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Feed the animals

11 de Enero de 2009 | 12:31 |
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El cortar-pegar, la mezcla, el sampleo, la edición dejan de ser en Girl Talk recursos de trabajo musical para convertirse en herramientas de un manifiesto artístico-social, profundamente subversivo pese a su apariencia festiva y de juerga. Las grabaciones ajenas no son para el músico Gregg Gillis una base (como en el hip-hop), una cita cómplice (como en el pop) ni un molde para repetir en serie (como en cierto rock), sino, derechamente, las únicas materias primas para su ensamblaje sonoro hiperkinético, asumidamente ilegal, esencialmente posmoderno.

¿Por qué entonces detenernos en sus discos? ¿Por qué tratar a Gillis, siquiera, de compositor? En rigor, el trabajo que Girl Talk viene realizando desde el álbum Secret diary (2002) es, inequívocamente, artístico; si no a la manera de creación "original" a la que nos ha conminado la escuela rock más solemne, sí del modo en el que lo entienden, por ejemplo, ciertos artistas visuales. Gillis toma fabricaciones ajenas y re-crea con ellas piezas de una atmósfera, intención y pulso no sólo opuestos a lo que pretendían sus gestores originales, sino que perfectamente justificadas en sí mismas, como entregas sonoras frescas, capaces de todo el asombro que puede producir una estupenda canción. Tómese, por ejemplo, la secuencia que rellena los 4 minutos 40 de "Here's the thing": sobre el pulso de "Going to a go-go" de Smokey Robinson, se ubica, primero, la línea de órgano de "96 tears", seguida por la primera mitad vocal de "Since U been gone" de Kelly Clarkson. Luego vienen los riffs de "Jessie's girl", de Rick Springfield; una voz de "Smack my bitch up", de Prodigy; y, al final, el "Seether" de Veruca Salt y el "Maneater" de Nelly Furtado. "In step" mezcla a Deelite con Nirvana y ¡George Harrison! (y luego Beach Boys y Earth, Wind & Fire). Y en "Let me see you" se acomodan Vanilla Ice, David Bowie y Cranberries. La idea no es sólo calzar colores musicales afines, sino forzar lo más improbable, probablemente con el sarcasmo esperable en todo melómano pop (como cuando en "Like this", la voz de Karen Carpenter es seguida del riff más demoledor de Metallica). Los 322 samples que armaron este disco detallados en los créditos de carátula. Ninguno de los administadores de sus derechos de autor fue contactado para permisos legales, pues seguir el procedimiento habitual le tomaría a Gillis "unos 150 años y cientos de miles de dólares que no tengo".

Otros músicos han hecho algo parecido antes, desde los Beastie Boys en Paul's boutique hasta bandas como The Avalanches y 2 Many DJ's, sin contar la serie de mash-ups que suelen circular como mp3s por la web. Pero hay en Girl Talk una imaginación y detalle que merece una atención completa, incluyendo, por cierto, el cuestionamiento tácito que le formulan sus discos a la rigidez con que siguen administrándose los derechos autorales. El grueso de estos samplers no les pertenecen ya sólo a sus compositores, sino a una suerte de inconsciente colectivo inmanejable, al que Girl Talk alude en parte como un gesto democratizador (como diciéndonos: qué tanto; para los efectos de un collage, es lo mismo Hendrix que Britney), en parte para demostrar cómo el pop se alimenta (glotonamente) de sí mismo. Si el efecto de un buena obra artística es cambiar el modo en el que pensamos sobre nuestro tiempo y cultura, Feed the animals resulta, qué duda cabe, un disco digno del mayor entusiasmo.

—Marisol García

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