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Latin jazz

07 de Septiembre de 2007 | 17:50 |

Para una persona en tierra firme, clave, maraca y güiro pueden ser tres nombres de algo que parece que suena a algo. Probablemente muchos tampoco podrían asociar con certeza a qué. Clave, maraca y güiro son nombres de tres de instrumentos de percusión afrocubana arraigados en la historia de su música como el ron y como el habano: un juego doble de cilindros de madera, otro juego doble de sonajeros, y un cuerpo de madera hueco de estrías. En Cuba y en Puerto Rico, clave, maraca y güiro tienen vida propia y mucho poder. Así es como lo acreditan los músicos de la fenomental orquesta de Chico Álvarez, un sonero, conguero y cantante, de doble nacionalidad neoyorquina-habanera: “La clave, maraca y güiro / te están invitando / pa’ que bailes con nosotros / te están invitando”. Un chachachá maestro que suena a gran club de la Cuba de Batista aunque fue escrito en épocas revolucionarias, con ese swing oscilante que ahí no se llama swing sino sabor.

Cuando el trompetista bebop Dizzy Gillespie entendió que sí era posible llevar sus veloces improvisaciones a un contexto rítmico extraído de esta isla fantástica nació lo que entonces fue bautizado como “latin jazz”. Una corriente estética paralela al swing y al bop, no tributaria ni afluente y posiblemente mucho más definida y vigente que el cool jazz. Latin jazz es un título más entre esas coloridas cubiertas que el sello Putumayo diseña para que las admire el público global. Aquí reunió más y mejor latin jazz, echando mano a algunos de sus maestros de origen latino, muchos convertidos en líderes de opinión musical desde los instrumentos de percusión, a diferencia del jazz cuyas estrellas soplaban saxofones o trompetas.

El timbalista Tito Puente es uno de los clásicos. El conguero Ray Barreto es uno de los de la edad mediana. El otro conguero Poncho Sánchez es uno de los nuevos. Sus sesiones son calientes, con clave, maraca, güiro y otros intrumentos de percusión que aquí se utilizan en un estadio más de evolución que los tribalistas. Primero ritmo, después melodía y armonía. Puente monta un chachachá con big band cubana llamado “Cha cha chá”, Barreto se descarga sobre un intocable como “Summertime” y lo convierte en una delicia del jazz latino. Sánchez propone escuchar un son sabroso que se llama “Sabrosón”. Es una colección que incluye también a gente como los pianistas Hilton Ruiz, fallecido sorpresivamente en 2006 producto de una caída, y Eddie Palmieri junto al trompetista Brian Lynch, la orquesta de Manny Oquendo y el trompetista Armando Armenteros, cuya música era de tal profundidad en su color que llegó a ser conocido en el mundo únicamente como “Chocolate”.

Minutos más o menos de acción, en Latin jazz se obtiene esa sinópsis de la contínua exploración rítmica de la música venida de la raíz cubana y la diáspora y cruce con eso que tenía en mente Dizzy Gillespie: bop y son, o bop y mambo, o bop y chachachá. Y la muestra más perfecta de esta asociación dura apenas dos minutos y fracción. La exponen juntos el maestro Frank Paul Grillo, o sea Machito, y el saxofonista alto Julian Adderley, o sea Cannonball, en una pieza con tambor batá sacada de algún ritual de santería y grabada por ambos en 1957. Es latin jazz, o sea jazz latino. Otra forma de combustión total.

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