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El tren purgatorio de Rivera Letelier

Con una primera edición agotada (5.000 ejemplares) y tratativas para publicarla en Italia, Francia, España, Portugal y Alemania, este escritor pampina se refiere a su festivo trabajo "Los trenes se van al purgatorio" y lo que viene: narrar la matanza de Santa María de Iquique

25 de Septiembre de 2000 | 12:07 | Marcelo Cabello, El Mercurio Electrónico
SANTIAGO.- Antes de sentarse a conversar desenfunda, a modo de vaquero, pero del salitre y no oro, un puñado de pasas en la mesa. De entradita, como es él, deja al descubierto su cuna humilde y su manifiesto lenguaje popular ante lo que ve.

Es el hall de un hotel, donde graban un comercial para la misma empresa, parece, y el conserje repite que repite la misma frase, a lo que Hernán Rivera Letelier responde más callado: "Qué es gueón, le sale muy empaquetado, cartucho". En verdad que sí, y el autor que se lleva unas cuantas pasas a la boca.

Sencillo, jovial, cómo no si en casi diez días se agotó su cuarta novela, la historia del tren que cruza en varios días el desierto, qué mejor regalo para su cumpleaños 50.

El escritor pampino está feliz con su libro del tren LonginoEl jueves recién pasado salió una segunda edición, y ya hay contactos para editarla en Europa, continente que conoce por sus anteriores narraciones salitreras, en que el Longitudinal Nortino estuvo ausente.

Antes del lanzamiento en la Estación Central, ¿hace cuánto que no abordabas un tren?

"El año 71 fue la última vez que abordé un tren acá en Chile, y fue justamente el Longino, el tren del norte. Hice un viaje de un día, una noche, de Ovalle a Antofagasta. Fue la última vez en Chile, claro ahora, en los últimos tiempos, he andado en los trenes de alta velocidad en Europa. No tienen nada que ver con esto. Me acuerdo que íbamos por unos campos preciosos, con una lluvia torrencial, íbamos tan rápido que la ventanilla del tren no se mojaba. Eso me desconcertó, tan rápido que las vacas del campo no alcanzaban a volver la cabeza al tren y chum, el tren ya había desaparecido (se ríe)".

La comodidad de los trenes europeos es a los convoys nortinos...

"Es lo que se rescata en mi novela. Esa nostalgia por ese tren que era lento como un planeta, como la vida misma. Ese tren era como dice García Márquez un pueblo rodante. Entonces, lo que trato es esa nostalgia, la del tren, como un vestigio de romanticismo".

Y de algún modo muestra la idiosincrasia de esos pueblos por donde pasa.

"Los pueblos son lo que se ve en el tren. En la pampa, en el desierto, el día de tren, que eran dos días a la semana en que pasaba, era como día de fiesta. La gente se ponía sus mejores pilchas, ellas se emperifollaban, ellos se ponían sus mejores trajes, y se iban a la estación. Ni siquiera a despedir o esperar a alguien, sino que iban a ver pasar el tren".

De esas cuatro historias que se entrecruzan en "Los trenes se van al purgatorio", ¿hay alguna más biográfica que otra? ¿qué vivió y no sólo escuchó?

"Escribir esta novela de los trenes fue realmente una fiesta. Es la novela donde la pasé mejor escribiéndola, porque el tren lo conocía muy bien y porque todos los viejos, amigos míos en la Pampa, los pampinos, los nortinos, alguna vez viajaron en ese tren, y todos tienen una historia que contar. Algo que les ocurrió en ese tren. Yo pensaba y decía como crestas a los escritores, antes que yo, del norte, no se les ocurrió hacer una novela ¡En este tren estaba todo, no me imagino cómo no se les ocurrió! Escribir esta novela fue un viaje".

Para escribirla, ¿volviste a esas estaciones, personalmente?

"No, la escribí nomás, me acordaba de todas las estaciones donde había estado. Incluso la novela termina en una estación en donde yo iba a jugar a pata pelá, a cazar lagartos. Una estación que se llama Miraje; fue increíble porque yo me crié nombrando esta estación, leyendo su letrero, y cuando se me ocurrió que la novela tenía que terminar ahí, de pronto... A ver, la novela termina cuando el tren como que se le deshace ante las narices del lector, desaparece como un espejismo, se desvanece, y cuando termino de escribirla, y eso de desvanecerse el tren iba a pasar en esa estación, en Miraje, lo escribí. Y después dije y qué mierda significa miraje. Nunca me lo había preguntado antes, fui al diccionario y casi me voy de espaldas gueón, me espeluzné completo. Miraje significa espejismo (se ríe), increíble. Ahí el tren y toda la novela misma se convierte en espejismo. Desaparece".

De todas las historias, reales o nacidas del espejismo, ¿cuál derechamente es tuya?

"Lo más autobiográfico que hay es una historia muy linda, que se cuenta en el Himno del ángel... también. Se me suben personajes de otros libros, de La Reina Isabel..., también. En el Himno del ángel parado en una pata hay una página donde yo hablo de estos trenes, y cuento, porque esa es una historia autobiográfica, cuento de una vez que yo hago la cimarra. Me voy a la estación a ver llegar y partir los trenes -la estación Deseada, de Algorta donde yo vivía cuando muy niño".

Ese era el panorama de cimarra entre los pampinos...

"¡El tren significaba, viejo, aventuras, paisajes exóticos, otros mundos!... Entonces me fascinaba mirarles la cara los pasajeros en la ventanilla; me recuerdo que una mañana, en un tren que ya empezaba a irse, en una ventanilla, me hace señas de adiós una niña, vestida de blanco, preciosa. Yo, con mis cuadernos bajo el brazo y a pata pelá, no creo que me hace a mí, miro y era a mí y echo a correr detrás del tren siguiendo las señas. Esa imagen no se me ha olvidado nunca. En la novela, esa misma imagen aparece desde el tren, desde la perspectiva de la niña".

Considerando que fue una fiesta escribirla, ¿por qué le agregaste al viaje la palabra purgatorio?

"Doloroso no fue, pero es que se llama así porque el viaje de la novela es especial, parte como un viaje común y corriente, a medida que el tren va avanzando, la atmósfera se va enrareciendo, vas descubriendo cosas raras, los personajes tiran unas frases que no tienen nada que ver y de pronto, al final de libro, es una vuelta de carnero, el lector se da cuenta que en verdad es un espejismo ¡el espectro de un tren! El tren ya no existe, el tren fue muerto el 76, se levantaron los rieles, desmantelaron las estaciones, pero el espectro del tren sigue corriendo. Por eso al final se les deshace entre las manos, por eso es un viaje al purgatorio, porque es un tren muerto y me lo imagino corriendo aún en el purgatorio esquivando a las ánimas".

Con el rescate del Longino, muestras a un ser que llamas "huaso pampino", ¿cómo es éste?

"De todas esas localidades que recorría el Longino, de todas esas oficinas, más de 300 que florecieron en el desierto, queda una: María Elena. Ahora ¿qué rescato yo del pampino? He llegado a pensar que en el desierto de Atacama se forjó un nuevo chileno, con gente venida de todos los rincones del país que fueron a trabajar el oro blanco, como se llamaba en ese tiempo al salitre. Finales de siglo pasado y principios de éste llegaron de muy lejos, de Castro, Valdivia, Talca, de Ovalle, Vallenar, y toda esa gente que llegó al desierto llevaron su cultura, su modo de hablar, de tratar al otro, sus dichos, sus canciones... Se hizo una mezcla con gente, toda campesina, y apareció el huaso pampino cuya caracterización es la solidaridad y el sentido del humor. Porque para vivir en ese desierto de mierda hay que tener sentido del humor".

Después de esta novela vendría, quizá, el cierre del ciclo pampino con la matanza de Santa María de Iquique, ¿cómo va ese escrito?

"Antes de terminar los trenes, estaba trabajando en eso. En todas mis novelas está la parte social, laboral, la política, nunca se ha dejado eso. Va a ser la novela más difícil, pienso que mis cuatro novelas anteriores son el ensayo para escribirla. Es más, he llegado a pensar que yo vine a este mundo a escribir esa novela, la de la matanza".

¿Qué sabes de ese acontecimiento?

"¡Todo! Hace dos años que estoy recopilando datos, lo tengo todo, todo, todo, desde que comenzó la huelga, digamos, en una oficina que se llamó San Lorenzo hasta la matanza, y después hasta los partes que mandó el general Silva Renard al Presidente, hasta los oficios que mandó el Presidente a Iquique. Todo, todo lo que dijeron los diarios de la época. Muchos datos me impactaron; mientras estoy escribiendo esta novela, de pronto tengo que mandar el computador a la mierda porque... de descubrir todas las injusticias que se cometieron con esa gente, me viene una especie como de bajón emocional, y tengo que dejar de escribir. Es la novela que, pienso, voy a sufrir más escribiéndola. Si los trenes fue una fiesta, ésta va a ser un dolor".

Comentario del libro
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