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De dolores y sinsabores

23 de Abril de 2008 | 12:19 |
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Doña Tina es una mujer de apariencia dura y corazón fuerte, pero cuando repasa su historia se emociona en muchos pasajes –como cuando se acuerda de su primera patrona y de su marido- se le quiebra la voz y se le llenan los ojos de lágrimas. Sin embargo, a los segundos, se recupera y pone de pie como tantas veces lo ha hecho.

Pese a todo el esfuerzo puesto, asegura que sólo dos cosas le han quitado la alegría: la muerte de su esposo hace 10 años y los 6 meses en la cárcel que debió pasar por un mal pie en los negocios.

Aunque es astuta, igual, varias veces, han intentado hacerle el ‘cuento del tío’. “En plata yo sé más que los que vienen a estafarme, así que están jodidos”, dice pícara.

-¿Es verdad que lava las servilletas para saber cuántos clientes tuvo?
“Sí, las cuento porque cada cliente ocupa una. Si hubieron 385 servilletas, hubieron 385 clientes, cada cliente gasta un promedio, con eso, tendría que haber tanto en la caja. Esto es lo que vendiste hoy día le digo al cajero y siempre se sorprende porque me paso en 10 o 20 lucas”.

-Pero usted no sabe leer ni escribir.
“No… pienso que me ha hecho mucha falta, pero ahora no lo necesito”.

-¿No añora poder leer su libro?
“Sí, tengo que saber leer más adelante. De hecho, después de que salí en la tele vinieron mucha gente a enseñarme y aprendí a juntar las letras, pero me cuesta mucho y me cuesta escribirlas; no me las entienden, pero yo sí”.

-¿Cómo hace cálculos entonces?
“Así no más, con la cabeza. Soy más rápida que todos los que están aquí para hacer una cuenta. Me llaman para hacerlo”.

Pese a lo vivaracha, no saber leer hizo que fuera a parar a la cárcel por giro doloso de cheques. Una persona de confianza la hizo firmar un cheque por 25 millones de pesos, en vez de 25 mil y de ahí, al embargo y la quiebra, un paso. Hoy, Doña Tina sigue expresando agradecimientos al abogado que la “rescató” (se emociona) y a Don Francisco.

-¿Qué significó para usted la cárcel?
“Fue una escuela, me enseñó mucho. Aprendí a querer lo que uno tiene, el pedacito de pan que le quitan, a cuidar las cosas porque quedé desnuda. A saber cuáles son los amigos porque nadie la va a ver a uno. Dicen que en la cárcel no hay ni amigos ni compadres y muy poca familia; exactamente.
“El doctor Andrade me fue a ver, me llevó chocolates y me los quitaron. Conocí a una niña que llamaban “la Colorina” y ella me dio una taza de té, me defendió en el baño; yo le dije un día te voy a sacar de aquí, no me creyó y la saqué, la tuve trabajando aquí muchos años”.

-¿Y cómo se parte de nuevo?
“Con la familia, con mi marido, me iba a ver todos los días, lloviera o no.
“Me ayudaron los vecinos, los otros restoranes que me mandaban cosas, papayas, vino, pollo. Y Don Francisco también apareció y me ofreció ayuda; de repente llegó a grabar un reportaje, me sacó en televisión y esto se llenó, no cabía nadie. La gente me llamaba, me decía que no flaqueara (se pone a llorar)”.

-¿Cuáles han tenido que ser los sacrificios que ha tenido que hacer?
“Sacrificios, no, mal pasar. Me encanta lavar, planchar, cocinar, asear….”

-No le hace el quite a la pega.
“No, todavía lo hago, recién hice una olla de choclo y si tengo que ir a lavar, lavo, y si tengo que hacer el pedido, lo hago. No me gusta que la gente lo haga todo, porque también es como yo y siente cansancio, como todos. Jamás me siento aquí (el restorán) mientras mis empleados están trabajando”.

En la actualidad, Agustina Gómez tiene un sólo local, el tradicional de Lo Barnechea, porque los otros tres (Mall Sport, Américo Vespucio sur y Bellavista) los cerró. “Cuando sé que no me va a ir bien, los cierro; prefiero perder la plata que invertí, pero nunca mi nombre”, dice.

-¿Pero, por qué?
“Porque en uno me pidieron el local y en los otros mi comida no se vendía ahí. En una hora los cerré. Tuve otro negocio en Lo Barnechea, un día fui de incógnito, vi que las cosas no andaban bien y en ese minuto le puse candado. ¡Se acabó!”

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