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La Filarmónica en la Plaza de Armas 28/2/2005

03 de Marzo de 2005 | 12:14 |
Gilberto Ponce 28/2/2005

Eduardo Browne, uno de los talentosos jóvenes directores de nuestro país, estuvo al frente de la Orquesta Filarmónica de Santiago, en un concierto de extensión con obras de Dvorák, Beethoven y Brahms, que se realizó en la Plaza de Armas de Santiago.

La carrera de Browne se inició como pianista y, al dedicarse a la batuta, ha dirigido desde música de cámara hasta ópera, destacándose por la seriedad de sus propuestas.
Posee un gesto claro y denota un cuidadoso estudio, que se traduce en entregas de gran musicalidad.

El programa que escuchamos, considerando el lugar y la audiencia a los que estaba dedicado, no fue el más adecuado, pues aunque se trata de obras maestras, éstas poseen demasiadas sutilezas y son demasiado largas, para un público no acostumbrado a este tipo de espectáculos. Estamos concientes de la necesidad de educar a los asistentes, pero en dosis que atraigan, mezclando estilos y con obras breves, para finalizar con una más contundente y brillante.

Otro detalle, muy importante, fue la deficiente amplificación, totalmente desbalanceada, donde maderas y bronces se escuchaban por sobre unas apenas audibles cuerdas, solo en el último movimiento de la sinfonía de Brahms, se corrigió el defecto.

Luego de una brillante Danza Eslava Nº 7 de Dvorák, que logró entusiasmar al público, se escuchó el notable Concierto en Re mayor para Violín y Orquesta de Beethoven, teniendo en la parte solista al joven violinista de la Filarmónica Freddy Varela, quien posee un interesante sonido, notable afinación, y en el aspecto técnico se proyecta como un futuro valor.

No sabemos si para evitar riesgos o por una concepción interpretativa, los pulsos fueron excesivamente lentos, haciendo perder fuerza a fraseos muy interesantes.

Las cadenzas fueron la oportunidad de aquilatar la musicalidad del solista. No obstante, una vez más debemos destacar el problema del equilibrio sonoro, donde los sonidistas dieron al violín solista un volumen desproporcionado y molesto.

La hermosa y poética Sinfonía Nº 3 en Fa mayor Op. 90 de Brahms cerró el programa. Ya ante el raleado público que se quedó hasta el final, el director la presentó con una alocución en la que expuso y explicó los principales temas melódicos de los tres movimientos.

El concepto de Browne es eminentemente romántico y suponemos que en un teatro, donde no existen las dificultades de la amplificación sus, resultados serían óptimos. El segundo y célebre movimiento perdió su poesía en virtud de lo señalado, aunque se intuía una concepción sólida.

Menos mal que en el tercer movimiento los problemas sonoros desaparecieron, quedando en evidencia el buen sonido de la orquesta y la respuesta que daban a las indicaciones del director, donde lo dramático de la primera sección llegó a conmover, para luego hacia el final disolverse en una armoniosa paz.

Para agradecer los aplausos, interpretaron la Danza Húngara Nº 5 del mismo Brahms, que encendió el entusiasmo del público, corroborando nuestra apreciación sobre las características del programa.

Pensamos que para estos eventos las iglesias siguen siendo los lugares más adecuados.
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