Columna
de Amanda Kiran
Cupido existe
Jueves 26 de junio de 2003, 17:07
Se me había olvidado que los
cerros acá en Santiago eran divertidos... Tienen una magia de la que ya
ni me acordaba. Siempre, no sé por qué, tenía la sensación
de que eran peligrosos, llenos de asaltantes, y que era mejor no ir.
El domingo en la mañana nada malo podía pasar, todos duermen, y
partí a andar en bicicleta.
Llamé a la Sole, pero estaba durmiendo, después de una fiera fiesta
el día anterior. Llamé a la Anita pero no tenía ganas. Llamé
a Claudio, pero no tenía bicicleta, se la había prestado a su hermano,
y después que lo saqué a trotar una vez por San Carlos no tenía
tan buenos recuerdos de mis paseos con él, deportivamente hablando.
Puras negativas esa mañana, así que partí sola.
Me fui por Pedro de Valdivia, muy cerca de donde vivo, hasta llegar a los faldeos
del San Cristóbal. A lo lejos ya veía los teleféricos, naranjos,
verdes, así como monumentos de los años ochenta. Bajo ellos, un
exquisito restaurante de lo más in, que visitan generalmente los actores
durante la semana.
Todo me parecía nuevo, a veces se me olvida que salir en Santiago es como
viajar a otro país, es cosa de mirar con mayor profundidad lo que tenemos
y lo que no.
Era un caluroso día de invierno, había llovido la noche anterior,
así que estaba ideal para hacer deporte sin sentirte atrapando mil millones
de tubos de escape directamente por la boca. El esmog no había hecho su
aparición aún.
Comencé a subir, de a poco, puse cambios más livianos, y fui lentamente
pedaleando para llegar a la cima. Llevaba una media hora, cuando veo que me empieza
a sobrepasar un hombre, de unos 38 años. Iba con una tenida de profesional
total.
Todo nuevo, hasta la bicicleta brillaba. Parecía un niño el día
después de navidad.
Tenía unas patas de colores muy fuertes y muy apegadas, como solo la lycra
se puede apegar; una polera un poco menos ceñida, pero igual de "dry
fit", de lo más moderna, que combinaba a la perfección con
los shorts ajustados; unas zapatillas con mucho aire y colores extravagantes para
llamar la atención de sus no tan llamativos calcetines blancos; un casco
burdeo muy brillante, una botella de agua en la bicicleta, y un banano, lleno
de barras nutritivas, complemento natural.
La verdad, era muy divertido verlo, me alegró ese rato mientras me sobrepasaba.
Fue de a poco, me vio y comenzó a acelerar cada vez más rápido,
quería demostrar, pero en velocidad, que era mejor que yo.
Al ver su cara me pareció alguien que no hacía deporte muy a menudo,
era delgado, pero bastante suelto, y se notaba que su tenida más habitual
era de chaqueta y corbata más que en buzo.
Me dio la impresión
que era separado, por la edad y la actitud. Un separado solitario, como muchos
en Santiago.
Bueno, el punto fue que me pasó, rápido, sin casi mirarme, sólo
quería adelantarme y demostrar su calidad y velocidad. Desapareció
en la siguiente curva, y yo lo olvidé rápidamente.
Seguí pedaleando, un poco más cansada, pero sin agotarme, y veo
a lo lejos, dos curvas más arriba, una bicicleta a mitad de camino. Era
muy parecida a la del adulto-joven que me acababa de sobrepasar.
Tan parecida, que lo siguiente que veo es a Pedro -su nombre- tirado y con su
cara como papel, a un costado del camino respirando a duras penas.
Me bajé a toda velocidad de la bicicleta y fui a auxiliarlo, le levanté
los pies, le pedí que respirara tranquilo y le di un poco de agua. Casi
no podía hablar, ni de la vergüenza, ni del malestar.
Estaba con una intensa baja de presión por el tremendo esfuerzo que hizo
al intentar lucirse como el más perno colegial delante de la reina del
colegio. Ni el ni yo éramos eso, así que no había necesidad.
Cuando se recuperó, me agradeció y confesó las intenciones.
Me explicó el porqué de la tenida, del deporte, de que la soledad
lo llevó a esta extraña actuación, que ni siquiera era parte
de su costumbre natural, pero prefería buscar acá que en un bar
o en una fiesta a las tres de la mañana.
-De todas formas, le respondí.
-Debes tomar desayuno antes de salir a hacer deporte, sobre todo con este calor.
Debes tomar agua, aunque no tengas sed, para no deshidratarte. En fin, hay varias
cosas, que debes hacer, para no exigir tu cuerpo más de lo permitido.
-Gracias Amanda, me respondió avergonzado.
A veces, los domingos subimos juntos el San Cristóbal a mi ritmo, para
no pasar vergüenzas. Lo mejor de todo fue que le presenté a la hermana
de mi cuñada, otra separada, también con un hijo, como él.
Sin saberlo, le resultó la táctica. Créanlo o no, ahora son
felices, sólo que a ella no la subimos ni a una moto para ir al cerro.
Amanda Kiran