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El final de "Los Treinta": Pirotecnia, dramatismo, psicosis, amor y desgarro

Con 30.7 punto de rating terminó ayer el último capítulo de la serie que revitalizó la sintonía de TVN. Hoy, a las 23:30 se repite este final.

05 de Agosto de 2005 | 06:41 | Por El Televidente, El Mercurio en Internet
SANTIAGO.- Anoche, a las 22 horas en punto, el televidente ya estaba instalado frente a la caja idiota, con un plato de tallarines en las manos, dispuesto a deglutir por completo el último capítulo de "Los Treinta".

Y quién lo diría. Si cuando empezó esta teleserie nocturna (la segunda de TVN después de la intrascendente "Ídolos"), hace ya unos cuantos meses, el televidente miró el primer capítulo con cierto desdén: "Los personajes son estereotipados", se dijo para sus adentros. "No me representan", agregó a su vez con cierto escepticismo. "No hay parejas felices". "Son todos un desastre de personas", protestó el televidente en más de una oportunidad. "La vida no es así", concluyó.

Y tenía todo el derecho a reclamar. Primero por el legítimo derecho que tiene a reclamar cualquier televidente frente al producto televisivo. Pero también porque coincidió que este televidente pertenece a la misma generación que los personajes de la telenovela.

Durante los espantosos ochenta, escuchó las mismas canciones que sirvieron de soundtrack para la serie (y que sonaban con insistencia en cada capítulo), también rebobinó casetes con un lápiz y también hizo otras cosas que el televidente no se siente en condiciones de revelar.

Sin embargo, a pesar del escepticismo inicial, y sin proponérselo, el televidente terminó convertido en un fanático de "Los Treinta".

No digamos fanático, fanático, de esos que la dejaban grabando cuando no iba a alcanzar a llegar a verla (las responsabilidades del adulto joven contemporáneo son innumerables y no siempre hay tiempo para ver televisión), pero sí la veía cada vez que estaba en la casa a esa hora. Y el televidente, que es un hombre hogareño, casi siempre estaba en su casa a esa hora.

Por lo mismo y ya que había visto casi en su totalidad la teleserie, el último capítulo presentaba una atracción especial. Era nada más ni nada menos, que el último capítulo.


Las escenas explícitas fueron un sello de esta nueva producción nocturna.
Aquí pasó de todo

A juicio del televidente, el último capítulo tuvo los ingredientes necesarios de pirotecnia, dramatismo, psicosis, amor, desgarro, esperanza, y hasta ciertos tintes justicieros, que si bien agradaron al televidente, no lo hicieron aullar de felicidad, o llorar de emoción (como le ha ocurrido con otros últimos capítulos de otros programas que no vale la pena mencionar en este momento).

A saber: Leticia terminó internada en una clínica de desintoxicación después de que su incontrolable alcoholismo la hiciera dejar botada en pleno centro de Santiago (en un barrio nada de amigable) a su propia hija (ahí está el desgarro). Adriano, su marido, el trabajólico y homofóbico abogado a prueba de balas, terminó emocionado hasta las lágrimas y de yunta del delicado chef Benito, un digno representante del mundo gay (ahí está la justicia).

La misma justicia es la que cayó sobre la cabeza de Andrés, el chanta de la serie, el que parecía sentir una compulsión por meterse en negocios truchos y que terminó pidiendo perdón a sus amigos desde una azotea y luego encerrado en la cárcel, pero más por estúpido que por malo. Bárbara, su mujer, le prometía en una de sus primeras visitas a la penitenciaría (la única que pudo ver el televidente), que lo sacaría pronto de ahí, que todo iba a salir bien. En ese momento Andrés aprovechó de confesarle a su mujer, que el dinero que había robado a sus amigos, estaba enterrado en el jardín de su casa. Bárbara partió corriendo a buscarlo y a devolvérselo a Paulo, el administrador del restaurant del cual eran dueños todos los varones de la serie (hacían prácticamente todo juntos los guailones).

"Ya no vas a tener que vender el restaurant", le dijo Bárbara a Paulo y éste sufrido hombre y padre de familia tuvo así su recompensa. Pero la tuvo no solamente en el plano económico, sino también en el plano afectivo. Porque después de que el doctor Bruno, ex amante de Simona, la ex esposa de Paulo, rociara la casa del empresario gastronómico con parafina y le prendiera fuego (ahí está la cuota de pirotecnia y psicosis), Paulo fue recibido junto a su hijo en el cuchitril en el que estaba viviendo su ex mujer, condición (la de ex) que por lo que pudo apreciar el televidente estaría próxima a acabar (he ahí la cuota de esperanza).

Diana, la eternamente gorreada por su marido Fernando (situación que sabía, pero que se negaba a ver) vio con sus propios ojos la performance sexual que estaban desplegando su marido y Thelma, su mejor amiga. Una performance a la que estaban habituados a desplegar desde hacía por lo menos cinco años, según propia confesión. Eso bastó para que Diana encontrara una enorme fuerza en su interior y le desfigurara la cara a su "amiga", de un puro mangazo. A su marido, ni siquiera lo miró. Después de eso, partió rauda a refugiarse en los brazos de Javier, el hombre con el que había conocido el sexo en sus años de universitaria y que, ¡ay!, por esas cosas del destino (o más bien del guión), había vivido una temporada justo frente a su departamento. Justo la temporada en la que Diana necesitaba de mucho apoyo (no olvidar que la mujer perdió a un bebé durante el embarazo).

Por último, Fernando y Thelma se quedaron solos. Él pidiéndole perdón a un auditorio vacío, en el que él veía a las decenas de mujeres que fueron víctimas de su impulso sexual. Ella, con la cara hecha una pelota deforme de carne y heridas, pero seguramente con un dolor mucho más intenso a nivel interno.

Así, mientras los créditos de la producción se desplegaban en la pantalla (junto con la lluvia que a esa hora caía también inclemente sobre Santiago), el televidente confirmó que si bien ninguno de los personajes calzaba exactamente con su perfil, comprendió también que a fin de cuentas, tomando un poco de éste, un poco de éste otro, y una pizca del de más allá, el televidente se dio cuenta de que sus vicios y virtudes estaban repartidos en pequeñas proporciones en los distintos personajes de la serie, y quizás fue en ese detalle (que no captó sino hasta el final) donde estuvo la empatía que encontró en esta exitosa teleserie nocturna.

Al final de los créditos el televidente no leyó por ninguna parte la palabra "Fin", con la que se cierran la mayoría de las teleseries. Esto lo hizo presumir que en algún momento se emitirá una segunda temporada.
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