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Alejandro Trejo y su nostalgia por el teatro callejero

El año pasado se le llamó “el actor más pitutero de Chile”, debido al gran número de personajes que realizó en distintos canales de tv. Este año, además de ser un pesado profesor de Ed. Media, en “Sudamerican Rockers”, mantiene su filosofía de vida laboral haciendo de todo y recuerda sus inicios haciendo teatro callejero en los 70.

02 de Septiembre de 2014 | 14:30 | Por Ángela Tapia Fariña, Emol.
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Felipe González, El Mercurio.
“No sé qué me falta por hacer”, dice Alejandro Trejo en una sala de Chilevisión, canal que emite uno de sus últimos trabajos, como “Carter”, el profesor de historia de Los Prisioneros, que echa para abajo los sueños de sus alumnos, en la serie “Sudamerican Rockers”.

Pero Trejo, conocido el año pasado por ser el actor “más pitutero” de la televisión nacional, por aparecer casi paralelamente en distintos proyectos de diferentes canales, no deja un minuto de hacer sus otras múltiples actividades en el cine –cómo olvidarlo en “Taxi para tres”-, series, teatro y por supuesto, el doblaje publicitario, en el que hace años le dio la chispa al simpático Armando Casas, del Ministerio de Obras Públicas.

“Las pegas de publicidad son muy divertidas, uno a veces graba desde la casa y en piyama”, comenta este versátil actor de oficio, cuyo título profesional corresponde a Administración en Hotelería y Turismo, y que, obviamente, nunca ejerció.

-¿Cómo es eso de que eres eres el actor más pitutero del país?
“¡Claro! Es que solo una vez he tenido un contrato por más de un año en un canal, y así se hace fácil programarse, sabiendo que tendrás esa entrada económica. Pero, no sé, desde un comienzo siempre entendí que había que diversificarse como actor en este país, no encasillarse. Por eso hago de todo. Clases no hago, porque he conocido algunas experiencias nefastas de algunos colegas que se han metido a hacer clases. Pese a que son brillantes actores, en una sala de clases son un desastre (ríe a carcajadas)”.

-A propósito de clases, ¡qué pesado es tu personaje como profesor de Los Prisioneros!
“Sí, a mí me tocaron de esos profesores cuando hice mi educación media en la década del 70. También tuve profesores buenos, que me tiraban para arriba,  que de hecho me dijeron que tenía aptitudes para el teatro, y me guiaron. Pero también hubo gente muy enrabiada con la vida y con ellos mismos que estaban dando clases. Eran nefastos, terribles. Tenían un concepto de la educación bastante errado y traspasaban un poco sus frustraciones con la vida al salón de clases. ¡Grave! Era plena dictadura, así que no podíamos hacer una huelga o algo para que se fueran. Y quizás no teníamos la posibilidad de tener la voz que tienen hoy en día los estudiantes, pero no éramos cabros tontos. Sabíamos a quienes escuchar y a quiénes no”.

“Lo bueno de esta serie es que muestra en parte cómo fue la génesis de lo que estamos viviendo ahora. Todo empezó con la municipalización de la educación y ya ves las consecuencias en el tiempo. Y destruir lo que se desarrolló en cerca de 34 años, pucha que es complicado. Estos cabros (los de la serie) vinieron a entregar un poco del aire limpio que necesitaba Chile en esa época. El aire que se respiraba era muy denso”.

-Y tú, ¿cómo respirabas en esa época?
“Se respiraba mal. La oferta cultural era pobrísima. Hacíamos teatro callejero trabajaba por aquí por allá… Me acuerdo que se pololeaba harto… Con el miedo uno pololea”.

-¿Qué tiene que ver el miedo con pololear?
“No sé, poh (ríe). El miedo te lleva a pololear harto, como a buscarse. Y nos buscábamos la vida también, haciendo teatro callejero y teatro infantil los domingos. Lo que sí, me llama la atención que en esa época costara menos hacer cosas en la calle que ahora. A veces, voy por el centro y ya no se ven manifestaciones artísticas… En mi época veías teatro, músicos, danza, payasos, títeres, magos, vendedores… Era una verdadera feria de entretención ir al Paseo Huérfanos o Ahumada en la noche. Claro, hasta que llegaba la micro verde y cuando te agarraban, te agarraban”.

-¿Cuántas veces te detuvieron?
“Unas cuatro veces y a lumazo limpio. Pero daba lo mismo; te quitaban las cosas y te tenían seis horas en una capacha. Después pagabas una multa y salías, y a los dos minutos estabas de nuevo en la calle. Para nosotros era nuestro trabajo, nuestro ingreso, una manera de sobrevivir y reafirmarnos en el oficio. Tenía amigas, madres solteras, que mantenían sus hogares pasando el sombrerito. Nos iba bien, porque la oferta cultural era pobre, controlada y cara”.

“Nosotros nos juntábamos a la hora de almuerzo y la gente se aglomeraba y sacaba sus colaciones, mientras le hacíamos un sketch de siete minutos, y eso era. Fue una etapa divertida que me ayudó a vivir. Estamos hablando de una época en que había crisis económica y yo, además, tenía una camionetita con la que hacía peguitas, fletes”.

-Pero insististe con lo de la actuación…
“Sí, pero hubo un minuto en que pensé que lo mejor era olvidarme de ser actor, porque no daba no más. Incluso busqué pegas en oficinas, lo que fuera. Como tenía esta cosa de técnico de administración, traté de buscar un trabajo burócrata (ríe), pero apareció la oferta de la calle y fue como si la vida me hubiera dicho ‘no, aquí está la cosa, no te vayas’”.

En agosto, Alejandro cumplió 55 años, y la primera persona con la que celebró fue con su hijo Julián –“Julián Trejo”, corrige el actor, como si no quisiera que olvidáramos que es su única descendencia, hasta el momento. “Ya tiene 19 años, lo perdí (ríe). Ahí está, viviendo su juventud, estudiando publicidad. Es hijo único, así que comparto mucho con él”.

-¿No tendrás más hijos?
“(Ríe) No sé. Bueno, Chaplin fue padre hasta como los 80, así que tengo tiempo todavía”.

-¿Cuál es tu vicio privado?
“Me gusta el cine, hacer cine y ver buen cine. Hace tiempo ya que no prendo la tele, prendo el computador y con mi ‘san router’, tengo acceso a unas maravillas que andan orbitando por el universo virtual, películas maravillosas, cortometrajes que me fascinan, joyas audiovisuales que nunca veré en los cines de acá, cine búlgaro, finlandés, polaco, húngaro…”.

-Pensé que ibas a decir que lo tuyo era el pololeo, como en el pasado parece que se te dio mucho…
“Bueno, sí, pero fue porque así es la vida en la calle. Yo llegaba a la casa a dormir no más, si es que llegaba... En la calle, la tónica era pasarlo bien y conocer a mucha gente. ¡Estabas obligado! Ibas de allá para acá; salía una cerveza, después una fiesta, y gente y gente…”.

-¿Echas de menos esa época?
“Sí, era divertido”.

-Bueno, haz fiestas y ponte a pololear…
“No, yo me refiero a hacer teatro en la calle (ríe)”.
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