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Juntos hasta que la insatisfacción nos separe

No duran más de un par de años casados, y en su quiebre no hay infidelidades ni grandes problemas, sino tan sólo la insatisfacción de estar juntos. Son los "matrimonios express" o efímeros, como les llaman los especialistas, que se están dando cada vez con más frecuencia y que tienen dos grandes factores comunes: la poca tolerancia a los conflictos y la incapacidad de construir un proyecto de vida juntos.

28 de Diciembre de 2007 | 11:10 |
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"Me casé muy enamorada, ilusionada, llena de ideas para hacer juntos, y creo que Sebastián también lo hizo así. En nuestra separación no hubo peleas ni terceras personas, ni una razón poderosa que nos hiciera odiarnos.

Simplemente, pasó que un día nos convertimos en dos desconocidos que vivían bajo un mismo techo, pero con sueños diferentes, proyectos diferentes", relata Lorena Álamos -publicista, 32 años-, intentando explicar por qué su matrimonio, que esperaba fuera para toda la vida, alcanzó a durar apenas un año.

Con su ex marido, un publicista argentino avecindado en Chile por trabajo, pololearon un año y ocho meses antes de tomar la decisión de casarse. "A Sebastián le ofrecieron un muy buen puesto en su país y no quería dejar pasar la oportunidad. Me dijo: yo no me voy sin ti, y eso gatilló en mí la decisión de querer seguirlo. Habíamos tenido un pololeo súper lindo, yo lo había acogido a mi grupo de amigos, a mi familia, y siempre teníamos cosas entretenidas que hacer.

Estábamos integrados y felices. Pero todo cambió cuando dejamos ese hábitat de lado y nos fuimos a vivir y a trabajar a Argentina. Allá estábamos los dos solos y se dio vuelta la tortilla: llevábamos un mes de casados y yo me sentía absolutamente sola. No dudo de que él me quisiera, pero pensaba en él y en su trabajo como primera, segunda y tercera prioridad. Yo, entonces, empecé a hacer lo mismo: a trabajar como loca y repetir su mismo patrón como una forma de no estar sola, de no llegar a mi casa porque sabría que no encontraría a nadie. Nos fuimos cada uno por su lado".

Uno de los problemas que gatilló la crisis, y la posterior separación, fue la llegada de las vacaciones. "Como íbamos a cumplir nuestro primer aniversario de matrimonio pensé en algunos lugares entretenidos donde podríamos ir. Pero cuando se los planteé, Sebastián me dijo que tenía pensado ir con "los chicos" -su grupo de amigos- en bicicleta a la Patagonia, plan en el que yo no estaba considerada entre sus planes. Ahí terminé de darme cuenta de que nunca hicimos el clic de que éramos una familia. Y de la manera en que estábamos viviendo, jamás íbamos a formar una. Tuve esa terrible sensación de decir: en verdad, ya no lo necesito. Si él no está en la casa, ¿para qué llegar?".

En Chile no existen estadísticas, pero los terapeutas han advertido en los últimos años que son cada vez más las parejas jóvenes viviendo matrimonios "express", que terminan sin ningún otro motivo de fondo más que la insatisfacción que les provoca estar juntos. Desde el punto de vista sicológico, la mayoría sigue un patrón similar: existe el amor y el deseo de concretar un proyecto de vida común, pero no está bien desarrollada la tolerancia a las situaciones incómodas y conflictivas. "Son parejas que durante el pololeo evitaron los conflictos y que no toleran estar en estados que les provoquen insatisfacción ni sobrellevar las crisis naturales a todo matrimonio", observa la sicóloga Paula Vergara, terapeuta de parejas del Instituto Neuropsiquiátrico de Chile (INC).

Según el siquiatra y académico de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile, Arturo Roizblatt, también hay dos grandes factores sociales que han acrecentado esta menor tolerancia a la insatisfacción dentro de la pareja. "Hoy el desafío del matrimonio es poder fortalecer el compromiso sin dañar las individualidades, tanto del hombre como de la mujer. Porque, si antes se le pedía al matrimonio una gran dosis de "compañerismo", hoy la lucha entre hombre y mujer es por tener un mayor derecho a la individualidad, a poder vivir mi metro cuadrado, lo que a veces es a costa de la zona de unión matrimonial", apunta. "Estas parejas centran la relación en sí mismos y no en los dos. Para entenderlo, sólo hay que pensar lo desprestigiado que está hoy pensar "mucho" en la otra persona: ¿Qué pasa en la actualidad si después del trabajo, una mujer le dice a una amiga o un hombre a su amigo?: "No, no voy a ir a tomar algo contigo, ya que quiero llegar luego a ver a mi señora o a mi marido en la casa...".

Por otro lado, hay una concepción cada vez más efímera que se tiene del matrimonio -"y de la concepción del mundo en general", dice Roizblatt- en parte por la posibilidad de divorcio y la cada vez menor sanción social que tiene la separación. Esto provoca que el matrimonio hace rato haya dejado de ser percibido como un evento "para toda la vida".

Bien sabe Lorena de ambas situaciones. Un factor decisivo en su quiebre fue que, pese a que se casaron para construir un proyecto en común, ninguno de los dos quiso ceder en su individualidad para recomponer la situación. Y, como ella era profesional y podía mantenerse por sus propios medios, sintió que no tenían nada más que hacer juntos. "Ceder en estas circunstancias es casi imposible. A los pocos meses en Argentina, cuando le pedí que volviéramos a Chile para ver si podíamos empezar de nuevo, me dijo: no, por ningún motivo dejo mi trabajo. Siento que prefirió dejarme a mí. Ahí me di cuenta de que su concepción de matrimonio era mucho más liviana de lo que era para mí. Antes, casarse era para toda la vida; hoy día casarse es una lotería, y al tercer inconveniente grave uno dice: ¿para qué voy a estar toda la vida soportando a este tipo si me las puedo arreglar sola?

Cuando decidí separarme pensé: puedo seguir diez años al lado de mi marido, tratando de buscarle la vuelta, pero sé que vamos a seguir siendo agua y aceite. Entonces, ¿para qué voy a esperar esos diez años, si al año, o antes, ya sabemos que el matrimonio no va a funcionar? Sentí entonces que estaba perdiendo mi tiempo y mis años. Nos queríamos, pero no nos aportábamos nada. Fue difícil explicarle a mi familia que no era que él me tratara mal, ni me pegara, ni que había otra mujer. Simplemente, no éramos el uno para el otro".
Las claves de los matrimonios duraderos
Amor, lealtad, confianza y respeto. Según un estudio reciente realizado por el siquiatra Arturo Roizblatt, autor del libro 'Enfrentar la separación y construir una nueva familia', estos son los cuatro pilares que sostienen la satisfacción de los matrimonios con más de dos décadas de duración. Sus conclusiones coinciden con las de los investigadores de Alemania, Suecia, Sudáfrica, Estados Unidos, Israel, Canadá y los Países Bajos, donde también se realizó el estudio, y que determinaron que las bases en las que se sostienen los matrimonios duraderos y satisfactorios son las mismas: las similitures culturales, "además de las motivaciones intrínsecas -amor, compañía, relaciones sexuales- que son parte del matrimonio", dice el doctor Roizblatt.

Y, cuando a esas mismas parejas se les consultó acerca de las razones por las que habían permanecido juntos durante ese tiempo, mencionaron:

1. El matrimonio es un contrato para toda la vida.
2. Responsabilidad por la pareja y los hijos en común.
3. Profesar el mismo credo o tener concepciones similares del mundo.
4. Llevarse bien con la familia de origen del cónyuge.
5. Llevarse bien con los amigos de la pareja y su círculo social.
6. Capacidad para resolver las crisis que se dan en la vida conyugal.


PRIMERA CAUSA:
Diferencias en el proyecto de vida


Según el doctor Roizblatt, detrás de esta insatisfacción que erosiona a las parejas jóvenes puede haber un denominador común: la baja conciencia del compromiso que adoptaron al casarse. Esa falta de compromiso, a su vez, se ve alimentada por dos factores: la poca claridad que tienen sobre el proyecto de vida que quieren seguir juntos -y que debería empezar a gestarse durante el pololeo- y luego, ya en el matrimonio, la falta de dinámicas que le ayuden a la pareja a trabajar día a día por construir ese proyecto de vida.

Así le sucedió a la ingeniera Magdalena Maldonado (34), quien pololeó seis años con su ex marido, con quien alcanzó a estar un año y medio casada. En su caso, el matrimonio era el paso natural después que ambos salieron de la universidad -eran compañeros de carrera- y encontraron trabajos estables. "Pero reconozco que fue una decisión inmadura. No fue el momento ni estábamos preparados. No nos dimos otras oportunidades", dice.

Tenían ya todo un camino recorrido juntos: los mismos amigos, los mismos intereses y hasta la misma profesión. Pero lo que no se detuvieron a revisar es si tenían el mismo proyecto de vida. "Cuando él me pidió matrimonio no lo pensé, le dije que sí de inmediato. René se perfilaba como buen marido, buen papá, un hombre que me quería mucho y que siempre iba a ser fiel, responsable. Pero cuando nos casamos y nos fuimos a vivir juntos todo cambió. Ya no estaban nuestros compañeros de universidad. Teníamos trabajos separados y vidas más separadas. Entonces me di cuenta de que siempre necesitamos ese espacio para estar solos. Comencé a sentirme acosada, a rechazarlo en todos los sentidos. Mientras que él quería que siguiéramos haciendo todo juntos, yo quería estar sola, salir, conocer gente. Cuando estaba por cumplir el año y medio de matrimonio me dije: no más. Él me enrostró que no lo quería lo suficiente, y tenía razón, porque yo me había desenamorado".

SEGUNDA CAUSA:
No sopesar antes aspectos del otro


En el caso de Lorena, ella no sopesó durante el pololeo aspectos importantes de su pareja que serían fundamentales durante el matrimonio. Desde antes de casarse sabía que había cosas de su ex marido que no compartía, pero las toleraba en función de valorar otros aspectos de su persona que, sentía, no encontraría en otro hombre. "Cuando uno está pololeando le baja el perfil a los problemas. Dice: esto se supera y después pasa, y es todo lo contrario, porque las cosas chicas después se vuelven intensas. Si durante el pololeo me molestaba que Sergio fuera poco atento conmigo, después lo fue mucho menos... Pero yo pensaba: no tiene malos hábitos, me quiere, es un buen hombre. Es una buena persona y eso cuenta demasiado, porque para mí la idea del matrimonio es que ambos fuéramos en carriles separados, pero paralelos, como la línea de un tren. Si tienes muchas diferencias de gustos, de opiniones, de valores, de manera de pensar, es súper difícil que la convivencia en el día sea llevadera".

"En todos estos obstáculos hay inmadurez", sostiene la sicóloga Paula Vergara. "Las parejas no supieron entender que la relación de pareja en el matrimonio deja de ser la misma del pololeo. Que en el matrimonio, si peleas con tu marido, al final del día te acuestas en la misma pieza con él y tienes que seguir la vida adelante. También les hace falta entender que la premisa básica es que nadie cambia a nadie, y que las personas pueden modificar sus comportamientos, pero no cambiar su personalidad", explica.

Cuando Lorena se dio cuenta de que no se podía revertir la situación, y que las discusiones se habían hecho crónicas y el amor había desaparecido, "reconocimos que teníamos diferentes planes en la vida. Que él iba para el norte y yo para el sur. Pero uno le baja el perfil a las cosas y las deja pasar. Esos pequeños, pero grandes detalles son los que finalmente te pasan la cuenta".

TERCERA CAUSA:
Desconocimiento de la pareja


Dentro de la dinámica matrimonial, hay circunstancias que agudizan la insatisfacción y atentan contra el proyecto de vida. Una de las más importantes es el desconocimiento del otro, cuando los miembros de la pareja no han sido capaces de conocerse íntima y profundamente. Según la sicóloga Paula Vergara, esta situación se desencadena a partir del evitamiento de los conflictos, "sobre todo cuando el pololeo fue una relación superficial, fácil, que se quedó en el enamoramiento y no fue capaz de dar paso a la intimidad. Sucede mucho en parejas que siempre están en mucho movimiento, con terceros que interfieren, y que cuando se casan recién conocen aspectos del otro que no son capaces de tolerar", explica.

Macarena Lobos (32), quien tuvo un fugaz matrimonio luego de un año de pololeo, sufrió esta situación que terminó rompiendo su matrimonio. "Durante el pololeo Jorge fue encantador, y creo que yo también lo tenía idealizado. Pero al volver de la luna de miel sentí que no conocía quién era mi marido. Sentía que estaba raro, no entendía por qué después de casado seguía saliendo a divertirse solo, por qué se desaparecía si ya estábamos casados. Finalmente, creo que cada uno de nosotros tenía una concepción distinta del matrimonio. Yo estaba en las nubes con el romanticismo, pensaba que teníamos que ir juntos casi al baño, y él no: ya estaba casado y punto. Lo que me quedó claro es que el sentimiento no fue tan fuerte como para seguir adelante. Al mes ya dormíamos en camas separadas".

Luego de tres meses de casados, decidieron separarse. "Él no estaba dispuesto a ceder ni yo a reprimirme", dice Macarena. "Creo que él tenía la concepción machista de que era la mujer la que tenía que ceder. Le dije que si las cosas seguían así nos tendríamos que separar, y él me dijo: bueno, separémonos entonces. Cero reacción. Nunca supe qué estaba pasando por su cabeza".

CUARTA CAUSA:
Conflictos por la familia de origen


Otro gran obstáculo para los recién casados es poder separarse de sus familias de orígenes, "y no poder transar cuánto dedican uno al otro. Son parejas con problemas para negociar los tiempos, que no ponen a la pareja en primera prioridad y que tienen conflictos a la hora de poner límites entre lo que son su vida como hijos, hermanos, y su vida como esposos.

La ingeniera María Isabel Moreno (34), separada desde hace tres años, sabe de estos conflictos, que terminaron por aniquilar su matrimonio de casi dos años.

Luego de nueve meses de pololeo con Carlos, su ex marido, decidieron casarse porque sentían que se conocían de toda la vida, se llevaban muy bien y ambos, a los 29 años, ya estaban consolidados en sus profesiones. Carlos vivía en la séptima región y María Isabel estaba ahí por trabajo, pero decidieron que una vez casados, ambos se vendrían a vivir a Santiago, e incluso compraron un departamento. Sin embargo, la familia de él fue el gran obstáculo para la concreción del proyecto. "Nuestro principal acuerdo, que era que Carlos dejara su trabajo y buscara uno en Santiago, nunca se cumplió, porque él no quería dejar de ver a su familia. Vivimos, entonces, casi un año de matrimonio a la distancia. De lunes a viernes vivía en casa de sus papás, y los fines de semana se venía a "nuestra" casa. Era como si siguiéramos pololeando, con todas las consecuencias que eso acarreaba: no desarrollar un proyecto de vida en común. Él nunca se puso el chip de hombre casado, nunca sintió lo que era llevar un casa, desde compartir gastos hasta lo que significa formar una familia", dice María Isabel. "Nunca logré que fuéramos sólo los dos, y me sentía más un apéndice de su familia que algo por separado".


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