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-Sentí mil cosas en ese instante, mil.
Pena de saberlo tan de pronto, sin preparación alguna. Nervio
y emoción de sentir que mi hermano mayor por fin continuaría
su vida acompañado y feliz, en el frío sureño, del
cual es parte hace más de diez años. Emocionada porque había
tomado esta decisión tan adulta.
Pero a la vez triste, porque sabía que sería imposible asistir.
-Ay, Roberto, contesté, tú ni sabes donde estoy
Hace
una semana que estamos en un hotel, acá en el centro, y mañana
jugamos contra Argentina, a las cinco. ¿Cómo no me avisaste
antes? Me es imposible asistir.
Al otro lado se escuchaba nada, sólo un odioso silencio, un silencio
aterrador e incomprendido.
Sentí como el frío llegaba por la línea telefónica,
y solo esperaba la voz y no un tono de corte.
-Pero Amanda, ¡¡me caso!!, argumentó.
-Lo sé Roberto, y no creas que no me entristece responderte que
no, viajaría de inmediato si pudiera, pero no existe posibilidad,
ninguna, estoy atada de manos.
-Siempre hay cosas más importantes para ti, respondió. Lo
encuentro egoísta de tu parte.
Así
finalizó la conversación. Llegó el tono del teléfono.
Fue terrible. Me puse a llorar. Me sentí la peor persona del mundo
y a la vez incomprendida, pero era lo que tenía que hacer, ni siquiera
podía pensarlo.
Llegó el famoso sábado, partido contra Argentina.
Esa mañana llamé todo el día a mi hermano, lo llamé
a su celular, a su casa, donde sus suegros, nadie nunca contestó.
Fue una pena, y me fui así, triste a mi partido.
Empezó el sudor, el nerviosismo, el calentamiento, los peloteos,
mis compañeras de equipo ansiosas, yo también, queríamos
que todo empezara luego, muy luego.
Pitazo y empezó la lucha, que dentro de la cancha, es una batalla
a muerte, dentro de las reglas, por supuesto.
Fueron setenta minutos increíbles, no jugamos tan bien, pero nos
fuimos soltando y mejorando, estábamos peleando, y eso era lo importante.
Queríamos jugar, nos atrevimos y lo conseguimos.
De pronto, al minuto cincuenta y cuatro, salió esa jugada, esa
jugada clásica que ilumina las canchas: un pase largo, resbaloso
pero controlable, la tomé y avancé hasta el área,
siempre pensando en dar el pase; la tuve, la defensa se quedó marcando
a las delanteras y entendí que era mi opción, la única,
y con mis mejores esfuerzos busqué una esquina y tiré al
arco.
El resto son sólo sensaciones inexplicables sobre este papel, el
público gritando, mis compañeras sobre mí, sobre
todo recuerdo a la Chica encima mío, feliz, como nunca, mi cuerpo
volando como en un sueño, un sueño perfecto, el equipo contrario
humillado, sacando la pelota de la esquina más escondida. La celebración,
las lágrimas, todo fue una maravilla, y lo pude dedicar.
Tenía a quien, sabía por qué no había podido
estar en el sur ese día, entendía que mientras mi hermano
decía sí, yo estaba apoderándome del momento más
exquisito que guardo en mis venas y en mi corazón.
Tuve suerte, mucha, porque los medios de prensa estaban ahí, apareció
todo en el noticiario de la tele y se los pude dedicar. Mi hermano fue
el primero en llamarme gritando de la emoción y aliviando mi dolor
y la tensión. Estaba orgulloso y contento.
Como no he contado todo, ahora puedo explicar. Este gol se lo dediqué
a mi futuro sobrino, ese que viene en camino, ese al que espero conocer
en noviembre.
Sí, mi hermano se casa y viene con sorpresa. ¿Qué
mejor?
Cuando sea más grande, le voy a contar todo a mi sobrino. Por ahora
me conformo con tener listos mis pasajes en la mano para la ceremonia
religiosa.
Por nada del mundo me la pierdo.
Amanda Kiran
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