Marcelo Contreras
En dos pantallas gigantes el rostro híper sonriente de la animadora Andrea Molina insiste en que compremos de todo en una farmacia. Noche de sábado, espacio Riesco. Una hora veinte de retraso y el enésimo spot cortesía del auspiciador de la cita "Enamorados", entre Myriam Hernández y Alberto Plaza, juega a perdedor con la paciencia de 4.300 personas.
Entonces la mismísima Andrea Molina aparece pidiendo disculpas por la espera. Apenas nombra a los artistas de la noche, él se lleva los vítores. Ella una ovación cortés antes que entusiasta.
El aplausómetro timbró una profecía. Alberto Plaza abrió la noche con hambre. Despachó casi afiebrado éxito tras éxito. Alardeó de un registro que con los años se afianza, como insistió en arrancar los prejuicios hacia su imagen con unos pasitos caribeños. Poco más de una hora de espectáculo y dejó encendida la sala.
Lo de Myriam, preocupante. Sufre del síndrome Montaner. Parloteó al punto de extraviar la noción del ritmo que requiere un concierto. Vale. Truco para retomar aire porque a Myriam se le ha visto en mejor forma. Pero cuando llegó al extremo de detallar secretos de belleza con una receta que toma dos días, las primeras pifias asomaron. Si no las advirtió, debió quedarle claro al preguntar "¿seguimos conversando?". El eco, un atronador "¡no!". Entonces el galpón empezó a desangrarse de asistentes. Una estampida silenciosa, reprobatoria. El reproche para la confianza excesiva.
