Columna de Amanda Kiran
Naranja al agua
Viernes 17 de enero de 2003, 09:03

Me senté sobre la arena, no estaba caliente. Me senté y la adrenalina se sentía en el aire. Al frente mío, el mar, y sobre él un centenar de velas de colores divirtiéndose con gusto.

El viento desafiaba a los veleristas, y yo me sentía frente a un regalo novedoso, del cual nunca antes había querido participar.

Cuando me colgué la cámara, empecé a sentir escalofríos, quería tomar la mejor fotografía ese día, la mejor, ese era mi desafío.

Idealmente habría preferido llevar una cámara de agua, y subirme en la espalda de alguien para sentir el agua y el viento desde un gran salto; era justo lo que se me pasaba por la cabeza, era mucho pedir, y conforme con la orilla y su resaca me quedé en el borde con mi Pentax soñando y buscando la mejor toma.

Nunca había visto así el viento sobre el mar, un amante en celo pidiendo explicaciones. Comencé a buscar y seguir a los participantes de este carnaval, pero pasaba el tiempo, y las olas y el viento se intensificaban, se me hacía cada vez más difícil seguir una vela, o a alguna persona en particular.

Los deportistas abandonaban la batalla, y yo ya sentía el frío colarse por mi pálida piel de gallina.

En eso veo llegar un auto, justo al lado mío. Nadie me vio...

El auto, cargado hasta el tope, llevaba a tres amigos con sus tablas.

Se gritaban.
-Ya pos, Esteban, bájate la tabla.
-Ya voy, pero ¿no encontrai que está un poquito fuerte para salir?
- No, dale, vamos...
-No sé, no me atrevo; mira, todos se están saliendo del agua...

Yo miraba entretenida, y con la distracción se me pasaba el frío.

Mientras la discusión de los dos seguía, un tercero no habló con nadie, armó sus cosas y salió hacia el mar.
Intenté seguirlo con la cámara, pero lo perdí rápidamente. Ví un salto, y luego la distancia superó a mi lente.

Me mataba la curiosidad por ver si estos dos tomarían la decisión o no.

Uno quería cuidarse, y el otro quería seguir sus instintos y arriesgar al límite una buena navegada. Yo esperaba la segunda opción.

Hasta que la discusión terminó y se armó el Fun.

Aquí mi lente no se perdió, al contrario, ni la arena, ni el mar, ni la piel de gallina, ni siquiera el viento detuvieron a mi cámara.

La vela naranja superó las expectativas y cumplió su misión, partió saltando y cayendo, pero tomó confianza y lo empezaron a pasar bien como un equipo consolidado y confiado.

Yo estaba gozando.

En eso, se me acerca alguien. Era Esteban.
-Hola -me dice.
-Que tal -respondo, casi sin mirarlo, para no perder mi objetivo.
-¿Eres de algún diario?
-No, respondí. Esto lo hago por placer.
-Ah, y conoces a mi amigo, ¿el de la vela naranja?
-No, no todavía.
-Ah... si quieres, cambiamos un rico asado en la noche, por una de esas fotos.
Ahí me saqué el lente, y lo miré sonriente.
-Acepto encantada.

Se sonrió, y yo de vuelta.

Me explicó dónde quedaba su casa, y me dejó seguir.

Terminé mi sesión al ver la vela naranja salir.

Estaba sonriente y feliz. Cumplió su desafío y, gracias a eso, me ayudó a cumplir el mío, mi toma perfecta. Ya se me hacía tarde y decidí partir, era hora de sacarme la arena de los oídos.

En eso, la desilusión se apoderó en segundos de mi cara: la película no corrió ni un centímetro, es decir, no saqué ninguna foto, no existía toma, ni perfección, sólo el alucinante día y lo que vi, no había testimonio, sólo mi historia.

En eso siento un grito.
-¡Oyeeeeeee! Era Esteban, junto al de la vela naranja tomados de los hombros.
-Este es tu modelo, te lo presento en el asado....
-Sólo sonreí, y educadamente hice una seña, me di media vuelta y me fui...no podía dejar que vieran mi cara de vergüenza, ni su color.

Al llegar a Santiago me preguntaron ¿Cómo te fue?

Bien...lo pasé bien, saqué hartas fotos, lo único malo, es que me perdí un asado.

Amanda Kiran