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"¡Es que yo me confundo con la tradición!"

No cabe duda que es un hombre vivido; ha pasado por las buenas y por las malas, pero es sumamente transparente y auténtico: así como ríe a carcajadas y de buena gana, se emociona hasta las lágrimas con los recuerdos. Es un gran personaje, de ésos que vale la pena conocer, porque su vida está llena de enseñanzas.

12 de Junio de 2007 | 10:14 |
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Cálido y sencillo, nos cita en el Sindicato de Folkloristas en el centro, a la hora de almuerzo. Allí acostumbra pasar la tarde cuando no tiene grabaciones en canal 13; lo usa como centro de operaciones para hacer los trámites que tenga, pues vive en Maipú. Cordial, acepta bajar y posar para unas fotos en la calle; la gente lo reconoce y lo saluda con mucho cariño; los niños lo miran y ¡claro! lo asocian a su papel en "Papi Ricky", Segundo Marcos, el fiel empleado de doña Matilde (Silvia Santelices).

Antes de partir la entrevista, aclara, muy serio: "Usted puede preguntar cualquier cosa y yo soy libre de responder o no", luego lanza una carcajada. Así se muestra durante todo el encuentro, como un hombre aparentemente muy serio, pero con la ironía y la picardía a flor de labios.

Desde niño tuvo muchas habilidades y aptitudes para el teatro; le encantaba representar distintas obras o "sketchs" en la escuela primaria donde estudió. "Siempre me elegían para que recitara, cantara, bailara o participara de los distintos actos que se hacían", cuenta.

Cree que su formación como artista viene de esa época, aunque luego debió olvidarse por un tiempo de esta vocación, pues empezó a trabajar muy joven. Ya estudiando de noche, a los 18 o 19 años, se encontró de nuevo con el teatro en el Liceo Nocturno.

En esos años, tenía una profesora de castellano que incentivó mucho a sus alumnos, casi todos obreros que trabajaban de día y estudiaban de noche, a interiorizarse de la obra de los poetas nacionales y del teatro. "Ahí volvió a resurgir mi gusto por el escenario y no paré más".

-¿Por qué?
"En este teatro de los liceos nocturnos, nació un teatro obrero –le estoy hablando del barrio Gran Avenida para dentro: la villa sur, la población Dávila, Lo Valledor; todo ese sector- que revolucionó la actividad artística en las poblaciones. Esto era fomentado por las universidades, cosa que hoy no existe en Chile, y que, además, iban haciendo teatro itinerante por las distintas comunas. Para nosotros era una maravilla conocer a los grandes actores de esa época.
"La profe nos hacía ir a los camarines a conversar con ellos y eso fue como un cañonazo (recalca la palabra) que me lanzó a mis verdaderos intereses".

En 1962 se decidió y entró a estudiar teatro, profesionalmente, a la Universidad Católica, aunque siguió trabajando. Tenía 25 años, dos hijos y había empezado sus labores de obrero a los 13, así que la vida se le complicó bastante con el estudio. "Bueno, pero la juventud lo hace todo", dice riendo.

Al dar el examen, le fue mal, pero como su objetivo era aprender para llevar sus conocimientos a los sectores populares y estaba decidido a hacerlo, fue a hablar con Hugo Miller, en ese entonces director de la escuela. "Fue clave en mi vida, porque me entrevistó largamente; le expliqué cuáles eran mis intenciones y me permitió quedarme; así me convertí en alumno regular. Ya han pasado 45 años de eso".

-¿Siempre pudo coordinar los estudios con el trabajo y la familia?
"No, no, al final tuve que dejar de trabajar. Sin embargo, por esas cosas maravillosas de la vida, entré a la televisión a hacer pequeños 'bolitos' (personajes de acompañamiento) y con ellos ganaba la mitad de lo que ganaba como obrero; al poco tiempo se convirtió en la misma cantidad y, con los años, se duplicó, se triplicó, se cuadruplicó, cuando ya era actor; como obrero ganaba 100 pesos y como actor, 400".

-¿Cambió mucho su vida?
"Sí, mucho; vinieron los problemas. En esa época, además, el '62, '63, descubrí el canto popular y complementó mi trabajo como actor".

-¿Esa era la época de "El litre?
"Sí, era una especie de serie, dirigida por Hugo Miller; algo parecido a 'Los Venegas' de hoy. En ese tiempo, la televisión que se hacía era de calidad, realmente universitaria. El lunes hacíamos 'El gran teatro universal'; los martes, un programa misceláneo con Carla Cristi y Mario Hugo Sepúlveda; el miércoles, la telenovela histórica; el jueves, 'El litre'; el viernes, 'La antología del cuento'; los sábado, los sketchs de 'Sábados Gigantes' –que se llamaba de otra manera en esos años-, y el viernes, 'El gran cuento Calaf'... ¡Todo en vivo!"

-Una televisión más cultural.
"De todas maneras... eran otros tiempos, era una televisión universitaria; queríamos servirle al país, la televisión estaba puesta al servicio de la cultura".

Cuenta que la serie 'El litre' reflejaba la realidad de una población en la zona sur de Santiago; recién partían las juntas de vecinos y los centros de madre; contaba con el auspicio del gobierno, porque su fin último era enseñarle a la gente cómo organizarse. Eran los tiempos de Eduardo Frei padre.

-En esos tiempos no importaba el rating.
"Noo, pero era una televisión muy entretenida, porque, en 'El litre', por ejemplo, se contaban los problemas que todos vivimos día a día, cómo pagar cuentas, cómo unirse para lograr objetivos beneficiosos para la comunidad".

"Fueron muy buenos tiempos", recuerda. "Además, por mi tipo físico, bien chileno, yo servía para todos los papeles: si me pones un casco, parezco minero; un gorro de lana y soy chilote; indio, pescador, bombero, magallánico, lo que sea".

En tres años de trabajo en el canal católico participó en más de 600 obras, pero cuando los tiempos y la programación empezaron a cambiar, se integró definitivamente al mundo folclórico como principal actividad.

-¿Cómo ha cambiado la televisión en estos años?
"Esta es otra televisión, ya no tiene carácter universitario, ya no está al servicio del pueblo ni del saber, menos del desarrollo. Hoy no tiene nada que ver con el país al que pertenece; es una simple caja de Pandora que dispara para cualquier parte y especialmente para los programas de simple entretención. Porque se puede entretener y al mismo tiempo educar, pero eso ya no se da".

-¿Dejó la actuación en algún momento?
"No, pero empecé a aprender canto popular, a payar, a escribir mis propios monólogos y ahí ya no paré más. Me enamoré de la cultura popular, pero nunca dejé de actuar, nunca. Me llamaban de la televisión y allá iba, lo mismo con el cine (Ha hecho 10 películas, desde que en 1969 participó en 'El chacal de Nahueltoro'). Así ha sido toda mi vida".

Inspirado, empieza a recitar coplas que él escribió, pero que ya se confunden con la tradición popular. Al hacérselo notar, dice riendo: "¡Es que yo me confundo con la tradición!".

-¿Se ha puesto más exigente con los personajes que acepta en televisión?
"Sí. Me llaman y ahora pregunto qué me ofrecen; si no me parece el personaje o la historia, doy las gracias y digo que llamen a otro. Hay roles en los que cabe cualquier actor, pero hay otros que requieren de una persona en especial y ahí sí me intereso, como ahora en 'Papi Ricky', que me parece una buena historia".

Entre serio y risueño dice: "No te olvides que llevo 45 años en esto y que hay gente de mi edad; es decir, abuelos, y varias generaciones que me siguen hace tiempo, así que por lo menos aseguro un millón de personas que me miran en la teleserie".

-Es que la gente lo quiere.
"Es que son muchos años... antes los jóvenes me decían don Jorge; ahora me dicen ¡maestro!, pero yo lo entiendo como un reconocimiento a mi entrega tanto en el teatro como en el folclor y lo agradezco mucho".


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