Miércoles 2 de diciembre de 2015
Hace poco tuve la suerte de asistir a la conmemoración de los 50 años del descubrimiento del Fondo Cósmico de Microondas (CMB, por sus siglas en inglés), o el brillo remanente del inicio del universo. La cita tuvo lugar en la Universidad de Princeton, en Estados Unidos, –un lugar emblemático en la materia– y reunió a los principales protagonistas de esta gran aventura humana.
Como astrónomo joven que soy, de pronto me vi rodeado de personas que reconocí sólo por ver sus nombres inscritos en sendos libros de Física y Cosmología, releídos una y otra vez como estudiante. Nombres como Rashid Sunyaev, John Mather, Jim Peebles, Adam Riess y Bob Wilson –muchos de ellos premios Nobel de Física– son verdaderas leyendas en mi específico mundo científico; próceres del conocimiento y de la grandeza humana y un grupo de amigos (algunos octogenarios) que se reunieron a celebrar 50 años de aventuras juntos.
Luego de los abrazos y bienvenidas, Jim Peebles tomó la palabra, hombre alto y flaco que acababa de cumplir 80 años hacía unas semanas. Vestido de polera y sandalias, literalmente saltó al escenario para evitar molestar a los asistentes sentados junto a la escalera. Con una claridad mental que sorprendería al más despierto estudiante, comenzó a contarnos la singular historia de cómo él y otros protagonizaron uno de los descubrimientos más impresionantes (para mí) que haya hecho la humanidad.
Habló de un artículo escrito en 1964 por él, junto a David Wilkinson, titulado "How not to discover something" ("Cómo no descubrir algo"), donde se refería al sinnúmero de aciertos, confusiones, encuentros y desencuentros que acompañaron el descubrimiento. Para los que no saben, el CMB fue descubierto oficialmente en 1964 por Arno Penzias y Robert Wilson (el mismo Bob Wilson que estaba con nosotros), dos ingenieros que trabajaban desarrollando una antena de telecomunicaciones interoceánicas cuando se toparon sin quererlo con el Big Bang. Tanto así, que jamás pensaron que ese molesto y escurridizo ruido eléctrico no era un defecto del equipo, sino la piedra Rosetta de la cosmología, y que les valdría nada menos que un Premio Nobel en Física. Menos sabían que tan solo a 30 km de distancia científicos de Princeton, liderados por R. H. Dickie, la buscaban intensamente. Jim nos contó cómo a partir de una clase que dio en la Universidad Johns Hopkins, donde explicó la teoría por la cual el CMB debiera existir y podría ser detectado, se sucedieron una serie de conversaciones y llamados telefónicos que finalmente terminaron en oídos de Penzias, quien por fin se enteró del origen del molesto ruido. A Dickie no le quedó más que reconocer su derrota por no ser el primero en detectarlo.
Pero la historia no termina aquí. Jim contó también que en realidad el CMB había sido “casi” descubierto en 1938, cuando el astrónomo S. W. Adams detectó que las moléculas de Cianógeno interestelar (CN)2 (que es un elemento que se encuentra en las nubes moleculares que pueblan la Vía Láctea) parecían interactuar con una radiación desconocida, pero jamás pudo asociar este fenómeno con el CMB, ya que en aquel entonces todavía no se sabía de su existencia. Esta medición fue redescubierta y repetida después de 1964, comprobándose que efectivamente se trataba del CMB.
Mas tarde, le tocó al mismísimo Bob. Con gran humildad contó los detalles del experimento que lo lanzaría a la fama. Habló, entre otras cosas, de las palomas que anidaron en la antena y tuvieron que desalojar por "el bien de la ciencia", y del minucioso trabajo que les permitió aislar el famoso ruido después de meses de trabajo. Contó de la sorpresa tras conocer las implicancias de su descubrimiento y se despidió agradeciéndonos por todo el esfuerzo y dedicación que vinieron a continuación, los que derivaron en los increíbles avances actuales.
De la audiencia emanaba afecto y admiración. Porque más allá de los egos y las formalidades –o de si la ciencia se basa en la suerte o la razón– a todos nos une el genuino deseo de entender la naturaleza, de modo que al final del día somos todos igualmente niños jugando a descubrir el universo.