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Juan Carlos Valdivia: “Nunca me ha motivado ser el número uno”

Lleva un año y medio de vuelta a las pistas, después de meses viviendo un verdadero reality, como dice, con su familia en Europa. Y pese al torbellino que significa correr de un lado a otro para cumplir con todo, ‘el Pollo’ aprendió que es justo y necesario poner a veces el freno de mano en la vida. “Para mí éxito es pasarla bien”, asegura.

28 de Mayo de 2014 | 08:13 | Por Ángela Tapia Fariña, Emol.
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Fabián Ortiz, La Segunda.
A Juan Carlos Valdivia (@Pollolibre) le gusta pasarlo bien. Basta hacer un poco de memoria y recordar los programas emblemáticos en los que ha participado y conducido, para que venga a la memoria la imagen del Pollo riéndose, conversando, relajado, ya sea en sus comienzos en “Extra Jóvenes”, hace unos 25 años, o en “Sábado por la noche”, “Así somos”, y ahora en UCV Televisión.

“Toc Show” y “Qué Pashó?” son los dos programas que marcaron su regreso a la televisión abierta, luego de una comentada salida de La Red, donde condujo por más de seis años “Pollo en Conserva”, con su esposa, partner y amiga, Claudia Conserva, y un viaje que califica de verdadero “reality” con ella y sus dos hijos, Renato y Matilda (12 y 10 años), viviendo todos juntos en Italia y recorriendo Europa por un año.

“Viajábamos para todos lados, observando y aprendiendo. Digo que fue como un reality, porque vivíamos encerrados los cuatro en un departamento, parecía de locos. A veces la Claudia venía a Chile y yo me quedaba solo con los niños. Les arreglaba las mochilas para que fueran al colegio y les preparaba tallarines, y ellos me molestaban porque me quedaban malos. Después salía a comprar los tomatitos a la feria… Fue loco vivir esa experiencia como papá. Fue algo que siempre quise hacer, pero me picaban los dedos por volver aquí a hacer lo que me gusta, algo que le diera sentido al tiempo”, confiesa.

Dicho y hecho, el Pollo regresó para ponerse manos a la obra, literalmente. Hoy, además de estar metido en todos los detalles de la tercera casa familiar que ha diseñado para los suyos, está entregado por completo a su productora GOA Films, desde donde crea contenidos y graba sus programas para UCV, mientras habla unas 18 veces por teléfono con Claudia para organizarse y repartirse las idas a dejar y a buscar de sus hijos. “Después de un año sin trabajar, no me puedo quejar. Estoy cansado, pero hay que seguir. Esto no para”, dice el hombre al que le diagnosticaron déficit atencional a los 45 años y que logró organizarse bien gracias a una mezcla del Ritalin y la organización de su esposa, un verdadero “reloj suizo” para él.

“Antes era más complicado, no tenía la disciplina ni la dedicación, pero ahora alcanzo a hacer todo. Ya no me estreso”, asegura.

-¿Ni siendo tu propio jefe con la productora?
“Es rico ser independiente y tener una relación con un canal que  te respeta. Eso es impagable. Y por lo pronto, estamos en esta etapa que es enorme; construir un espacio solos, sin socios, metiendo todos los recursos, que no son pocos. Pero me gusta la idea de crear contenidos nuevos y posicionar programas o descubrir nuevos talentos, aunque eso signifique que después se los lleven a otros canales. Eso al menos habla de que tenemos bien la brújula”.

-Igual, la competencia, por el horario de tus programas, es dura… 
“Durísima, pero yo no estoy en esa lógica. Para mí éxito es pasarla bien, hacer lo que me gusta, que la gente me acompañe y lo disfrute. Éxito es trabajar en un lugar en el que no haya gritos ni peleas o garabatos, ni malos tratos entre la gente. No tiene que ver con grandes resultados ni de rating ni de ventas. No pretendo ser fenómeno, porque eso dura, lo que dura la moda. Prefiero ser un clásico, lo que está siempre, no el éxito de ventas”.

-¿Te consideras ya un clásico?
“No sé, pero me interesa que mis proyectos perduren más en el tiempo, antes que ser un fenómeno de sintonía. Con eso, te llenas de vanidad y gloria, pero, ¿y qué más? No generas marca. Yo sé que estoy tomando un riesgo ahora, con mi productora y saliendo en un horario donde la competencia es difícil, pero ya estoy en edad para tomar riesgos, voy a cumplir 48 años. Sé que no tiene nada de malo ser empleado de un canal, que te pasen las tarjetas que debes leer en tu camarín, que te paguen el sueldo y te vayas a tu casa tranquilo, todos los días. Pero eso ya lo hice, ya lo tuve. Hoy me guío por la adrenalina que significa meterme en algo que puede resultar o no, y que depende de mi gestión, de mis ideas y empuje”.

-Y sacrificio…
“Claro que sí. Hoy estoy metido en veinticinco cosas, y creo que estoy envejeciendo más rápido que antes, pero la estoy pasando súper bien. Me he tenido que hacer súper responsable con la administración de mi tiempo, para alcanzar a estar con los cabros chicos, con la Claudia, y para solucionar los dramas que se producen aquí … Si soy como el papá de la productora, soy el mayor de esta oficina. En realidad, ahora donde voy, soy el mayor. Voy al médico y es menor que yo. ¡No sé cuándo me convertí en el más viejo de todos lados!”.

-¿Hay crisis?
“No, esa ya la tuve. Me provoca, más que nada, sentir que estoy en una etapa de mi vida en que tengo que empezar a compartir mis experiencias y ser más docente. No quiero decir que esté más sabio; estoy más viejo no más.
“En estos veinticinco años en tele he aprendido que esto siempre está cambiando, que no te tienes que quedar con una idea, que no hay un día igual que otro. Aquí no hay una meta., siempre estás en el camino. Por eso a veces peleo con gente que dice: ‘Oye, ya me conoce todo el mundo, estoy ganando plata y firmo autógrafos’. Viejo, eso es una consecuencia del trabajo, no puede ser ese el fin. ¡No te pierdas! Entiendo que hay gente que se marea, sobre todo jóvenes, que creen que esto es hacer fama y dinero. Pero tarde o temprano se dan cuenta que la fama y el dinero se van, y que lo único que puede dejar uno es un legado, más o menos trascendente, un producto. A mí me gusta hacer tele, no lo hago por vanidad. No ando persiguiendo los grandes números. Nunca me ha motivado ser el número uno. No, yo quiero pasarla bien. Quiero hacer programas que me sienta cómodo y que tenga lazos afectivos con la gente”.

-Eso con el trabajo. ¿Cuál es tu filosofía de vida?
“Tiene que ver un poco con la experiencia que tuve en Europa. Allá me convencí de que hay detenerse a veces. Dentro de esta locura, esta vorágine, este correr, este estrés, en algún minuto, hay que detenerse a ver qué estamos haciendo. Con mi mujer nos detenemos todos los viernes con una botella de vino blanco y conversamos horas. Hablamos y hablamos, mientras nos tomamos la botella entre los dos. Pololeamos todos los viernes por la noche y es un momento que no perdonamos, porque agendamos todo, de forma que nos quede libre ese espacio. Siempre es el mismo lugar, la misma mesa, para ponernos al día, desahogarnos, contarnos nuestras cosas… Es muy rico. El sábado y domingo es más para estar con los niños, y el resto de la semana, vuelta a la vorágine”.

-¿Hay cierta bipolaridad con estar a full y de pronto, buscar la pausa?
“Sí, yo me apago. Con lo acelerado que soy, cuesta seguirme el ritmo y a veces la rutina se me hace insoportable. Por eso a veces, me voy. Me compro un pasaje y me voy a caminar a una ciudad que me guste… Londres, Nueva York”.

-¿Cómo es eso?
“Como una vez al año y antes de colapsar, me voy, camino solo, no hablo con nadie, observo, me tomo un café en una terraza, me encierro en el hotel y veo programas. Me concentro en mi voz interna; me pregunto si estoy viviendo bien, si estoy feliz con mi trabajo, qué pasa con los afectos… Como que limpio el disco duro y vacío la papelera, me reseteo. Después vuelvo y llego con todas las pilas puestas, vuelvo feliz.
“Soy un viajante empedernido. A veces me empiezan a picar las patas y me tengo que ir no más. A veces me he ido temporadas largas. Así conocí África. Me fui como un mes y medio, y Renato tenía un año y me perdí cuando aprendió a caminar. Así que dije que nunca más me iba a ir por tanto tiempo”.

-¿Siempre te vas solo?
“No. El último viaje me lo pegué con Renato. Nos fuimos a Nueva York. Nos hicimos re yuntas los dos dando vueltas como cuatro días por allá. Él sabe un montón de inglés así que era mi intérprete. Ya habla inglés, italiano…. Es lindo haber construido una familia así. Al final, mi trabajo no es mi vida. MI vida es estar con mi familia, con mis hijos”.

-Ya de vuelta y con el ritmo del, entre comillas, mundo real, ¿no te provoca sentimientos encontrados? ¿Echas de menos tu vida familiar en Europa?
“No, ya habrá tiempo para eso. Hay una frase súper cliché, pero real: ‘Hay que trabajar para vivir y no vivir para trabajar’. Parece frase de eslogan, pero es cierta. Uno trabaja y con eso financia tiempo para darte tus placeres, tus gustos y sueños. Trato de ver las cosas por ese lado. Al final, somos gente de trabajo, no somos millonarios. Hay una realización personal con mi trabajo, pero nunca me olvido que con eso paro la olla”.

-Finalmente, ¿el viaje sirvió de terapia?
“Sí. Justo antes de irme, aprendí a navegar. Así que allá agarraba un bote y me iba a pescar. Podía pasar seis horas sin pescar nada, escuchando música y con una cerveza. Son formas de ponerle freno de mano a la vida, hacer una pausa para no perder la perspectiva.
“De Italia lo que aprendí es que los gallos son unos gozadores; buenos para tomarse un cafecito, la conversación, el vinito, la aceituna con el quesito… Todo es como rico, es como hacerse un cariño. Aquí estamos todo el rato apurados, comemos cualquier cosa, todo a la pasada y no disfrutas nada. Hay que buscar el equilibrio”.

 -¿Cuál es tu vicio privado?
“En mi caos, tengo claro dónde van las cosas. Sé donde dejo todo y me pone mal no encontrar las cosas donde las dejé. Por eso me cuesta mucho cambiar las cosas de lugar. Eso, además que no boto nada. Voy directo al Síndrome de Diógenes. También me obsesiona la puntualidad, cumplir… Sé que para poder exigir a otro, tengo que dar lo mejor de mí. Antes vivía frustrado, porque sentía que la gente no lo daba todo, y yo me hacía muchas expectativas. Pero ya me relajé, no me hago expectativas de nadie”.

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