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Max Valdés fue un "Emperador" en el municipal (19/03/2003)

12 de Diciembre de 2003 | 11:19 |
Mario Córdova
(19/03/2003)

Con motivo del centenario del nacimiento de Claudio Arrau, la temporada oficial de conciertos de la Orquesta Filarmónica de Santiago organizó este año 10 programas de grandes conciertos para piano, algunos de ellos muy ligados a la carrera del gran artista chileno.

El primer programa, estrenado este lunes en el Teatro Municipal, tuvo como eje central el célebre Concierto Nº 5, "Emperador", de Ludwig van Beethoven, sin duda la obra para piano y orquesta más representativa del repertorio interpretado por Arrau.

La Filarmónica estuvo dirigida por Max Valdés, nuevamente como titular de la agrupación, y la parte solista correspondió al español Joaquín Achucarro. Y si bien se escuchó una interpretación de innegable calidad global, el pianista no estuvo a la altura de la excelencia que desplegaron Valdés y sus dirigidos.

Los primeros compases del popular concierto mostraron una lectura que se veía venir juvenil y recia, tanto en el teclado como en el grupo orquestal. Sin embargo, a poco andar, uno y otro se distanciaron.

La dirección siguió cada vez con mayor gallardía y solidez, mientras que en la ejecución de Achucarro se advirtieron múltiples desajustes. Cuando la música era más suave y sin acompañamiento sus logros eran evidentes; pero cuando se exigía más volumen y aparecía la orquesta, surgían rudezas y arreciaba un dibujo mucho menos fino.

Así, entre el primer y el tercer movimiento, que fueron muy vulnerables a esta característica, se oyó un Adagio francamente notable.

Al término de este "Emperador" en que el soberano fue el director, el pianista Achucarro brindó como encore -sin que el público lo pidiera demasiado- un "Nocturno" de Chopin más mecánico que inspirado.

El gran desempeño de Valdés ya se había apreciado en la "Obertura Festiva" de Juan Orrego Salas, que abrió la jornada. La obra, concebida por el compositor chileno a mediados del siglo 20, resulta ser un híbrido por la curiosa mezcla de componentes, pero, más allá de esa singularidad, la lectura ofrecida fue magnífica y rica en detalles.

Cerraba el programa la Sinfonía Nº 3, "Renana", de Robert Schumann, y de ella Valdés ofreció una versión que desgraciadamente decayó en su movimiento final.

La interpretación partió de maravillas en las dos secciones rápidas del comienzo (Vivace y Scherzo). Allí hubo solidez, estilo, decisiva cohesión y un ejemplar desempeño de los vientos.

No obstante, tras un muy logrado Andante la sinfonía tendió a desarmarse en estructura, sonoridad y ritmo. La experta batuta de Valdés ejerció cierto control, pero ya quedaba poca sinfonía por escuchar.
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