Punk caliente
Marcelo Contreras 9/2/2005
Noche del miércoles 9, cartel con el rostro de Marky Ramone, el último sobreviviente de The Ramones. La Batuta de Ñuñoa repleta, justo el día que el termómetro se pasó de la raya con 34º.
El aperitivo a volumen insolente incluyó a toda la santidad punk: The Clash, Dead Kennedys, Bad Religion, Sex Pistols y, claro, The Ramones. La nostalgia calando entre el sudor, los puños en alto, las impúdicas panzas cerveceras, y las gargantas irritadas entre humo y fervor.
El patadón de calor y gritos que recibió a Marky no esperó a la cuenta de cuatro, el mantra universal que abría cada canción de The Ramones. Simplemente el bramido se devoró a su banda, que primero funcionó como trío y que luego ensambló como cuarteto cuando apareció Mickey Leigh, el hermano de Joey Ramone, que miró al cielo todas las veces que el cliché lo hizo necesario para homenajear a su hermano, el más cool de todos los nerds que han pisado la Tierra.
Que Leigh se colgara y descolgara una guitarra con exasperante insistencia, que Marky callara el grito del mítico conteo y que, inexplicablemente, este tributo a la banda ahondara en el material de los 80 y los 90 de The Ramones (que, sin discusión, no fueron los mejores años del cuarteto) poco importó en La Batuta.
Un sobreviviente merece un aplauso, y ésa fue la recompensa para Marky, el último miembro vivo de una familia ejemplar.
