Columna de Amanda Kiran
El hoyo doble
Viernes 04 de abril de 2003, 11:03

A las tres de la mañana, las fiestas ya tienen un perfil. A esa hora, ya se sabe si fue una mala o buena fiesta. A las tres de la mañana, ya se puede definir cómo estuvo la música, cuánta gente fue, cómo estuvo el ambiente.

Y a las tres de la mañana, esta fiesta seguía tomando cuerpo. Yo estaba apoyada cerca de la barra comentando -a gritos- con mi amiga Jose sobre varios temas, entre otros la música que tocaban y el último recital al que había asistido.

Cerca mío, más cerca aún que yo de la barra, mis amigos Gonzalo y Agustín discutían, con piscola en mano, qué pasaba con Bush y con Bagdad. Esa era la tónica de la fiesta.

Las luces de colores y la poca visibilidad por la cantidad de gente, confundían la verdad de los ojos, a esa altura, rojos y caídos.

El vaso plástico había sido un acierto, ya que más de alguno estaba derramado en la mitad de la pista, haciendo causa común por más copete.
El barman estaba estresado, y los que quedaban bailando transpiraban sin parar bajo el sonido de la música tecno de ese momento.

En eso, se me acerca Felipe.
 
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"Amanda, yyyyo ssssé que tu jugggaiii golf de chica… Tu familia, ¡hip!, jugaba, tus hermanos, toddos!! Y yyyo mañiana, necccesito un caddie. Hip!

Tengo un campeonato importante, hip!"

Era verdad todo lo que mi amigo Felipe, en perfecto estado de ebriedad, me comentaba. Era cierto, mi familia ha sido siempre golfista. Cuando casi no habían canchas. Muchos años antes del boom. Mucho antes que el golf fuera una forma de escalar una montaña que no nos interesa.

Mi familia jugaba desde que era sólo un deporte, por deporte, cuando era de elite por lo desconocido, y no por el cuiquerío.

El tema era que el ebriecito éste quería que yo fuera su caddie, porque no conocía a nadie más que lo pudiese ayudar. Lo mas terrible era que él representaba a su empresa -un banco- en este campeonato. Eso era a las ocho de la mañana del sábado en una de las canchas más elegantes y tradicionales de Santiago.

"Amanddita, porrffavor, ¡hip!, necesito tu ayuda, yyo no le pego mussho, ¡hip! Y tú me podís ayudar", insistió.

Jamás tomé en serio esta propuesta, por lo mismo acepté a risotada limpia.

Las risas no fueron tan fuertes, eso sí, a las siete de la mañana, después de haber dormido sólo dos horas, y despertar con el timbre.

Era él, Felipe, todavía pasado a piscola.

Me despertó y le di un café XL para que él despertara también. Aún no se acostaba. Había pasado por su casa a buscar zapatos y bolsa de golf y se fue a la mía.

-Felipe, ¿es verdad?

-Si pos Amanda, es verdad.

-Pero Felipe, estás hediondo a trago, vamos a hacer el ridículo, me da bastante vergüenza acompañarte en este estado.

-Nooo, si ya estoy mejor, me siento bien, además, pasamos a comprar unos chicles y estamos.

-Por favor, no me abandones, que tú serás mi único cable a tierra. Está mi pega en juego.

Así me lloriqueó y, finalmente, convenció.

-Yaaa, vamos -respondí.

Me duché, lo acompañé con otro café y partimos. A la llegada habían muchas personas. La salida era simultánea y nuestro hoyo era el 3, un par 3 además.

Ahí estábamos, Felipe y yo, bastante encañados, yo por las pocas horas de sueño y él por las pocas horas sin tomar piscola.

Su cabeza daba vuelta. Las bromas por llevar una caddie mujer volaban. Y empezó el show, tomó el fierro 5, pusimos el tee, luego la pelota, se paró frente a ella en posición honorable -y vertical- casi como un verdadero profesional.

El gerente general de su empresa era uno de los cientos de espectadores de esa mañana en nuestro hoyo.

Y sucedió. Tiró, con el swing más raro nunca visto, un fierrazo que le hizo doler hasta el último cabello de su cabeza. La pelota voló por los aires como una paloma de la paz buscando nido, y encontrándolo justo en el green, que dejó correr la pelota majestuosamente para luego caer dentro del hoyo.

Todo el mundo gritaba, incluyendo los miles de ecos dentro de la cabeza de mi pobre amigo. Sin saber cómo, hizo "un hoyo en uno" con bastantes testigos.

El premio, tal vez un ascenso, y por qué no, la de cinco litros de whisky, ahora con una razón más potente para seguir celebrando.

Amanda Kiran

 
   
   
     
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