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La ópera con voces nacionales

03 de Noviembre de 2006 | 00:00 |
Gilberto Ponce

(foto: El Mercurio).

“Don Giovanni”, la célebre ópera de Wolfgang Amadeus Mozart, subió al escenario como último título de la accidentada temporada de ópera 2006 del Teatro Municipal de Santiago.

En esta ocasión, tanto el elenco internacional como el nacional fueron dirigidos por el maestro israelí Rani Calderón, lo que permite unificar en una sola batuta ambas versiones.

En el caso de los solistas nacionales, el resultado final fue del más alto nivel.

La régie estuvo a cargo de Michael Hampe, quien además diseñó la escenografía en conjunto con Germán Droghetti; ésta fue de gran sencillez y eficacia, logrando limpios y ágiles cambios de escena, trocando el escenario en recintos casi íntimos, o bien en otros muy amplios. Aquí debemos señalar el gran trabajo de iluminación realizado por Ramón López, quien resaltó el bello vestuario de Droghetti, mientras lograba los ambientes para cada diferente escena.

La dirección de Hampe fue certera en el uso de los espacios del escenario, diferenciando caracteres y estatus social del los personajes. Una vez más, el regisseur alemán mostró las cualidades que lo han llevado a ser un referente en óperas de Mozart.

La dirección de Rani Calderón fue atenta, llevando pulsos claros, siguiendo el desempeño de los cantantes. Obtuvo un sonido hermoso, homogéneo y ajustado en estilo de la Orquesta Filarmónica, aunque en algunos momentos el sonido de las cuerdas fue un tanto insuficiente. Un detalle infortunado fue la excesiva amplificación de la mandolina en el aria que acompaña a don Giovanni, pues parecía una grabación. El Coro dirigido por Jorge Klastornick cumplió una labor de acuerdo a sus pergaminos.

Los solistas

Oscar Quezada, quien hace tiempo no cantaba en Chile, realizó una excelente labor, con impecable afinación, hermosa y gran voz, posesionado totalmente de su papel del cínico don Giovanni; Ricardo Seguel fue un Leporello con una voz muy expresiva, otorgándole mucha simpatía a su rol; si bien hacia el final perdió el brillo vocal, ésto no le restó mérito a su desempeño.

En el caso de Cecilia Frigerio (Doña Ana), pensamos que estuvo muy lejos de sus habituales presentaciones, con una afinación precaria, que incluso puso en riesgo dúos y concertados, además fuera de tiempo en las coloraturas. Sólo su presencia escénica equilibró su desempeño.

Daniela Ezquerra fue una gran Doña Elvira, segura, de cálida y afinada voz y de convincente actuación. Luis Olivares es uno de nuestros grandes tenores, en este caso con su Don Octavio demostró todas sus cualidades: seguro, afinado, con pianissimos muy hermosos, manejo vocal muy expresivo. Sus arias fueron emocionantes, solo cabe que mejore su actuación.

David Gáez perfiló bastante bien al Comendador, con buen timbre y voz que con el tiempo desarrollará plenamente.

Patricio Sabaté, que canta en las dos versiones como Masetto, lo hace con calidad vocal y expresiva y segura actuación, algo similar ocurre con Patricia Cifuentes, de fresca y simpática presencia, con afinada y, en este caso, pequeña voz.

Una puesta en escena que hace mirar con optimismo el futuro de la ópera, pues cada vez más los cantantes nacionales dan muestras de una calidad que los hace competir parejamente con las figuras internacionales, y por fin, la Filarmónica, que parece estar renaciendo después de la grave crisis por la que atravesó.
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