Miércoles 14 de octubre de 2015

Cómo destruir la Tierra con agujeros negros (Parte II)
Los agujeros negros traen consigo varios peligros y su tamaño y distancia son determinantes en ello.
Por Nelson Padilla
Doctor en astronomía de Universidad Nacional de Córdoba (Argentina) y fue investigador postdoctoral del Instituto de Cosmología Computacional (Inglaterra). Profesor asociado del Instituto de Astrofísica de la Pontificia Universidad Católica de Chile, director del área de cómputos del Centro de Astro-Ingeniería UC y director UC del Centro de Astrofísica y Tecnologías Afines (CATA).

Utilizar agujeros negros para destruir la Tierra podría ser el sueño de un súper villano, pero como vimos no es algo tan sencillo o plausible. Ahora bien, si continuamos desde donde quedamos la columna anterior, podemos ver que aún quedan posibles peligros relacionados a agujeros negros. Pero esta vez, olvidemos al villano porque tenemos que pasar a escalas de energía tales que si alguien pudiera manejarlas a voluntad, simplemente no necesitaría un agujero negro para amenazarnos.


Independiente de un personaje malvado, siempre existe la posibilidad de que haya un agujero negro errante relativamente pequeño –de origen estelar– que pase por nuestro Sistema Solar. Si se diera esta enorme casualidad, todo se desordenaría desastrosamente y a medida que se acercase a la parte interna, donde está la Tierra, sufriríamos terremotos, erupciones y maremotos increíbles que acabarían con la vida en el planeta, debido a su descomunal fuerza de gravedad. De nuevo, eso es tan improbable que no tiene relevancia.


Pensemos entonces un poco en la clase de agujero negro "súpermasivo". Así llamamos a los que están en los centros de las galaxias y que son, al menos, millones de veces más masivos que el ejemplo anterior. El de la Vía Láctea, por ejemplo, tiene varios millones de veces la masa de nuestro Sol. Por su tamaño, sabemos que a intervalos se alimenta con material del centro galáctico y que, cuando lo hace, puede emitir grandes cantidades de radiación. Dependiendo de qué tanta radiación llegue al planeta, ésta podría destruir la vida o al menos fomentar mutaciones. Esto último es lo más probable dado el tamaño de este agujero negro, el cual dentro de su clase de "súpermasivo" es relativamente pequeño. No sólo esto, si no que de todas maneras la mayoría del tiempo el polvo y gas interestelar del disco galáctico nos protegen como un escudo de las partículas nocivas. Se necesitaría algo más grande.


¿Qué tal, entonces, si se pudiera reemplazar nuestro agujero negro por el de M87 –la galaxia central del cúmulo de galaxias Virgo que se encuentra a unos 60 millones de años luz de distancia– cuyo agujero negro tiene aproximadamente mil veces la masa del de la Vía Láctea? Éste es muy activo, tanto que la energía que libera al engullir material es monumental. A ello se suma que esta galaxia tiene muy poco material interestelar, por lo que un planeta estaría siempre desprotegido ante su radiación. Estamos hablando de que toda persona que se encuentre en un planeta a 30.000 años luz de distancia (la misma que nos separa del agujero negro súpermasivo de la Vía Láctea) recibiría radiación equivalente a cinco radiografías de dentista por segundo. Eso, claramente, es suficiente para dañar irreparablemente la vida.

Siempre existe la posibilidad de que haya un agujero negro errante relativamente pequeño –de origen estelar– que pase por nuestro Sistema Solar

Pero de nuevo no hay razón para preocuparse, ni siquiera en este caso. Una atmósfera como la nuestra –tenue en términos cósmicos ya que es apenas una delgada capa que rodea nuestro planeta– es sin embargo suficiente para detener esa radiación, absorbiéndola antes de que llegue a la superficie terrestre. Es decir, ni siquiera un agujero negro descomunal podría destruir la biósfera terrestre ya que contamos con la protección de un inesperado y aparentemente desvalido recurso natural: la atmósfera.


No importa si tiene la masa del Sol, o la del agujero negro "súpermasivo" de la Vía Láctea o su vecina lejana M87, es bastante difícil y poco probable que la destrucción de la Tierra llegue finalmente de la mano de estos objetos.

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