Columna
de Amanda Kiran
Mujeres ranas
Viernes 06 de junio de 2003, 18:15
¡Siempre quisiste a aprender a
bucear!, le decía por teléfono, medio en serio y medio en broma,
a mi amiga Lala (sí, como los teletubies).
Yo quería convencerla de una u otra forma, que me acompañara a la
fiesta de disfraces de la Carola, quién había preparado su fiesta
de cumpleaños con bastante tiempo de anticipación. Me había
avisado que era de disfraces, y me había pedido por favor que me preocupara
por el traje, ya que no dejaría entrar a nadie sin disfraz. Esta era una
nueva amiga de la universidad, no conocía a su familia, ni a sus amigos.
Por lo mismo, no tomé su comentario tan en serio, y el día llegó,
y por su puesto, Lala y yo, sin disfraz.
-Ya, pos, vente para acá, y nos ponemos los trajes que tiene para bucear
mi hermano.
-Ah, no Amanda, ¿estás loca?
-No, ¿por qué?, ¿qué tiene?
-Pero que calor, nos vamos a morir de calor, en serio.
-No creo, lo usamos un rato, para entrar y de ahí nos lo sacamos.
En fin, la convencí de que al menos fuera a mi casa.
Llegó tipo 11.30 Ya era tarde para un sábado en la noche, donde
la fiesta empezaba a las 22.30, y nosotras sin disfraz definido.
Buscamos de todo en mi casa, y lo único que salvaba era ésta descabellada
idea mía de ir, como mujeres de agua. Finalmente logré pintarle
la idea como genial, y empezamos a vestirnos.
Una pierna, que otra
Ahhhh, qué difícil!
Los brazos,
el cierre
Era terriblemente complicado embutirse estos estúpidos
trajes negros, así en seco. Difícil, además, porque deben
entrar partes del cuerpo, que no están acostumbradas a ser prisioneras
de algo tan estrecho. Pero al final, lo logramos.
Subirnos al auto, con este traje de neoprén, negro, bastante poco flexible,
fue toda una hazaña. Las aletas quedaron en el asiento trasero, justo al
borde de la vergüenza, al igual que los snorkels. La tenida era completa.
La vergüenza también.
Lala se reía sola, y me retaba por haberla convencido. Yo, en cambio, apenas
podía contestarle, por lo apretada que me sentía
Ni la risa
me salía.
Al llegar al
pasaje de la casa de Caro dejamos el auto afuera, y nos pusimos las aletas.
Era tan incómodo caminar, prácticamente imposible, pero recordé
que uno al entrar al agua lo hace de espalda, así que empezamos a caminar
de espalda hacia la reja y finalmente llegamos al timbre. Era tragicómico,
pero más cómico que trágico.
Alcancé a ver la cara de sorpresa de la Carola, sin siquiera reconocernos.
¿Quién viene de hombre rana?, preguntó.
Fue entonces cuando mi amiga Lala, sin ver nada, por esos tontos anteojos de agua
se tropieza y me choca por la espalda, sin reparar que yo ya me había detenido
frente a la puerta principal de la casa. El choque fue indescriptible, porque
perdí el equilibrio, y sólo recuerdo haber dejado caer mis tremendas
patas detonadas por aletas, sobre la llave principal, con cañería
y todo de la casa de mi amiga. Junto con eso, un chorro de agua fría como
recibimiento.
Estaba tan confundida, y fue todo tan rápido, que pensé que un chistosito
nos quiso mojar a modo de bienvenida
Ojalá hubiese sido así.
Jamás, en ese minuto, se me ocurrió pensar que todo había
sido producto de mi choque -y descontrol- sobre mi propio cuerpo y pies de rana.
Entramos empapadas a la casa, mientras veíamos que el papá de la
cumpleañera salía a regañadientes con una herramienta indescifrable
para intentar arreglar la cagada.
Pasadas ya las tres de la mañana, y con el traje guardado en el auto para
poder bailar más cómodamente, fui a la cocina en busca de agua.
Estaba seca, valga la aclaración.
Entonces me acerco a la llave de agua, y la mamá de mi amiga me comenta:
"Ni lo intentes
Un par de locas amigas de la Carola se disfrazaron
de mujeres rana, y las chistosas al llegar rompieron la cañería,
estamos sin agua".
"Sólo mira el despelote que tengo. No puedo ni lavar", terminó
diciendo, furiosa.
Espero que el rubor obvio de mi rostro no me haya delatado. La verdad, casi muero
de la vergüenza, pero ¿qué podía hacer?.
Así que le seguí el juego, y la mal interpretación.
-Por Dios tía, esta juventud de hoy, no sabe ni disfrazarse, es una vergüenza.
Mentí para salvar mi honor, aunque me estaba hundiendo yo misma. Sufrí
de cobardía instantánea en ese minuto, lo reconozco. Pero no estaba
aplastando a nadie más, sólo a mí misma. Tarde o temprano
mi nombre y mi imagen se hicieron una, y la mamá de la Carola no deja pasar
una vez de agarrarme para el leseo.
Amanda Kiran