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Columna: Historias de ángeles

27 de Marzo de 2002 | 11:55 | Amanda Kiran
Nos sentamos en un restaurante japonés, pleno centro de Santiago a disfrutar de los extraños sabores que tanto costó criar en mi paladar.

La Sandra, una compañera de trabajo, es una de esas grandes amigas que no son de la niñez pero lo parecen. Nos conocimos ahí, y es de las pocas cosas que le agradezco a esta institución, además de mi sueldo.

Veníamos de una linda exposición y nos dio hambre. Porque el cóctel se lo comieron todos los "apitutados" que van a las inauguraciones a hacer vida social, contactos y poner caras en vez de ver las obras que se exhiben.

Nosotras morimos de calor mientras observábamos la exposición, y después con gusto nos decidimos a devorar lo que los japoneses nos quisieran dar. Ahí empezó la historia: de su familia, de ella siete mesina, de su historia y sus hermanos.

Me decía: "Amanda, mi papá te debería contar esta historia, él la cuenta mejor...". Yo, por mientras, me sentía en el cine, de lo entretenida que me tenía con su relato.

"Estábamos en Disney World -prosiguió- mi papá, mis dos hermanas grandes y yo, la menor, con ganas de conocer al Pato Donald". "Me moría por conocer al Pato", me confirmaba.

Donald y sus amigos."Yo tenía 5 años. Enana y desconcentrada, buscaba a este señor o animal que no quería aparecer. Estuve con Tribilín, me saqué fotos con el Ratón Mickey (que orejón era...) estuve hasta con Blancanieves, pero el Pato Donald no se dignaba a aparecer...", proseguía Sandra.

"Hasta que de repente, en un carro alegórico a lo lejos, lo vi: era blanco con el pico bien amariiiiiillo. Era alucinante este pato y me fui, como quien sigue el olor de la comida. No recordé más nada que buscarlo, y verlo de cerca, pero cuando volví en mí, que a los 5 años es después de un largo rato, ya no sabía donde estaba...".

"Logré verlo, pero ya no veía a los míos...".

"Me puse a llorar como loca, sin parar, asustada, pensando que nunca más vería la cordillera, a mis papás, el colegio nuevo, nada... Hasta que una señora medio me preguntó medio en ingles si acaso me había perdido. No supe qué responder, y ya estaba en sus brazos...".

La Sandra casi me llevaba a este viaje con ella mientras relataba. Estaba entretenidísima.

"En el otro lado de la moneda –continuó- estaban mis papás, desesperados. Mi papá se recorrió Walt Disney entero, corrió más de una maratón, se le salió el corazón por la boca varias veces. hasta que una mujer tranquila y pausadamente le preguntó: ¿Perdiste a tu hija?".

"Mi padre no supo qué responder, estaba extenuado y sorprendido. La siguió a ella, rubia y blanca, angelical, única. No supimos su nombre, él sólo la siguió con su corazón en la misma maratón, pero sus pies a paso lento y su andar al compás de los cabellos rubios de la extraña mujer".

"Mientras, a mí me consolaba entre sus brazos la gringa que con unas palabras intentaba calmarme. Me decía que si no encontrábamos a mis padres, podría vivir con ellos. Extraño consuelo. Oírlo, me asustaba aún más".

En la mitad del relato, la Sandra se puso a pensar...

Sigue contándome, interrumpí yo; me tenía con el pulso a mil.

Y siguió: "En eso mi padre me vió, algo así como a cien metros, y sus pies volvieron a perder el sentido y la orientación, y a correr sin pensar hacia mí... Me tomó en sus brazos y llorando me abrazó, me apretaba fuerte. Yo lloraba a mares, asustada, él igual...".

"Era la primera vez que veía a mi padre llorar", me dijo. "Lo he visto dos veces", añadió. Me contó la segunda, pero eso queda para las dos.

Siguió relatando, que luego del encuentro se dieron vuelta, y ella, la especial mujer, ya no estaba, no caminaba, ni corría, sólo había desaparecido.

"Mi padre -comenta la Sandra- siempre dice que fue un ángel. Quizás el de la guardia, no sabemos si el mío o el de él, no sabemos quién fue, sólo que nos encontramos. Al día siguiente, en la pieza del hotel, sólo quedó entre las sábanas un Pato Donald de peluche, ningún apego. Ya calmada, sólo me importaba la mano firme de mi papá, unida a la mía por la traspiración".

Ahí se acababa la historia, y yo hoy la recuerdo porque la Sandra nos deja esta semana, se va de donde trabajamos, deja el lugar donde nos conocimos, y me da pena tener que decirle que la voy a echar de menos y que no sé con quién voy a tomar el cafecito en la mañanas.

Amanda Kiran
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