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NASHVILLE, TENNESSEE. Cuando sus clientes le pagaban a Shelia Faye Simpkins para tener relaciones sexuales, supuestamente pensaban que ella era simplemente una prostituta feliz de celebrar una transacción comercial entre dos adultos que daban su consentimiento.
Pero en realidad, las cosas eran más complicadas, como suelen serlo. Simpkins reveló que fue su madre, una adolescente alcohólica y drogadicta, la que a los seis años le enseñó a hacer sexo oral con hombres.
"Como una paleta", recuerda que le explicó la madre. Finalmente, a los 14 años Simpkins huyó de su casa para refugiarse con su proxeneta. "Yo pensaba que era mi novio", dice Simpkins. "No me daba cuenta de que me estaba padroteando."
Cuando mataron a balazos a su padrote, ella fue reclutada por otro, Kenny, que manejaba un "establo" de cuatro mujeres, a cada una de las cuales le tenía asignada una cuota diaria de mil dólares. La que no los ganaba se arriesgaba a ser golpeada.
Existe la creencia común de que el proxeneta es el socio de la prostituta, pero eso es un absoluto malentendido de la relación clásica. Por lo general, cada dólar devengado por las mujeres va al padrote, que después reparte drogas, alcohol, ropa y comida.
"Él recibe hasta el último centavo", precisa Simpkins. "A la que veía con dinero, la golpeaba." Simpkins huía de Kenny continuamente, pero éste siempre la encontraba y la golpeaba con palos y varillas de hierro.
En promedio, ella calcula que Kenny la golpeaba una vez a la semana, de lo que todavía tiene las cicatrices. "Yo era su propiedad", dice sin ambages. Yo conocí a Simpkins aquí en Nashville, donde mi esposa Sheryl WuDunn y yo hemos estado grabando un segmento sobre el tráfico sexual como parte de un documental de PBS que va a acompañar nuestro próximo libro.
Estábamos filmando con la actriz Ashley Judd, que vive en la zona y no es ninguna neófita en estos temas. Ella ha viajado por todo el mundo conociendo la explotación sexual y quedó devastada por lo que encontramos prácticamente en su traspatio.
"Me pone los nervios de punta", me dijo un día, después de unas entrevistas particularmente desgarradoras. Es más fácil embotarse ante la prostitución infantil en el extranjero, pero encontramos en línea anuncios de prostitución en Nashville de una tal "Michelle", que parecía una adolescente joven.
A Judd le costó trabajo conciliar el sueño esa noche, pensando en que Michelle sería violada en hoteles baratos en su misma ciudad. En este sentido, Nashville es como cualquier otra ciudad estadounidense.
El tráfico sexual es una constante en Estados Unidos: la Oficina de Investigaciones de Tennessee reportó en 2011 que en un periodo de dos años, hubo tráfico en 85 por ciento de los condados del estado, en especial en áreas rurales.
La mayoría son chicas del lugar que, como Simpkins, huyen de un hogar conflictivo y acaban controladas por proxenetas. Por supuesto, también hay mujeres (y hombres) que venden su cuerpo voluntariamente.
Pero la idea de que la industria del sexo es una zona de juego para adultos que libremente dan su consentimiento y encuentran placer en su trabajo es un engaño que solo halaga la vanidad de los clientes.
El tráfico sexual es una de las violaciones de los derechos humanos más graves en Estados Unidos hoy en día. Y en algunos casos equivale a una forma moderna de esclavitud. Una razón de que la sociedad no se esfuerce más en acabar con él es que parece una tarea inútil. Empero, mujeres como Simpkins nos recuerdan que no debemos de rendirnos.
Simpkins reveló que seguramente estaría muerta de no ser por una notable iniciativa de la reverenda Becca Stevens, obispa de la Iglesia Episcopal en la Universidad Vanderbilt, para ayudar a las mujeres que deseen escapar del tráfico sexual y la prostitución.
Stevens había estado buscando la forma en que su congregación pudiera tratar asuntos de justicia social y ella sintió un lazo con las sobrevivientes del tráfico sexual.
Ella fue violada de niña — por un amigo de la iglesia de la familia, a partir de que ella tenía seis años de edad — y compartía con las mujeres prostituidas la sensación de vulnerabilidad, injusticia y rabia que acompañan al hecho de ser violadas.
Con donativos y voluntarios, Stevens fundó un programa residencial de dos años, llamado Magdalena, para sobrevivientes de la prostitución que quisieran superar sus adicciones y empezar una nueva vida.
Para que las mujeres se ganaran la vida, Stevens empezó un negocio, Thistle Farms, que emplea a docenas de mujeres que fabrican productos que se venden por Internet y en algunas tiendas, como Whole Foods.
Este año, Thistle Farms también abrió un café, empleando a ex prostitutas como encargadas. Simpkins pasó por el programa Magdalena y superó sus adicciones.
En diciembre, ella recibirá su título de licenciatura en psicología y después quiere hacer una maestría en trabajo social. Ella regularmente trae a mujeres de la calle que quieren seguirla para empezar de nuevo. Yo conocí a varias de las reclutas de Simpkins. Había una mujer que se había prostituido desde los ocho años y que ahora rebosaba de esperanzas por su nuevo futuro.
Otra había dejado las drogas, se inició en el trabajo de ventas y encontró un médico dispuesto a no cobrarle por borrarle los 16 tatuajes que la designaban como propiedad de su proxeneta.
Y una prostituta adolescente me dijo que quería empezar de nuevo porque "la única persona que me visitaba en la cárcel era Shelia". Magdalena y Thistle Farms cubren una parte de las necesidades: programas residenciales y de trabajo para las mujeres que quieran escapar de sus padrotes.
También necesitamos ver una represión más fuerte contra los proxenetas y los clientes. Simpkins calcula haber sido arrestada unas 200 veces. Pero sus padrotes, nunca.
En cuanto a los clientes de las prostitutas, mis cálculos simplificados señalan que en Nashville tienen menos de 0.5 por ciento de posibilidades de ser arrestados.
Si hubiera más riesgos, menos hombres se arriesgarían a pagar por sexo y la reducción de la demanda obligaría a algunos proxenetas a dedicarse a otra línea de trabajo.
En pocas palabras, hay algunas medidas que podemos tomar para empezar a desbastar el problema, pero el punto de partida es la empatía con mujeres como Simpkins, que fueron lanzadas al remolino del comercio sexual, y el reconocimiento de que el problema sí tiene solución.
Para mí, Simpkins encarna no la desesperación sino la notable capacidad humana de resistir. Ella se casó y tiene dos hijos, de cuatro y seis años de edad. El mayor, por cierto, acaba de ser aceptado en un programa para niños dotados en la escuela y su madre no podría estar más orgullosa.
"No he hecho muchas cosas bien en mi vida, pero esto es algo que sí voy a hacer bien", aseguró. "Voy a ser la mejor mamá del mundo."