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Viva el Lunes (Talla XL)

Columna por Paulo Ramírez

21 de Febrero de 2000 | 02:33 | El Mercurio
Muchos comentaron que lo que estaba haciendo Canal 13 con el Festival de Viña era convertirlo en un gran "Viva el lunes", el programa de televisión más exitoso de los últimos años. Y que el gran culpable era el productor general, Gonzalo Bertrán.

La acusación se veía completamente infundada y parecía sólo un nuevo peldaño en la demonización de Bertrán. Pero con el correr de las noches, el concepto de que el certamen se estaba pareciendo al programa fue tomando fuerza, y la presentación de Xuxa terminó por hacerlo bastante real.

Viña comparte con "Viva el lunes" un elemento crucial: genera pasiones encontradas de amor y de odio, y ambas convergen en el mismo efecto: un nivel de sintonía arrollador. Los que dicen que es lo máximo y los que alegan que es lo peor terminan siempre haciendo lo mismo: viéndolo (con infinitas ganas o muy a su pesar).

A eso se suma lo que Canal 13 diseñó y ha logrado en estas noches: generar un contexto donde cabe casi de todo, y donde la sorpresa juega el papel estelar.

En buena medida, esta versión ha tenido lo mismo que festivales anteriores: mucha música, por supuesto, humor, baile, fiesta, emoción. Pero los actuales organizadores le agregaron una cuota nunca antes vista de incertidumbre.

El baile de Cecilia Bolocco en la noche inaugural fue el primer ejemplo. Convertir al animador en protagonista es parte del abecedario de un buen show televisivo, y el efecto se logró en forma instantánea. Pero era arriesgado: ¿qué hubiera pasado si el público se hubiera sentido molesto por tanto protagonismo?

La actuación de "El Malo" dio la señal definitiva. Durante su recorrido hasta el escenario podría haber pasado cualquier cosa: ¿quién podría haber anticipado en qué iba a terminar esa extrañísima 'performance'? El riesgo fue total. Así mismo sucedió muchas veces en "Viva el lunes", con esa mezcla de personajes que hace imposible mantener el control y que tiene su mejor justificación precisamente en el descontrol.

La aparición de Sandy es otro buen ejemplo. Si no hubiera entrado con muletas, si no hubiéramos conocido su historia trágica (y si al público no lo hubieran preparado para ser misericordioso), su actuación hubiera terminado rápidamente en medio de la silbatina. Su rutina -lenta, imprecisa y repetida- jamás hubiera sido aceptada, y menos premiada, por un "monstruo" en pleno uso de sus facultades. Pero la risa no es lo único que vale. La lástima tuvo su hora.

Igualmente con Xuxa. Nadie sabe todavía a qué vino, pero en el contexto de este "Viva el lunes extra large" tuvo al final su razón de ser: hacer posible el surgimiento de esa combinación de emociones que en la pantalla termina siendo infalible. Su show fue patético. Hubo que rogar por el aplauso. No la taparon con pifias sino que la aporrearon con un arma aún más dolorosa: la indiferencia. Hasta que lloró: y la cámara se cerró sobre su rostro para ser testigo de sus lágrimas y de sus desgarradoras palabras: "Pensé que no me querían". Con eso triunfó.

Hasta ahora la Quinta Vergara había provocado sólo dos efectos: el éxito o el fracaso (los que a veces eran resultado de la calidad y otras de la belleza física, que juega un papel esencial en ese escenario). En ese sentido las ovaciones a Juan Luis Guerra, a Joe Vasconcellos, a Chayanne, a Luis Jara y a Douglas estaban dentro de lo esperado. Pero el caso de "El Malo", de Xuxa y de Sandy eran impredecibles. Ahora las posibilidades han crecido. Se puede fracasar triunfando, gracias a que los recursos emocionales se ampliaron. Y se puede sobrevivir exclusivamente gracias al riesgo, a la incertidumbre, no sólo gracias a la calidad.

Paulo Ramírez
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