Columna
de Amanda Kiran
Juego de niños
Sábado 26 de julio de 2003, 17:21
Abrimos la puerta, crujió, era
tenebrosa. Miles de telarañas.
Hacía mucho frío, demasiado. Aún sentíamos el corazón
palpitando por el match de paletas que Fernando y yo sostuvimos hasta que se nos
fue la luz. Nadie quedaba en la playa, y me convenció de ir a esta casa
embrujada.
Estaba en la mitad del pueblo, era hermosa, pero tenebrosa....Extraña combinación.
Transpirados, y empezando a sentir cómo la polera se empezaba a congelar,
entramos por la tétrica puerta. La luz no nos acompañaba, sólo
veíamos una estela del foco de la calle, a través de las caídas
persianas de madera, que habían dejado de subir hace unos cuarenta años.
Fernando caminaba delante de mí, tomándome la mano fuertemente.
La valentía masculina se quedó ahí, al entrar al lugar. Sólo
veíamos el humo blanco que emanaba cada vez mas rápido desde nuestras
asustadas bocas. Era temor mezclado con frío y con la niñez asombrada
de estar haciendo algo, que después nos atropellaríamos por contar.
Cuando subimos el primer escalón, sentimos cómo se abrió
una puerta en el segundo piso. No lo podíamos creer, no sabíamos
si estábamos soñando o tal vez alguien embrujado vivía ahí
dentro...
Yo quise seguir, Fernando quería dejar ya el desafío.
-Amanda, ¿por qué no volvemos mejor? Nos deben estar esperando para
comer...
-Ay, primo mío, qué cobarde eres! Sigamos a ver quién es.
-¿Estás hablando en serio? Yo no quiero saber quien vive aquí,
no sé para que te traje!
Seguí subiendo, y él, ya detrás de mí, me suplicaba
que nos fuéramos... El frío se me había olvidado y sólo
el miedo y la incertidumbre me mantenían alerta.
Subí, caminando apenas escalón por escalón. Me quería
arrepentir, pero mi primo estaba asombrado, y no era tiempo de arrugar. Llegué
al último escalón y oí crujir la puerta frente a nosotros.
-Fernando!, grité. ¿Dónde estás?
Cuando me di la vuelta para hablarle, me di cuenta que estaba sola... En eso,
empiezo a ver aparecer un pelo blanco detrás de la puerta.
-Guaaa!!!, grité fuertemente, y salí corriendo escalones abajo...
Fernandoooooooooooooo, correee, insistí.
-Le agarré la mano, justo saliendo de la puerta principal de la casa. Corrimos
a la misma velocidad pálidos, sin siquiera poder hablar.
-Llegamos más rápido que nunca a la casa. Nos demoramos alrededor
de siete minutos...
Nuestra casa
estaba calentita, con la comida lista y servida en la mesa...
Le salía el humito de recién puesta sobre ella. Ambos estábamos
pálidos, sin apetito, felices de estar en el hogar.
Nadie se imaginaba en lo que estábamos, lo que para nosotros era impresionante.
La calma de la casa seguía su ritmo. Los besos al llegar, el abrazo y la
invitación a comer.
Pasaron años, antes de pasar cerca siquiera de la casa. Oímos miles
de historias sobre la gente que vivía ahí. No las escuchábamos
tampoco; no queríamos, nos daba miedo, miedo de niños.
Hace poco pasé por ahí, y hay un nuevo edificio en esa esquina.
Llamé a Fernando de inmediato para contarle. Me dio pena. ¿Qué
hacen los niños ahora para divertirse? Todo lo botan, lo reconstruyen,
así no hay historias, no hay desafíos nuevos. Eso me apena.
Ya no pueden ni hacer pitanzas, porque existen identífonos. Los timbres
tiene citófonos, ni hablar del ring raja. En fin, de todas formas no saben
lo que se pierden, no lo conocen, nunca han visto algo así, por eso ni
siquiera sufren.
Nosotros recordamos esa tarde con cariño, y de verdad con un poco de susto
aún, pero no contamos esa parte.
Amanda Kiran