Es frecuente en Chile ver personas haciendo algo descomprometidamente, en una suerte de simulacro: estudiantes haciendo como que estudian, pero están chateando; secretarias haciendo como que trabajan, pero leen el diario en línea; profesores haciendo como que enseñan, aunque dictan una materia que nadie aprende.
Vi a un director inaugurando un proceso de planificación estratégica frente a profesores, apoderados y alumnos. Desempoderado, lee: "Aquí dice que tenemos que hacer un proyecto educativo y que nos dividamos en grupos para dar la opinión".
¿Qué lleva a actuaciones vacías de sentido? ¿Por qué no se dice abiertamente: hoy no quiero estudiar, voy a trabajar más tarde, no estoy de acuerdo con esta actividad?
El fenómeno de esconder lo que se siente y lo que se opina ocurre en culturas autoritarias, especialmente en grupos que se sienten sin poder. Al no percibir la posibilidad de cambiar las cosas, se opta por un sometimiento formal que evita la sanción. Se trata de una forma de resistencia. Lo hicieron los latinoamericanos originarios al imponérseles la religión de los españoles: adoraron nuevas figuras con nuevos ritos, pero pensando en su verdadero Dios.
El arribismo induce también al simulacro. En algunos colegios es patético.
Explicaba un grupo de profesores: "Sabemos que estos niños no aprenderán nada de lo que les toca este año. No tienen los conocimientos previos, pero igual paso las unidades. Tenemos que mostrarle al ministerio, a la comuna y a los padres que nosotros sí pasamos toda esta difícil y enorme cantidad de materia... son los estudiantes los que no aprenden".
Lo grave es que países pobres y de cultura autoritaria, además de gastar tiempo y dinero en simular, nos empobrecemos de convicciones. El acto pervertido, vacío de significado, nos va acostumbrando a un modo de hacer las cosas sin valores, "light".
Actuar sólo con convicción podría ser el lema, algo básico para ser efectivos.
