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Nuestra estadía no sería muy larga, pero alcanzaríamos
a estar dos días en Londres. Ahí estaba lo más exquisito,
poder estar una noche las cuatro en Londres.
En las competencias nos fue relativamente bien. Estuvimos dentro de la
media, y la Carla ganó 400 metros planos. Fue una bellísima
carrera, y nosotras tres estábamos afuera apoyándola.
Luego de eso, llegaron los días en Londres. Fueron al final de
la gira, como un regalo. Era la parte turística del viaje, donde
ya no había que competir, sólo relajo.
Caminábamos las cuatro por Picadilly Circus, no entendiendo mucho,
con un mapa gigante que nos tapaba a las cuatro juntas. Intentábamos
no
perdernos, cuando de pronto vimos un afiche en la pared que decía
"Hoy, última función de Los Miserables".
Los
Miserables, musical basado en la obra de Víctor Hugo, musical del
cual las cuatro estábamos empapadas y enamoradas, ya que el papá
de Loreto nos sentaba cada verano una tarde entera a escuchar sus canciones,
conocer sus letras, a entender la obra.
Las cuatro soñábamos con ver la obra, pero jamás
pensamos encontrar entradas y menos a nuestro alcance. Entramos a preguntar,
y para suerte nuestra quedaban varias entradas a un precio demasiado bueno
No entendimos la suerte y nos fuimos dichosas al hotel a cambiarnos y
ponernos bellas para ir al teatro.
Tomamos uno de esos finísimos taxis que sólo se ven en Londres:
negros, como antiguos, donde caben seis personas atrás, tipo carruaje,
mirándonos de frente, riéndonos de nuestra suerte. Hicimos
la feroz vaca, lo tomamos sólo para no llegar caminando al lugar.
La que se veía más bonita era Carla, su pelo rubio y su
vestido rojo escotado por delante la hacía verse como una actriz
de cine; después Loreto, con su estilo más vanguardista,
luciendo sus pantalones de cuero negro apretados y su polera bañada
en lentejuelas del mismo color negro que le hacían resaltar su
precioso pelo rojo; Alicia, en cambio, usó un top sin espaldas,
el cual terminaba justo donde debía, para que dejase aparecer una
hermosa falda de gasa floreada, un poco translúcida, que lucía
perfectamente su delgado contorno. Jamás me voy a olvidar de esas
tenidas, fueron especialmente pensadas para esa noche
única, a los dieciocho años en la mitad de Europa.
La mía era más sencilla, no tan audaz pero cómoda.
Usé una falda larga calipso, y un peto negro con dos tirantes muy
finos, que me hacían ver un poco más alta. Me sentía
bien.
Llegamos al teatro, nos bajamos delicadamente del auto negro y caminamos
hacia la puerta. Mostramos nuestras entradas, y con señas el guardia
nos indicó que siguiéramos subiendo
Llegamos al segundo
piso, y el segundo guardia nos volvió a apuntar hacia arriba.
-Bueno, será mas arriba, dijo la Lore.
-Seguro que sí, comentó Carla.
Cuando llegamos al tercero, ya un poco cansadas, el guardia del tercer
piso nos mostró de nuevo con el dedo hacia arriba.
La Carla se detiene, y en su mejor inglés dice: "¡¿How
more?!"
Con risotadas nosotras tres seguimos las indicaciones, esperando que en
el cuarto piso nos dejaran entrar, pero no fue así, el dedo seguía
señalando el cielo, y nosotras subiendo y subiendo escaleras.
La belleza de cada una seguía, pero el escote ya no era el mismo,
el perfume medio que se había consumido, las gasas se desordenaron
y las lentejuelas iban quedando como migas de pan marcando el camino.
Mis tirantes ya no acompañaban los hombros y el pelo, lacio, fue
atajado por un elástico duro.
Cuando llegamos al piso octavo del teatro, el guardia nos sonrió
e hizo parar. Los peinadas chasquillas habían desaparecido tras
la transpiración y la elegancia se quedó junto con el acento
"british" en Santiago.
Llegamos a nuestras ubicaciones, agotadas, con la obra empezando, las
luces apagadas y realmente arriba del escenario. Tan arriba, que no sólo
no veíamos bien a los actores, sino que veíamos todo lo
que pasaba tras bambalinas, cómo se movía el escenario y
las ropas que usarían en el siguiente acto. Era gracioso.
Las cuatro nos sentamos con el corazón a mil, y empezamos a gozar
de la obra. Al igual que el señor de la primera fila, se nos llenaron
los ojos de lágrimas cuando Cosette cantó su canción
de amor, no importaba tanto la ubicación, sólo lo que nos
provocó esa noche y la delicadeza de pensar que al día siguiente
cruzábamos el mundo y volvíamos a Chile habiendo visto en
Londres, juntas, las cuatro mejores amigas, Los Miserables.
Amanda Kiran
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