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La lucha contra la desigualdad sexual

Tratando de arrancar los prejuicios sociales de aquellas mujeres que no ven plena su relación con el sexo opuesto, una psicóloga reflexiona “llega a ser casi milagroso” que ellas deseen hacer el amor, después de todos los temores sexuales que les inculcan en su niñez y adolescencia.

27 de Abril de 2011 | 13:14 | Emol
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“Suelta”, “casquivana” y una “cualquiera” pueden ser las ofensas más suaves que la sociedad podría exclamar hacia una mujer que vive su sexualidad a la par que algunos de sus amigos hombres. Pero bien se sabe que, en la gran mayoría de las ocasiones, los dedos acusatorios sólo se dirigirán hacia ella.

Cansada de los temores culturales que han acabado con la sexualidad abierta, real e igualitaria del género femenino, y su relación con los hombres en múltiples aspectos, la psicóloga Constanza del Rosario escribió su libro “Si la cama hablara... ¿y todas íbamos a ser reinas?” (Editorial Aguilar), un texto dedicado a aquellas mujeres que viven amarradas a mitos y leyendas acerca de su “correcto” comportamiento sexual, que dejan de hacer sus cosas para agradar a la pareja, que se obsesionan con el tema del amor y el desamor en su vida y que, tras un quiebre, lo único que producen sus cabezas son imágenes de un futuro desolador, frío y solitario.

“No es raro que sea casi una burla esperar que todas tengamos un final feliz; mal que mal, nos han criado para ser una tropa de mal enseñadas”, dice la autora, una fiel creyente de que la mujer no es un animal procreador, sino que de placer, pero que, para lograrlo, necesita quitarse la mochila de prejuicios e idealizaciones de género, que no solo la insegurizan, sino que también la tienen al borde del colapso nervioso creyendo en príncipes azules, por un lado, y en mujeres maravilla que deben ser buenas en todo. Todo.

“Desde chicas se nos transmite que es bien visto que nos dediquemos a soñar con encontrar una pareja con la cual disfrutar de las expresiones tiernas del amor y formar el día de mañana una familia; pero se nos niega el fantasear, anhelar y manifestar todo tipo de impulsos y deseos de carácter sexual (...) que quebrantarían nuestra pureza y nobleza de espíritu (...) Con tanto terror, aversión e hiperresponsabilidad que nos inculcan respecto a nuestro cuerpo, nuestra sexualidad y el sexo opuesto, llega a ser casi milagroso que después de todo ello muchas deseemos y disfrutemos haciendo el amor”, sentencia Del Rosario, quien también se pregunta: “¿Cómo vamos a ser reinas si apenas estamos descubriendo cómo ser mujer?” .


Desde la sex symbol hasta la esposa mártir

El consejo que frecuentemente psicólogos y sexólogos suelen dar a sus pacientes aquejados de trancas sexuales, es conocer su cuerpo, sus límites, sus preferencias, y no refrenar sus fantasías, siempre y cuándo éstas no vayan en contra de su salud física y mental. Y no es de extrañar que tales recomendaciones suelan repetirse en innumerables libros de autoayuda destinados a las mujeres, cuando desde pequeñas, ellas vienen escuchando que los límites de su soberanía sobre su propio cuerpo llegan hasta donde su deber le permite.

A la larga, en la adultez, muchas de ellas se encuentran con parejas masculinas que comprenden su propia sexualidad de manera totalmente distinta, agrandándose así la famosa brecha entre los de Marte y las de Venus.

“Todas en la vida cometemos errores, hemos sentido miedo, vergüenza, incomodidad o culpa frente a nuestra sexualidad, puesto que nadie nos ha educado y guiado para ser las dueñas de nuestro cuerpo, de nuestro deseo y de nuestra vida”, escribe la psicóloga, quien señala también algunas de las diferencias más marcadas que se desarrollan a lo largo de la vida de hombres y mujeres, en cuanto a su vida íntima.

Menciona así las libertades socialmente aceptadas para ellos de “manipular, descubrir y ensayar con su cuerpo sexuado (...) aprovechando cualquier aventurilla sexual para lanzar su primera cana al aire (...) Mientras que a ti se te recordaba que tu ‘flor’ era sagrada, que tenías que cuidarla para luego entregarla a tu futuro esposo, ‘al hombre de tu vida’, en un acto de amor y no de mero goce sexual. (...) si  es que no queríamos que los fantasmas de la prostitución nos ‘fueses a manchar nuestra honra social’”.

Además de eso, la autora recuerda la infidelidad, vista por la mayoría como algo natural en los hombres, quienes, según las leyendas, no podrían contener su impulso sexual y, por ende, sería natural que busquen parejas nuevas, aunque fuera de manera esporádica. Por otro lado, el mito de ellas indicaría que fueron hechas para satisfacerse con sólo un hombre y que prácticamente, sus relaciones sexuales se basan más en el deber que en el placer.

Tal como lo explica Del Rosario, todo esto ocurre paralelamente al bombardeo de imágenes y estereotipos en los que se enseña una mujer que debe ser una diosa sexual para su pareja, adquiriendo todo tipo de tips que aviven la llama.

“En esta carrera por convertirnos en el objeto de deseo del otro, a muchas se nos ha olvidado qué es lo que nosotras deseamos, qué es lo que a nosotras nos apasiona, qué es lo que a nosotras nos da placer. Y así nos vamos desconectando de nuestro cuerpo, y comenzamos a vivir una sexualidad inhabitada, disponible para otros, pero no para nosotras mismas”, concluye.
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