En esto de la cocina muchos pueden pensar que vivimos para comer. En la práctica sí hay un poco de eso pues hemos hecho de la alimentación una forma de vida. Nos obsesionamos con la perfección, con el sabor, con sacarle cada vez más y mejor o nuevos sabores a cada ingrediente.
Al final, es como la vida misma: hay grandes certezas que no se mueven… Como ciertos principios básicos (cocciones, puntos, versatilidad, maduraciones, etc.) que se mantienen inalterables, químicamente precisos, como el punto de humo del aceite; el momento en el que un fruto madura, sobremadura o aún está verde.
La cocina es un poco eso. Vivimos y cocinamos con ciertos fundamentos inalterables, con ciertas certezas. Pero si siempre lo hiciéramos exactamente igual precisamente igual, tenderíamos a homogeneizar la experiencia. Hay pequeñas cuotas de imprecisión que hacen que la comida sea viva, fluctuante (dentro de rangos de excelencia).
Eso hace más viva la experiencia. Pero las cosas pueden incluso ir un poco más allá: cuotas (a veces menores, otras MAYORES) de creatividad. Son esos cambios, redescubrimientos, mezclas o incursiones por lugares donde no habíamos ido nunca que pueden transformar algo delicioso en una experiencia inolvidable. Como la vida misma.
Es por esto que es importante la pasión que uno le ponga, por insignificante que parezca un ingrediente; por sencilla que sea una preparación. Siempre hay algo que puede hacer una tremenda diferencia entre dos eventos iguales. Es la magia que emerge de la comida. Esa misma magia que nos mueve a seguir cocinando. O, si se prefiere, que nos hace vivir para comer…
Un abrazo, Christian Zamudio, ched del Ristorante La Dolce Vita de Alonso de Córdova.
