Testimonios de nuestros lectores

Martes 2 de marzo de 2010

El terremoto y la luna llena

Por Sylvia Flores

Fuente: Héctor Aravena, El Mercurio.
Recién hoy, martes, el aeropuerto de Santiago retomó sus funciones; eso sí, a media máquina.

Estaba yo escribiendo poesías, cuando la tierra anunciaba silenciosamente que vendría a despertar a la ciudad, con su fuerza destructora y arrolladora. Mi Tomás ya dormía, yo escribía poesías.

Senti el primer movimiento, me paré de mi silla, y me dije ya pasará. Pero no, siguió, Tomás vino al living, lo miré y le dije "ya Tomás, esto viene fuerte, ven vamos a la puerta...". Entonces, se corta la luz, el ruido de las cosas que caen, los vecinos lloran y gritan, nos abrazamos, todo era oscuridad y un largo y fuerte movimiento, cerramos los ojos. A mi Daniela no la tenía conmigo, estaba de viaje en el Sur de Chile.

Me sentí dentro deun barco en medio de una fuerte tormenta, la tierra con rabia se movía, y yo escribía poesias. Eran olas gigantes que nos mecían, y yo escribía poesias, mientras acariciaba a mi Tomás, sorprendiéndome de su valentía y su actitud de entera calma, hasta sonreía.

Nos afirmamos en la puerta semiabierta, mis gatos corrían y me dije "aquí termina todo y mi Daniela lejos de nosotros". Fueron más de dos minutos, intensos, brutales, la naturaleza no se apiadó en este mar inquieto lleno de tormento. Cerraba mis ojos abrazando a Tomás, en silencio el ruido se adueñó del momento.

Termina todo, salimos afuera del departamento y lo primero que veo, fue la luna llena frente a mis ojos.

Figuras humanas envueltas en llamas de dolor, miedo y lágrimas de exclamación. Oscuridad, cielo negro, humo, sirenas y nosotros frente a la luna llena, que nos miraba inquieta sin dejar de darnos su luz buena e inmensa.

Con Tomás consolamos a los vecinos, nos abrigamos y fuimos a visitar a sus amigos. Estuvimos en esto por dos horas, mientras llamaba por celular a Daniela, y nada, todo era incomunicación, desastre, muros caidos, niños durmiendo en las calles, cables cortados tendidos en la vereda del camino, hablamos con toda la gente, ya daba lo mismo si eran amigos o no, todo era solidaridad y gestos de humanidad. No habia luz, agua ni gas. No había tranquilidad.

Mi Daniela lejos, mis ojos ciegos, una espina en mi corazón, sólo pensaba y la sentía lejos. Mis piernas y manos temblaban, ya no de frio, sino de soledad, y la luna llena me consolaba con su mirar.

Nos fuimos a acostar, pensando que había sido un llamado de la naturaleza por no saber amar, por no saber decir la verdad, por no cuidar nuestra tierra que está en soledad. Finalmente nada dormí, miraba desde mi ventana a la luna llena y le pedía que acompañara a mi niña buena.