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Mauricio Medina: La buena suerte del Indio

Lleva 25 años haciendo humor junto a Paul Vásquez, dando vida a uno de los dúos cómicos más exitosos del país, “Dinamita Show”. Y aunque su salud no lo ha acompañado siempre, el “Indio” sabe que es un hombre muy afortunado con su trabajo y su familia. “Dios me tiene que querer mucho (…) Siempre me ayuda”, asegura él, padre de once hijos.

09 de Octubre de 2012 | 15:03 | Por Ángela Tapia F., Emol
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Sergio Alfonso López, El Mercurio.
Aunque está algo cojo por un mal movimiento que hizo al pararse, la salud de Mauricio Medina parece estar bien. Ha subido por lo menos 30 kilos, después de haber alcanzado los 61 en su peor momento, con una bacteria que lo tuvo conectado a un respirador mecánico el año 2009 y la diabetes, que aparentemente controla con su alimentación, con un generoso plato con palta molida y unas cuantas marraquetas que comía al momento de comenzar esta entrevista.

Cuesta conversar con él. No porque sea cortante, al contrario. A veces no se sabe si está hablando en serio, por las constantes bromas que se le van ocurriendo. El problema está con su celular y las frecuentes llamadas de trabajo que recibe, y que hacen que, al igual que su socio Paul Vásquez, tenga la agenda copada.

Por eso es que, entre llamada y llamada, nos cuenta que se siente muy satisfecho con “El Rey del Show”, el programa en el que participó como jurado junto a Vásquez, Pato Torres y Felipe Avello, y que eligieron a Nacho Parra como uno de los humoristas que se presentarán en el próximo Festival de Viña. “Él merecía haber ganado. Tiene mucho oficio. Es un humorista ya consolidado”, dice antes de ser nuevamente interrumpido por su celular. Al cortar, prosigue: “Cuesta mucho encontrar buenos productos en Chile. La tarea no fue fácil para ‘Coliseo romano’ ni para nosotros. A los casting van muchos muy malos y son pocos los buenos. Por eso siempre te quedan en la retina dos o tres”.

Son 25 años haciendo humor, los que respaldan las palabras de Medina, el Indio de Dinamita Show. Junto a su eterno compañero, el Flaco, pasaron de los show callejeros -con ocho años reuniendo a dos mil personas alrededor de una rutina que era presentada a grito pelado-, a las películas en VHS, con los exitosos “Cementerio palpito” en los años 90.

El resto, es una historia conocida por la gran mayoría de los chilenos que recuerdan Viña 1996, con la primera presentación de cuatro, que el gracioso dúo haría en la Quinta Vergara. Para la última, el pasado febrero, se llevaron Antorcha de plata y oro y la Gaviota de plata y oro. ¡Qué más podría pedir un humorista!

-¿Desde siempre fuiste chistoso?
“No. Yo me inspiré en el hermano del Flaco, Luis Vásquez, que era payaso y me enseñó unas técnicas. Después me pinté, empecé a ser payaso y para adelante empezó a fluir todo”.

Una vez que se inspira para contar la historia de sus inicios en el humor, hace 25 años, pide que se lleven su teléfono para poder relatarla tranquilo. “Con el Flaco nos conocemos de hace mil años, cuando tenía 18 años y yo 19. Éramos unos púberes. Lo vi por primera vez en su casa y lo encontré un antipático. Era orejón, flaco, sin barba… Era un asco. Pero lo desparasité. Le enseñé a hablar y ahí está”.

Imitando el trabajo que el mayor de los Vásquez hacía en Cartagena como payaso callejero junto a Turrón (Mario Moreno), Mauricio y Paul armaron su propio dúo, como “Merendina y Pilita, los bailarines del humor”. Todo esto, luego de haber conocido a la Punky, una payasa que pololeaba con Vásquez, pero que paralelamente pinchaba con Medina. “¡Yo no sabía nada!”, asegura Mauricio al ser acusado de patas negras. “Después, a los días, el Flaco me dijo. Fue un enredo raro. Al tiempo nos juntamos a trabajar los tres y quisimos irnos de gira (en 1987). Cuando decidimos hacerlo, la Punky no llegó a la citación y nos fuimos solos con el Flaco”.

-¿A ustedes nunca los han pifiado? A veces el público es muy intransigente.
“Nunca. Bueno, sí, nos pifiaron una vez. Fue triste. Fuimos a actuar a una ramada, pero la gente quería bailar. Y había un desanimador que agarró el micrófono y dijo: ‘ya, aquí están los cabros que van a contar los chistes’. Pararon la música y me pasó el micrófono. Ahí vimos a cinco mil huevones pifiando. ¿Qué íbamos a hacer? No se puede trabajar así. Cuando llevaban un minuto pifiando, les dijimos que siguieran bailando y nos fuimos. Nos pagaron igual, pero sentíamos que era plata robada. Después nos prometimos que en adelante íbamos a elegir dónde íbamos a actuar”.

-¿Es a través del humor que han arreglado las cosas con el Flaco? Se han separado varias veces.
“Es que en cierto modo, hemos aprendido a ser más tolerantes el uno con el otro. Y eso ha significado que podamos trabajar por más tiempo juntos. Hemos superado cosas que para algunos son insuperables. Temas más o menos fuertes. Muchas veces hemos estado peleados, pero en el escenario, los que se arreglan son el Flaco y el Indio, no Paul y Mauricio. El Flaco y el Indio se llevan súper bien. Mira, te estoy hablando en tercera persona. Pero lo hago para explicarlo mejor, no es que esté cagado de la cabeza. Terminábamos el show y ni siquiera nos despedíamos”.

-¿Profesionalismo?
“Necesidad, más que todo. Eso te enseña a ser profesional”.

-Dando el ejemplo de ustedes y otros humoristas, dicen que la calle es la mejor escuela.
“Siempre he discrepado con la gente que cree eso. La calle no es la mejor escuela, es una escuela de delito, de prostitución, de drogas… Pero el alumno tiene que ser el aventajado y saber qué cosas tomar de esa escuela, como el contacto diario con la gente, el feedback inmediato, las improvisaciones para salir de los apuros en medio de la rutina. Eso te entrena. Pero las otras cosas que son de la calle no me gustan. Hay mucha carencia, falta de amor, mucho bullying, mucho abuso de parte de toda la gente. En este país se cree que el abuso está en el colegio, pero hay en todas partes”.

-¿Qué abusos cometieron contra ti?
“Cuando yo trabajaba en la calle los carabineros abusaban de su poder y la gente también, según lo que tuviera el otro. El clasismo es terrible. Nosotros nos poníamos en el Portal Álamo y lo llenábamos, le dábamos vida. Hasta las tres de la mañana seguía todo abierto, porque los locales vendían. Pero los dueños de algunos negocios reclamaban que estuviéramos ahí haciendo humor y siempre nos echaban los pacos. Ya cuando nos fuimos, los locales cagaron. La gente no cree que haya cultura en el humor, pero sí la hay. La cultura de un país se define de acuerdo a su tipo de humor y también de lo que se hace en las calles, así que deberían, de una vez por todas, dejar funcionar a la gente ahí. Pero reprimen ese tipo de cosas. Quieren más cesantes y menos gente en la calle”.

-Asalta, en vez de trabajar.
“Claro, vende la guitarra para comprarte una pistola. Eso es lo que están gritando. Mucha de la gente que trabaja en la calle tiene familia detrás y si les quitan su opción para vivir, empiezan a hacer tonteras”.

-A propósito de familia, dicen que tienes nueve hijos.
“¡No! ¡Está mal eso! Tengo once. La última tiene once meses. (Trae una foto de él y su hija) Así me quedan”.

-¡Qué linda!
“Pero mira la guagua, no seas pesada. Más encima tiene los ojos de color… Se llama Marama, que es una princesa rapa nui, y significa ‘poseedora de la luz del mundo’. Su segundo nombre es Elunei, que es mapuche, y significa ‘regalo de Dios’”.

-Con tantos hijos, parece que tienes vocación de padre.
“Sí. Con mi señora actual tenemos tres hijos y queremos adoptar a un niño de Haití. Cuesta harto, es muy difícil. Hay que cumplir muchos requisitos, pero está bien que sea así. Tampoco les gusta que farandulicen mucho el tema, porque a veces los niños sufren mucho. Los niños son crueles en cierta etapa, sobre todo cuando eres hijo de alguien conocido. A los míos los molestaron un montón cuando yo estaba enfermo. Les decían que yo me iba a morir. Eran huevones malos (ríe).
“A mí me da lo mismo que me ataquen a mí, pero a mi familia no. A mí me han tratado de todo, así que no me importa. Una vez, Jorge Pedreros me dijo: ‘Usted ya pertenece al ambiente artístico nacional, así que póngase un impermeable invisible y deje que la mierda chorree’”.

-En 2010 le diagnosticaron cáncer de útero a tu hija mayor, Lilian (27). ¿Cómo está?
“Ahora, perfecto. Tuvo su operación y salió todo bien. Ella es la mayor así que fue complicado. Lloré mucho”.

-Te ha tocado duro con el tema de la salud.
“Sí, pero ¿sabes? Siempre le digo a la gente que yo no tengo mala suerte, al contrario. Dios me tiene que querer mucho, porque con todos los problemas que he tenido, siempre los he superado. Dios siempre me ayuda. Estuve a punto de morir, no me morí. Tuve una hija con cáncer, se recuperó. No tengo mala suerte. Esta vida puede tener muchas cosas, muchas condiciones, pero vale la pena vivirla, más allá de todos los problemas. Si superas todo, siempre te vas a hacer una persona más fuerte. En mi familia somos todos guerreros y no hay nadie que se caiga. Para eso estamos todos, para apoyarnos”.

-¿Cuál es tu vicio privado?
“Colecciono chunchos, búhos. Javier Miranda tiene la misma pasión que yo. No he contado cuántos tengo, pero son hartos. Soy de la U, pero esto va más allá. Me fascinan los búhos, porque son aves nocturnas como yo, tienen mi nariz…".
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