Mauricio Pérez, El Mercurio.
"He aprendido a calmarme, a ser menos impulsivo", confiesa el actor César Sepúlveda (35), comparándose con el joven de 25 años que hace exactos 10 años comenzó su carrera en televisión.
En ese tiempo, su única hija –hasta el momento- Florencia (11 años), había llegado un año antes, por lo que el entonces profesor de actuación en un colegio, buscó otras fuentes de ingresos, como garzón y como taxista, sufriendo incluso un asalto arriba de su auto. "He hecho muchas cosas", dice este hombre que parece no hacerle asco al trabajo. "También he sido promotor de perfumes, mimo en supermercado y bailarín en programas de música bailando (ríe). Tuve una polola que era bailarina y que descubrió que yo también era bueno para bailar, así que me llevó a un programa del canal Rock & Pop, donde me pagaban 10 lucas al día. (Se calla y piensa) No debería decir esto, van a buscar las imágenes y me va a dar vergüenza".
Fue en esa búsqueda laboral que se animó a ir a dejar su currículum a un canal de televisión y en ese preciso momento le pidieron que volviera más tarde a buscar la escena para hacer la prueba de cámara. “Tenía que estar ahí ese día, hablar con esa persona… Es como cuando sabes que estuviste en el preciso momento donde debías estar”, recuerda.
Hoy, diez teleseries y varias producciones televisivas y obras de teatro después, está a la espera de finalizar a fines de agosto las grabaciones de “Volver a amar”, telenovela de TVN que protagoniza junto a Adela Secall y Felipe Braun, y donde interpreta al bueno de Luis Pizarro, el joven de La Vega que se entera de un sopetón que es adoptado y que tiene un hermano millonario al que debe donarle su riñón para que no muera. Y para colmo de males, se enamora perdidamente de su cuñada, que sufre de violencia física y psicológica por su marido. Por donde se mire, es una teleserie de tomo y lomo.
Terminando su trabajo como Luis, le espera a César unas merecedoras vacaciones con Florencia en Río de Janeiro, llena de tranquilas tardes padre e hija. “Ella vive más o menos la mitad del tiempo con su mamá y la otra, conmigo. Es una niña fuerte y feliz porque sabe que es amada y que su papá estará ahí siempre”, dice orgulloso.
-Decías al comienzo que has aprendido a calmarte, pero te ves muy tranquilo.
“Sí, ahora. Me hubieras conocido hace cinco años, era heavy. Tuve muchas malas pasadas por ser muy ansioso e impulsivo. Tomaba muchas decisiones que aparecían por esos impulsos animales que también provocan dolor. Muchas mandadas a la punta del cerro, errores que uno comete que te hacen herir a las otras personas y por ende herirte a ti mismo, así que al final pasa a ser autodestructivo. Al final, ese dolor te hace crecer y darte cuenta que tal vez no estabas haciendo las cosas tan bien al ser impulsivo y ansioso, y que parece que la calma es el estado más llevadero en el mundo actual”.
-¿Cuánto influyó la llegada de Florencia a tus 24 años? A esa edad, a veces uno no sabe mucho para dónde va la micro…
“Influyó y mucho. Cuando tuve a la Florencia no pensé si estaba bien mal o si venía en un buen o mal momento, estaba; y recuerdo que en esa época tenía muchas ganas de ser papá, así que cuando supe que ella venía, fue como bien, démosle como sea. Había una persona que nos había escogido como padres, así que había que hacer todo lo que fuera necesario para recibirla de la mejor forma. Pero no sé si sabía para dónde iba la micro, ni tampoco sé si lo tengo claro ahora. Lo interesante es descubrir para qué estás en esa micro y listo. Teniendo eso claro, la micro te va a llevar adónde tú quieras”.
-¿Y qué tal se te ha dado lo de ser papá?
“Es difícil, pero muy bonito porque es un crecimiento mutuo. He crecido con mi hija. Uno tiende a hablarle mucho a los hijos, pero al final lo que más les queda son las acciones y las cosas que ellos ven de ti. Eso ha sido un muy bonito desafío. Uno sabe que se va a equivocar muchas veces siendo papá y que dentro de todo, algo te van a reclamar en algún momento; sí o sí, la falta de algo o el exceso de algo. Está bien, creo que tiene que ser así; sería muy raro que todo fuera ‘happyland’.
“Lo que más me interesa es mostrarle a mi hija que la vida es maravillosa y que si te levantas con alegría, el día va a funcionar bien, que hay que gozar lo que uno hace, vivir intensamente, amar. Ha sido lindo eso, porque al mostrarle eso me he vuelto a reencontrar conmigo, con mi esencia. No siempre es fácil, los días a veces traen reveces, pero que si enfrentas las cosas con optimismo, la vida va a ser linda”.
-En tu caso, ¿por qué dices que ha sido difícil?
“Porque uno tiene que aprender a crecer y madurar con los niños, porque eres su referente, su ideal; eres un poco su mundo, y la opinión que tú tengas del mundo se la terminarás traspasando. Es como esa gente que es tremendamente desconfiada porque seguramente tus papás eran súper miedosos y vivían sobreprotegiendo a sus hijos. Y eso es lo difícil, observarte y ver cómo estás viviendo para tener un buen reflejo en el otro.
“A veces uno está en un estado de inconciencia y es como es no más; te gana la rabia, la pena, y el dolor, cualquier huevada, independiente de si está o no tu hijo al lado. Y así hay muchas personas que lo hacen y les importa un carajo; se expresan libremente de cualquier cosa, persona o aspecto de la vida como se les antoja, sin saber que hay alguien que está recibiendo y procesando todas sus mierdas. Lo importante para mí, es que mi hija sea libre de mí, de mis pesares, y que adquiera lo más mágico, no mi dolor ni sufrimiento. Lo quiera yo o no, ella va a tener los suyos propios”.
-¿Por qué dices que no sabes si hoy tienes claro para dónde va la micro? Pareces tener las cosas bastante claras.
“Es que pasé mucho tiempo con mucha pena y rabia, y muy ansioso, con muchos miedos heredados. Y en un minuto, a los 30 años, me explotó todo eso en la cara; me di cuenta que no estaba el amor en mí, que todo en mí era padecer, puras carencias. Y en ese tratar de buscar de dónde venían esas carencias, empecé a hacer un trabajo súper doloroso de abrir heridas. Lo bueno es que llegó un momento en que me cansé de aprender a través del dolor y los hechos errados, y decidí hacerlo a través de la conciencia y la tranquilidad”.
“En un momento me empecé a ver, empecé a adquirir conciencia de mí mismo. Al principio da miedo, porque empiezas a ver realmente tus miserias. Uno vive negando cosas, diciendo ‘no, yo no soy así’, pero muchas veces eras demasiado así y cuando te das cuenta sientes que eres el peor ser humano de la especia. Ahora me da risa, pero cuando lo vi por primera vez, fue terrible. Para peor, uno se pone autoflagelante y culposo, y se hace mierda”.
-¿Cómo saliste de eso?
“Hice toda una vuelta para volver a mirarme con amor y no juzgarme, es una muy larga y hay que pasar por muchas cosas antes para decir, bueno, no he matado a nadie, tan malo no soy. Pero es bonito, porque uno aprende a conocerse, y te termina gustando estar en soledad sin demandar compañía ni energía de nadie; solo con mi esencia que es gozar la vida”.
-¿Y cómo gozas tu vida?
“Subiendo un cerro, mirando un árbol, abriendo mi ventana y viendo que día por medio hay un picaflor parado en un álamo, riéndome con una amiga… Al final, la vida está en lo simple. Las hemos ido complejizando con el correr del tiempo, pero la vida son pequeños detalles, estar presente aquí. Es como cuando veo a la Florencia pegada a su teléfono y le digo ‘¡hija la vida es acá! ¡Eso no es real!’
“Es difícil criar en estos tiempos, con esta generación de ‘niños de departamento’ que tienen en el celular todo lo que creen que necesitan. Tienen el mundo en sus manos. En mis tiempos, uno para tener una pizca de eso, salía en bicicleta, subía los árboles, jugaba tres pichangas diarias, hasta que te salían a buscar para comer y te terminaban retando porque no te entraste al tiro y la comida se enfrió”.
-Esa realidad parece que ya no existe hoy en día…
“No, eso ya fue, no existe. La Florencia está viviendo algo muy normal de su generación y es súper difícil decirle que no lo haga, por lo mismo. ¿Qué más puede hacer si vive en un departamento? Lo que yo hago es decirle que salgamos a caminar o a andar en bicicleta. Al principio me dice que no, que le da lata, pero insisto: ‘Vamos a caminar, ¡es una orden! Yo soy tu papá y sé que ir a la plaza te va a hacer bien’. Después que lo hace, es heavy el cambio. Llega animada a la casa, pone música y se pone a bailar. El movimiento genera movimiento, lo he comprobado”.
-¿Tienes ganas de tener más hijos?
“Sí. Hoy estoy soy soltero y me gusta mucho mi independencia, pero tengo esa fantasía de criar junto a alguien, de compartir esa función cotidiana. Con la mamá de la Florencia nos separamos jóvenes y estuvimos muy poco tiempo criando juntos. Por otro lado, a veces siento que estoy cómodo como estoy y que todavía no es el momento de asentarme con alguien. Supongo que pasará cuando tenga que pasar. Las cosas llegan solas por algo”.
-¿Cuál es tu vicio privado?
“No es que sea carpintero profesional, pero me gusta mucho hacer muebles; cortar madera, ensamblarla, hacer repisas… Creo que tiene que ver con la materialidad de las cosas, con el olor de lo natural. En ese entorno me siendo hallado. Me gustan las manualidades. Puedo ir por la calle y encontrar un cono botado, llevármelo a la casa, meterle taladro, unas luces de árbol de pascua, una luz por abajo y ya tengo una lámpara”.