Columna
de Amanda Kiran
Testigo de encargo
Viernes 28 de marzo de 2003, 10:39
Si quisiéramos manejar nuestro tiempo
tal cual como queremos, tal vez no sería tan emocionante. Hay veces que
el destino, sin saberlo y sin quererlo, te regala momentos mágicos, a pesar
de tus intenciones e ilusiones.
Eso me ocurrió la semana pasada.
Me encontraba en una concentración deportiva, entrenando y compitiendo
por mi país, un honor, un verdadero honor, pero con algunos precios.
Recibí una llamada ese viernes. El viernes antes del partido más
difícil...
-¿Aló, Amanda?
Era mi hermano Roberto. El vive en el sur y hace tiempo que no hablábamos.
Más tiempo aún sin verlo.
-¿Roberto? ¿Eres tú?
-Sí, contestó él, eufórico.
-Amanda, lo que pasa es que tienes que viajar hoy en la noche para acá
Necesito que seas mi testigo, me caso mañana a las cinco de la tarde por
el civil.
-Sentí mil cosas en ese instante, mil.
Pena de saberlo tan de pronto, sin preparación alguna. Nervio y emoción
de sentir que mi hermano mayor por fin continuaría su vida acompañado
y feliz, en el frío sureño, del cual es parte hace más de
diez años. Emocionada porque había tomado esta decisión tan
adulta.
Pero a la vez triste, porque sabía que sería imposible asistir.
-Ay, Roberto, contesté, tú ni sabes donde estoy
Hace una semana
que estamos en un hotel, acá en el centro, y mañana jugamos contra
Argentina, a las cinco. ¿Cómo no me avisaste antes? Me es imposible
asistir.
Al otro lado se escuchaba nada, sólo un odioso silencio, un silencio aterrador
e incomprendido.
Sentí como el frío llegaba por la línea telefónica,
y solo esperaba la voz y no un tono de corte.
-Pero Amanda, ¡¡me caso!!, argumentó.
-Lo sé Roberto, y no creas que no me entristece responderte que no, viajaría
de inmediato si pudiera, pero no existe posibilidad, ninguna, estoy atada de manos.
-Siempre hay cosas más importantes para ti, respondió. Lo encuentro
egoísta de tu parte.
Así
finalizó la conversación. Llegó el tono del teléfono.
Fue terrible. Me puse a llorar. Me sentí la peor persona del mundo y a
la vez incomprendida, pero era lo que tenía que hacer, ni siquiera podía
pensarlo.
Llegó el famoso sábado, partido contra Argentina.
Esa mañana llamé todo el día a mi hermano, lo llamé
a su celular, a su casa, donde sus suegros, nadie nunca contestó. Fue una
pena, y me fui así, triste a mi partido.
Empezó el sudor, el nerviosismo, el calentamiento, los peloteos, mis compañeras
de equipo ansiosas, yo también, queríamos que todo empezara luego,
muy luego.
Pitazo y empezó la lucha, que dentro de la cancha, es una batalla a muerte,
dentro de las reglas, por supuesto.
Fueron setenta minutos increíbles, no jugamos tan bien, pero nos fuimos
soltando y mejorando, estábamos peleando, y eso era lo importante. Queríamos
jugar, nos atrevimos y lo conseguimos.
De pronto, al minuto cincuenta y cuatro, salió esa jugada, esa jugada clásica
que ilumina las canchas: un pase largo, resbaloso pero controlable, la tomé
y avancé hasta el área, siempre pensando en dar el pase; la tuve,
la defensa se quedó marcando a las delanteras y entendí que era
mi opción, la única, y con mis mejores esfuerzos busqué una
esquina y tiré al arco.
El resto son sólo sensaciones inexplicables sobre este papel, el público
gritando, mis compañeras sobre mí, sobre todo recuerdo a la Chica
encima mío, feliz, como nunca, mi cuerpo volando como en un sueño,
un sueño perfecto, el equipo contrario humillado, sacando la pelota de
la esquina más escondida. La celebración, las lágrimas, todo
fue una maravilla, y lo pude dedicar.
Tenía a quien, sabía por qué no había podido estar
en el sur ese día, entendía que mientras mi hermano decía
sí, yo estaba apoderándome del momento más exquisito que
guardo en mis venas y en mi corazón.
Tuve suerte, mucha, porque los medios de prensa estaban ahí, apareció
todo en el noticiario de la tele y se los pude dedicar. Mi hermano fue el primero
en llamarme gritando de la emoción y aliviando mi dolor y la tensión.
Estaba orgulloso y contento.
Como no he contado todo, ahora puedo explicar. Este gol se lo dediqué a
mi futuro sobrino, ese que viene en camino, ese al que espero conocer en noviembre.
Sí, mi hermano se casa y viene con sorpresa. ¿Qué mejor?
Cuando sea más grande, le voy a contar todo a mi sobrino. Por ahora me
conformo con tener listos mis pasajes en la mano para la ceremonia religiosa.
Por nada del mundo me la pierdo.
Amanda Kiran