Guerra
con solución pendiente
Un sentimiento de humillación histórica frente a la "prepotencia" de Washington alimenta la ira de millones de musulmanes a lo largo del mundo. PABLO SOTO GONZÁLEZ Un cielo con ausencia de nubes y una temperatura que se empinaba por sobre los 40º C son las características que me recibieron al llegar al paso Jyber, a escasos kilómetros de la frontera que separa a Pakistán de Afganistán. Ruta de contrabandistas y un acceso privilegiado al suelo afgano, el paso Jyber está rodeado por cadenas de montañas que son el mejor reflejo de la geografía indómita que predomina en el vecino Afganistán. En este paisaje, inhóspito y severo, hileras de carpas de construcción improvisada cobijaban a miles de refugiados afganos que esperaban un poco más allá para entrar a suelo paquistaní. Niños con indumentarias raídas y mal alimentados, con rostros sucios por la tierra que se filtraba en sus rústicas carpas, corrían inmersos en el drama que los envolvía. Eran los días previos a que estallara la primera guerra del siglo XXI, o la guerra contra el terrorismo, como la llama EE.UU. Los afganos, conocedores como pocos de los horrores de la guerra, huyeron de su tierra para no repetir la pesadilla de los conflictos armados que los ha acompañado durante casi toda su existencia como país. Refugiados en la frontera afgana, eran vigilados a punta de fusil por nerviosos guardias paquistaníes que los tuvieron en la mira por meses para evitar una marea humana que invadiera su país y que agravara el ya terrible drama humanitario que se vivía en la frontera. La escena ocurría en la frontera de Thorham, una zona tribal del noroeste paquistaní donde las angustias y dramas que por años han sufrido los afganos afloraban sin escarbar mucho. Algunos pocos kilómetros más allá, en suelo afgano, los talibanes se preparaban para resistir el embate de la poderosa maquinaria militar estadounidense. Pese a los pronósticos que hablaron de una resistencia feroz, poco pudieron hacer cuando fueron aniquilados desde el aire y se les cortaron las vías de abastecimiento. Hoy el escenario ha cambiado poco y el término definitivo de la guerra, en sus múltiples escenarios, está pendiente. Miles de refugiados que huían de la guerra han retornado, aunque la "tragedia humanitaria", como me la definió el representante de la ONU en la región para los refugiados, Yusuf Hassan, sigue vigente. Las disputas internas en Afganistán son una realidad que complica al débil gobierno que encabeza Hamid Karzai y que lucha por restablecer la calma y la seguridad. Los talibanes y Al Qaeda, supuestamente derrotados, se replegaron, pero permanecen como una amenaza seria. La de Afganistán es una guerra inconclusa y así lo muestran los miles de soldados desplegados en este país de Asia Central con la misión de pacificarlo. Y si bien hoy ya nadie informa de lo que ocurre en las madrasas -escuelas del Corán paquistaníes donde nacieron los talibanes-, cuesta creer que el fanatismo religioso que allí se imparte haya cambiado de un momento a otro. Los mullás con los que hablé en aquella época impartían sus enseñanzas fundamentalistas y fanáticas como una filosofía única de vida contra el modelo occidental, tan convencidos de estar en lo correcto como se manifestaban sus jóvenes e influenciables alumnos. La violencia y el fundamentalismo de grupos tribales, liderados por los "señores de la guerra" afganos, están a la orden del día, factores ambos que permitieron la llegada al poder de los talibanes. Es la realidad de Afganistán, el de hace un año y el de hoy, con enemigos internos, violencia descontrolada y más carencias que recursos. Y con una población que, al igual que los refugiados del paso Jyber, espera que la pesadilla termine. El autor fue enviado
especial de El Mercurio a Pakistán a cubrir la Los males que han enfrentado los afganos todavía están ahí.
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