Columna
de Amanda Kiran
Ver no cuesta nada
Viernes 28 de febrero de 2003, 18:57
Caminaba cansada por la concentración
deportiva.
Llevaba más de dos semanas concentrada haciendo notas y captando deportistas
y sus lados flacos.
De eso se trataba mi proyecto, la debilidad de los fuertes deportistas, lo que
sufren y pasan dentro de estas concentraciones, lo que dejan atrás, lo
que pierden y lo que finalmente ganan, si es que ganan. No materialmente hablando,
por supuesto.
Caminaba hacia el hotel que queda dentro del centro de alto rendimiento. La humedad
y los treinta y tantos grados, apenas me dejaban mirar para
adelante...
Pensaba en leer un libro y quedarme dormida mientras se me juntaran las
letras...No había nada mejor que hacer.
Yo era la única chilena en este lugar y esperaba ansiosa que llegara la
Carola, mi compañera fotógrafa, pero eso no ocurriría hasta
dos días más
cuando empezaran las competencias.
De pronto, a mi lado izquierdo, vi una cancha como de baby fútbol, era
más bien una cancha de hockey patín transformada en futbolito.
De ella, venía hacia mí una pelota que sonaba diferente, tenía
dentro como un cascabel, alcancé a pararla con los pies y tomarla para
lanzarla...
Por suerte me di cuenta que la persona que venía a reclamarla no veía.
Era un entrenamiento de fútbol para ciegos...Sólo el entrenador
podía ver.
Entonces escucho que el jugador me dice...
-¿Quién agarró la pelota?
Primera vez en la vida que no sé qué decir
Sólo tenía
que responder "yo, acá", o cualquier cosa, pero la estupidez
me paralizó y no dije nada.
Dejé la pelota en el suelo y seguí mi camino.
El entrenador de ellos me miró indignado -con toda razón- y le gritó
a su pupilo, "Arturo, agáchate, está justo a tu lado derecho...".
Entonces reaccioné, por suerte, y corrí de vuelta hacia Arturo.
-Perdóname, le dije, acá está -y se la dejé caer en
sus manos.
-Gracias, respondió y se fue hacia la cancha.
El
entrenador, un joven de unos treinta y tres años, delgado, rubio y muy
crespo, francamente no entendía nada. Me miró algo confundido, y
siguió su clase.
Arturo entró de nuevo a la cancha, tocando las paredes que eran bajas y
de mica, y se puso de nuevo en su lugar.
Me quedé mirando el entrenamiento desde afuera mucho rato, el calor y la
densidad de la tarde me tenían realmente aturdida, las gotas no paraban
de pasearse por mi frente como burlándose frente a mis ojos, pero me quedé,
estaba entretenida y asombrada.
Era, de lejos, un entrenamiento casi igual al de los videntes, lo único
lento era cuando la pelota se escapa de la cancha. Las habilidades en los pies
eran perfectas, y las jugadas tácticas muy ingeniosas.
El entrenador les pegaba un grito y se movía avisando donde quería
la pelota, y ésta, con su cascabel, terminaba la labor.
Mientras pasaba la hora, vi llegar al arquero. El entrenaba por su cuenta, por
otro lado, con otro compañero no vidente. Estaba preparado y listo, se
venía la mejor parte del entrenamiento, el partido.
Eran impar, contando al entrenador.
Para mi sorpresa me miró, y como dándome una segunda oportunidad,
me dice: "¿Ché, chica, querés jugar?
Nos falta uno/a".
Yo, nerviosa pero sin capacidad de error, respondí con un abrupto sí.
Y luego comenté: "Mi nombre es Amanda".
Me pusieron al arco, para que fuéramos parejos.
Enrique -el entrenador- era el único que no podía meter goles. El
partido estuvo increíble, lo pasé como nunca.
Atajé mucho, pero no lo suficiente, era un nivel demasiado alto para mí.
Nuestro equipo, de todas maneras, hizo un buen partido, y el arquero de ellos
atajó prácticamente todo, por lo que quedamos tres dos abajo.
Después me invitaron a tomar una bebida, pero ya se me había hecho
muy tarde, y mi editor me llamaría a las ocho para ver cómo avanzaba
mi proyecto.
Con la pena en el alma me tuve que ir sin gozar la bebida, quería compartir
más, quedarme con ellos, pero por una extraña razón, me quedé
con la sensación de que los vería de nuevo, seguro, los vería
de nuevo. Llegué corriendo al hotel, y sonó el teléfono,
me pasaron la llamada. Era mi editor.
Antes de que empezara a hablar le dije "Luis, va todo bien, tengo varias
notas, he entrevistado a muchos deportistas de diferentes disciplinas y tengo
varias cosas
". Pero así y todo, fui diciendo sin siquiera pensar:
"Quiero cambiar el proyecto".
-¡Qué! Pero a estas alturas, ¿estás segura Amanda?
Lo bueno de mi editor, es que confía en mí a ojos cerrados, y lo
hizo esa vez, de nuevo.
-Está bien Amanda, te lo dejo a ti, es tu responsabilidad.
Mi editor confió en mí, ciegamente. Y yo a su vez viéndolo
y viviéndolo todo desde ahí aposté por ellos, aposté
por los ciegos.
Escribí el mejor reportaje y sacamos buenos resultados de éste.
Confié plenamente en los no videntes, quienes me dejaron entrar en su mundo
y en su visión desde otro ángulo, desde mi ángulo, desde
el ángulo del cual a veces no se ve todo tan bien por más que se
tengan los ojos bien abiertos.
Amanda Kiran