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Jaime Vadell: "Convertirse en un viejo pedante es imperdonable"

A sus 74 años, este premiado actor chileno se niega a ser de esos hombres que van por la vida dando consejos a los más jóvenes. "No cacho nada, sigo lleno de dudas", dice quien interpreta en estos días al optimista y enamorado Germán Hernández, en "Chipe libre".

20 de Agosto de 2014 | 08:08 | Por Ángela Tapia Fariña, Emol.
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Claudio Caiozzi, El Mercurio.
Dice que no tiene un humor negro, sino que más bien “desencantado”. Y con esa mirada sobre la vida, Jaime Vadell asegura que poco valen más de 40 años de carrera en el cine o 30 en tv, para sentirse con el derecho a dar un solo consejo a las nuevas generaciones de actores. A sus 74 años, este ganador de tres premios Altazor a Mejor Actor, asegura que “no cacha nada” y hasta que le tiene miedo a la oscuridad.

Sus roles en “Tres tristes tigres” (Raúl Ruiz), “Julio comienza en Julio”, “Coronación”, “Padre nuestro”, “No” -y un exageradamente largo etcétera en el cine-, le permiten hoy en día tener la opción de dejar de trabajar gratis -“hace tiempo ya que pagué el piso”, cuenta-. Además, por esta extensa trayectoria en cine, tiene un serio problema a la hora de escoger algún personaje o trabajo actoral que se haya ganado hasta hoy un especial cariño en él.

Pero, sin duda, sus papeles en “La madrastra” o “Villa Nápoli” –solo por nombrar un botón de muestra de sus clásicos en las novelas nacionales- no logran robarle el puesto que tiene en su corazón el Teatro La Feria, la primera sala teatral que se inauguró en Bellavista, fundada por él, José Manuel Salcedo y Susana Bomchil (su esposa), y que estuvo abierta por casi 30 años, hasta su cierre en 2007, llevándose una vida de recuerdos de Vadell en las tablas y dejándole una pena que solo logró superar con proyectos laborales.

“Siempre el trabajo te hace funcionar el hígado”, asegura el actor, quien por estos días interpreta a Germán, el simpático abuelo de Gonzalo (Nicolás Poblete), que se embarca en una romántica cruzada por reencontrarse con su eterno amor de juventud, en "Chipe libre" (Canal 13).

“(Él) es querendón y cariñoso, y le perdona todo a su nieto. Eso es lo que hacen los abuelos, perdonan; porque les importa un pito todo”, dice Vadell. “Yo tengo una nieta que debe tener unos 23 años y dos nietos adolescentes (…) Están en esa edad que es entretenida, aunque uno no sabe muy bien cómo reaccionar con algunas cosas, si enojarse o reírse…”.

-¿A los 74 años se tiene una visión clara de la vida?
“No, para nada. No cacho nada, sigo lleno de dudas. Si no, sería como creerse un gurú, de esos pelotudos que andan dándole consejos a todo el mundo. Con la edad se perdonan algunas cosas, pero convertirse en un viejo pedante es imperdonable, una estupidez; es caer muy bajo. ¿Por qué tengo yo que andar dando consejos?”.

-¿Pero no hay más sabiduría?
“¡Qué sabiduría! No tengo sabiduría, para nada. Tal vez hoy vivo con menos impulso, pero también con menos energía, con menos metabolismo”.

-¿Te complica la edad?
“El problema de la edad se va atenuando a medida que pasa. Porque claro, hay una edad en que duele mucho el paso de los años, sobre todo cuando se empieza a notar que uno deja de ser joven y te cansas y te duelen partes que no tenías idea que podían doler. Pero después empiezas a perder el sentido del tiempo y por eso a veces, se hacen cosas ridículas, porque uno no se da cuenta que ya hay cosas que no se pueden hacer, uno no quiere renunciar”.

-¿Cómo qué?
“Yo sé que ya nunca podré hacer ‘Hamlet’, o que nunca podré aprender a surfear, por ejemplo. ¿Qué voy a hacer, si es imposible ya que me suba a una tabla de mierda? Pero no me produce envidia; me da placer ver a la gente surfear”.

-¿Qué tienen de buenos los años, entonces?
“No tienen nada de bueno, en serio”.

-¡Qué triste!
“(Ríe) Lo bueno que tiene es que con los años, desde la perspectiva que te dan con tu vida, te das cuenta que te amargaste, te enojaste y te deprimiste por una estupidez que no tenía ninguna importancia. Eso es bueno, darse cuenta del tiempo que se perdió en penas de amor. A todos nos ha pasado que nos patearon, nos dejaron o nunca nos atrevimos a hablar con alguna muchacha. Mi personaje en ’Chipe libre’ anda en eso, de remediar una pena de amor de la juventud. Esas cosas pueden ocurrir, aunque lo veo medio difícil, porque los viejos se meten con jóvenes, andan buscando más bien lolitas, no antiguos amores”.

-¿Qué tienes del personaje?
“Nada, poh. Sí soy optimista, un amante de la vida… Lo malo es que eso, la vida, se termina.
“Jamás se me ocurriría retomar viejos amores. Yo miro el presente y me encuentro bastante bien, enamorado desde siempre. Tengo una relación de unos veintitantos años ya, y que logramos formar después de varios ensayos que hicimos, cada uno por su cuenta. Si no, no resulta, porque a uno le enseñan cuanta tontera hay, pero no a convivir, a amar ni a entregar o recibir. En fin, no le enseñan nada”.

-¿Te pegaste muchos porrazos aprendiendo?
“Feroces. Sobre todo con lo de convivir, que es una de las cosas difícil y que rompe las relaciones. Después, cuando ya hay guaguas, es el despelote, nadie duerme y es una responsabilidad de por vida. Claro que es bonito, te cambia la perspectiva de la vida, pero entorpece las relaciones.
“Hoy estoy feliz. (Con Susana) conversamos mucho, somos ‘conversistas’. El otro día estuve en un restaurante y vi a los cuatro tipos en una mesa con el celular. Llegué a pensar que a lo mejor, se estaban mandando mensajes entre ellos, como un juego”.

-Con tantos años de carrera, ¿eres ya de esos actores que no pueden vivir sin trabajar?
“No, sí puedo. Es más, estaría encantado de no trabajar más. El problema es la plata. No puedo darme ese gusto. ¿Quieres que sea como Molière y que me muera en un escenario? No, ¡qué horror! Prefiero morirme en Mallorca, en zunga, tomando un jerez”.

-¿Cuál es tu vicio privado?
“Fumé por muchos años, unos doce o quince, pero ya no. Tal vez, leer puede ser mi vicio. Me gusta leer de cualquier cosa, lo que sea, ensayos, novelas, el diario… La verdad es que no tengo mayores vicios. No colecciono nada, por ejemplo. Lo encuentro una forma mental rara eso de obsesionarse por un objeto. Los coleccionistas son raros, porque de repente cambian de fijación; empiezan con cajas de fósforos y de repente, les da con los llaveros. ¿Qué sigue después? ¿Huesos? (ríe)”.
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