que no tuvieron que cambiar las comidas.

A diferencia de lo que harían muchas madres trabajadoras en Chile, donde si no pueden llevar a los niños al doctor recurren a la abuela de ellos, Quena se apoya en su marido (que puede flexibilizar más su agenda) y si no, en las amigas.

“Tengo la suerte de tener un marido que no tiene trancas con el cuento de cargar con los niños; la tiene con los pañales, pero no en el resto. Además, he tenido la suerte de que las demás mamás me ayudan y llevan y traen a las niñitas, todos los días, del colegio”, explica.

Y esto último resulta vital considerando los problemas de seguridad (asaltos y secuestros) que se viven en Ciudad de México. “Aprendes a vivir con la inseguridad y te relajas un poquito, pero no me gusta que anden mucho en taxi, aunque sean radio taxis; vivimos a dos cuadras del colegio y no se me ocurre que la nana los vaya a buscar a pie; si estoy sola con los tres no salgo al supermercado”, precisa, dando una magnitud del tema.

-¿Te apoyas en una red de amigos chilenos?
“En general, los chilenos se ayudan entre chilenos, pero nosotros, a pesar de tenerlos, tenemos una red de apoyos que es más bien de papás mexicanos”.

-No es fácil encontrar un marido que esté dispuesto a seguir a la señora.
“Francisco ha sido fundamental; es una persona muy emprendedora y no le tiene susto a los desafíos. Pero aún así, le fue mucho más difícil de lo que pensábamos; creíamos, al irnos, que en pocos meses podría estar súper instalado y la verdad, es que le costó conseguir el permiso para trabajar y después, para normalizar las actividades. En México, como en otras partes, te dicen pase por la ventanilla uno y ahí necesita la visa; entonces, iba por la visa y le decían usted necesita una empresa que lo apoye para sacar la visa, pero para crear la empresa, necesitaba la visa. Al final, todo demoró casi un año”.

-Obvio que echas de menos a la familia y el tema de las comidas lo tienes superado. ¿Qué echas de menos de Chile?
“El poder estar en dos horas en la playa o esquiando; el clima, porque las estaciones son al revés donde en el verano hace frío y llueve y el invierno es seco; y el pisco sour”.

-El smog y la congestión te aclimataron.
“Sí, es como estar en casa” (entre risas).

Esta aventura familiar tiene su lado bueno: “México tiene una gran riqueza cultural; mis hijos van a conocer otras realidades y otras culturas y también, se han empapado de la cosa nacionalista, donde el Día Nacional y el Día de la Bandera son emocionantes”. Se detiene y continúa con cierta pena: “bueno, mi hija mayor se sabe el himno nacional mexicano y no el chileno”.

Con su optimismo, agrega: “¿qué haces?... ya se lo irán a aprender. Ellos saben que en los dos países van a tener un pedacito del corazón”.

-¿Cuánto tiempo más piensan quedarse allá?
Se queda en silencio y no puede dejar de recordar que cuando era pequeña, vivió entre los 10 y 12 años en Washington, y que al regresar, a pesar de que llegó a su colegio, el Saint George, aún así le costó reinsertarse.

“Eso va a determinar la fecha de regreso”, concluye.

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