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Me gusta la vida

La cantante chilena, que se estrenó con vivos colores en "Llamadas perdidas" hace dos años, reaparece ahora con canciones más maduras y una nueva luz en la voz.

24 de Octubre de 2013 | 12:45 |
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El optimismo es el sello con que apareció María Colores hace dos años, cuando esta cantante chilena debutó con las melodías luminosas de su disco Llamadas perdidas (2011) y estrenó su apellido multicolor en el pop chileno. Ese mismo buen ánimo es la puerta de entrada también para su segundo trabajo, Me gusta la vida (2013), qué duda cabe con ese título además, que aparte es el mismo de la primera canción. Pero desde el inicio María Colores demuestra además qué giro ha dado en estos dos años: Primero, por cómo está construida esa composición y, luego, por todo lo que sigue después en el repertorio completo del disco.

Son tres acordes mayores los primeros de la canción "Me gusta la vida". La clase de acordes que sugieren felicidad. Pero luego, en el estribillo, vienen dos tonos menores, el tipo de acordes que connotan melancolía, a matizar el optimismo inicial. Una fórmula usual en las canciones es componer las estrofas en tonos menores y los estribillos en mayores: Sólo por dar vuelta esa obviedad aquí María Colores parte aventajada. Y luego ese optimismo reelaborado por medio de la armonía va a ser sólo la puerta de entrada al disco, porque lo mejor de Me gusta la vida es que de ahí en adelante es impredecible.

Un extremo pop del álbum está en la canción "Los afortunados", que casi parece un diálogo con la Julieta Venegas que grabó "Algún día" en 2008. Pero incluso esa canción tiene una parte B, y justo a continuación, en "Tu casa es mi casa", en "Mil vueltas", en "Si la vida" y la pizca de aire balcánico que trae consigo ahí el acordeón, la música de Me gusta la vida se dispara en sentidos armónicos y melódicos inesperados. Sea con guitarras eléctricas o acústicas, o con el piano que es la base de canciones como "Todo se da" y "Peces", en sus nuevas composiciones María Colores muestra el crecimiento de estos dos años, notorio también en la voz con que canta estos versos, más madura, muchas veces más de mujer y menos de niña, con una luz nueva.

Hacia el final ella emprende más vuelo con la atmósfera sedante y el compás asimétrico de la canción "Nada fugaz", casi al borde de lo lisérgico. Y cuando llega a "Zoe" está todo junto: Las armonías abiertas y la melodía iluminada. "Dedico este disco a mi maravillosa hija Zoe...", está escrito por la autora en el cuadernillo del disco, para confirmar que hay razones personales para que esa canción se escuche en especial lograda. "No es lo mismo" se llama la última del álbum, y después de llegar ahí claro que no es lo mismo volver a escuchar Me gusta la vida de nuevo desde el punto de partida, con todas las cosas que pasan en medio, como si fuera un viaje.

David Ponce

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