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Pregúntale al viento

26 de Enero de 2007 | 13:38 | El Mercurio
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El Mercurio

Salma se cayó

Robert Towne es una leyenda en Hollywood. El mito de este guionista abarca clásicos como "Búsqueda frenética" y "Chinatown", ambas cintas imperdibles de Roman Polanski y que exploran y se acoplan a la perfección con la obsesión del director polaco. Esto es, la presencia del mal y sus trágicas fisuras. Towne también tiene como escritor productos menores pero con algo de atractivo, como las dos primeras partes de "Misión imposible", cintas entretenidas y que cumplen. Así las cosas, Towne es un autor todoterreno y cuando se trata de hacer una labor más personal como director y guionista, las cosas prometen durante los primeros minutos de 'Pregúntale al viento', una película que parece tener algo del espíritu de la grandiosa 'Chinatown" (con un joven Jack Nicholson inmiscuyéndose en las manzanas podridas de Los Angeles). Para empezar, ambas cintas son una mirada a la ciudad hollywoodense y sus alrededores durante las primeras décadas del siglo pasado y las dos cintas muestran su lado menos amable.

Así, Towne y su reputación como creador prometen, pero basta un poco andar para encontrarnos con un sobreactuado Colin Farrell interpretando al escritor maldito Arturo Bandini, el protagonista y filtro de esta historia: un buscavidas sin dinero que trata de hacerse un espacio y busca la fama en la ciudad de Los Angeles en los años 30. Pese a sus esfuerzos, Bandini es discriminado por su nombre italiano. Se trata de un outsider y sus anotaciones, vía voz en off, se supone que deben ser divertidas y agudas. Pero la verdad es que todo su discurso y mirada quedan alojados en el mundo del cliché, la obviedad y eso se nota aún más cuando inicia una tortuosa relación con la bomba sexual Camila López (Salma Hayek), una mesera mexicana que lo cambiará más de la cuenta.

Se supone que Bandini es un escritor eximio, un mago de la palabra, pero sus líneas son letra muerta y lo mejor de la película no tiene que ver con él: es un chapuzón que Salma se da a medianoche en el mar, como Dios la trajo al mundo. Es un momento vivo, erótico, que parece de otra película: una que prometía y donde el lugar común perdía su poder. Salma, de pronto, parece ahogarse y la sorpresa de la muerte podría dar el giro necesario para mejorar el guión y la película. Pero es sólo una ilusión. La luna, el mar, Salma. Eso es otra película. Lo que queda es la mediocre cinta de un buen guionista que no sabe dirigir y que se pierde en diálogos débiles y predecibles. Pastelero a tus pasteles.

E.G.V.

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