Miércoles 10 de junio de 2015
Este año marca el aniversario número veinte del descubrimiento de 51 Pegasi b. Esta críptica sigla es el nombre de un exoplaneta cuyo descubrimiento inició una revolución en la astronomía. Tanto así, que ésta ha logrado incluso afectar la apreciación de nuestra posición en el universo.
Antes de la década de los noventa la palabra planeta se reducía en concreto a sólo nueve objetos del Sistema Solar cuyos nombres podíamos recitar de corrido desde los albores de nuestra educación primaria. Cabía por supuesto la posibilidad de que hubieran más planetas –ya desde Copérnico nos hemos acostumbrado a no posicionarnos como un punto central y atípico–, pero la posibilidad de otros mundos quedaba en los dominios de la especulación científica mientras no se conocieran ejemplos concretos.
No había ninguna razón para que otras estrellas no albergaran sistemas planetarios. Y la ausencia de detecciones se debía simplemente a la dificultad de hacerlo. Las distancias en que los sistemas planetarios orbitan a sus estrellas madre son muy pequeñas en escalas astronómicas. Debido a esto, al tratar de observar planetas desde la Tierra su presencia queda velada por la luz de la estrella que los alberga, incluso para astros cercanos.
Pero hay otras maneras de detectar planetas sin necesidad de tener que levantar el paradojal velo luminoso que la estrella arroja sobre ellos. Tanto un planeta como su estrella orbitan un punto común, pero el movimiento del objeto más masivo, la estrella en este caso, es mucho más sutil. Por ejemplo, mientras que Júpiter orbita el punto común a una velocidad de 13 km/s, el Sol lo hace con velocidades del orden de 10 metros por segundo.
Medir cambios en la velocidad de una estrella de esta magnitud, comparable a la velocidad que alcanza de un corredor de cien metros planos, era un desafío incluso usando telescopios. A pesar de ello, dos grupos, uno en Suiza y otro en Estados Unidos, no se desanimaron e iniciaron programas para detectar cambios en la velocidad de las estrellas con esa altísima precisión. Así, si lograban detectar cambios periódicos en la velocidad de estrellas cercanas, podrían inferir la existencia de planetas.
Durante los noventa , y tras años de esfuerzos, estos cazadores de planetas lograron medir la velocidades de estrellas con la precisión necesaria. Pero aún no aparecían exoplanetas en las señales, algo que no era de extrañar si se esperaba encontrar planetas como Júpiter. Debido a que Júpiter toma unos 12 años en dar la vuelta al Sol, hay que esperar tiempos o ciclos equivalente para que la señal se empiece a repetir.
Pero la naturaleza nos tenía una sorpresa. Didier Queloz y Michel Mayor, en Ginebra, notaron en 1995 que había una señal periódica de 4,2 días en las mediciones de la estrella 51 Pegasi. La amplitud de la señal correspondía a un planeta similar a Júpiter, pero con un "año" que duraba 4,2 días, es decir: ¡un planeta similar a Júpiter orbitando su estrella a una distancia mucho más cercana que la de Mercurio al Sol! Esto era completamente inesperado si se tomaba a nuestro sistema solar como base. Tras muchas pruebas para verificar la veracidad de la señal, Mayor & Queloz publicaron un artículo anunciando el descubrimiento de este nuevo e inesperado mundo llamado 51 Pegasi b.
Menos de una semana después, el equipo estadounidense, liderado por Paul Butler y Geoff Marcy, confirmó la señal con su instrumento. Las compuertas estaban abiertas.
Al día de hoy, hemos descubierto miles de exoplanetas, con una variedad de características sorprendente, que van mucho más allá de lo que conocíamos en el Sistema Solar. Sabemos que probablemente hay miles de millones de planetas similares a la Tierra en nuestra galaxia y estamos cada vez más cerca de detectar uno de estos gemelos.