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Cortar y pegar

11 de Noviembre de 2011 | 21:37 |
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No sobra la luminosidad en la música chilena, que incluso en el pop o la balada se ha caracterizado por la expresión más intro que extrovertida, y más sombría que encandilante. Jazzimodo es una propuesta de excepcional frescura en el panorama de actual sonido joven, en parte porque entiende esa exigencia de mayor claridad como una suerte de imposición conceptual amplia, que debe cruzar arreglos, letras e interpretación.


A veces, en su segundo disco, la luz es mención literal, como en el encantador pop salsero de “Cómo fue” o en “Final feliz” («el día llegará / los pájaros vendrán con dulces melodías / y el sol brillará para los dos»), dos canciones que asocian el enamoramiento a un golpe de brillos bienvenidos y enceguecedores. Pero, está, sobre todo, en la opción por arreglos de contagiosa frescura, deudores por cierto del jazz —es ésa la principal escuela de ambos músicos—, pero también de ritmos afrocaribeños (al solo de piano que se escapa en “Maleza”, por ejemplo, debe caerle muy bien Bebo Valdés) y pop electrónico, este último ordenado entre las manos de Lautaro Quevedo y teclados de timbres diversos. Todo muy radiable, muy alegre, y de una ligereza que nunca es liviandad. La voz de Paz Court es seductora por su dulzura pero, sobre todo, por la intención de abierta coquetería con que la chilena la emite, y a la que el oído se rinde sin recelos, pues no hay aquí impostura sino invitación. Ésta es música cosmopolita, decodificable en cualquier salón de baile o café ondero del mundo; pero también es música chilena y cercana: aparecen de pronto junto a sus instrumentos Ángel Parra Orrego, Camilo Castaldi y DJ Caso, y hasta Fresia Soto y su corazón de melón se cuelan en “Castillos en al aire”. Quizás un disco de Jazzimodo no alcance para iluminar las décadas de tradicional sombra sentimental de nuestro cancionero, pero puede hacer que de pronto el sonido local parezca un artefacto fulguroso.

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